A casi dos siglos de su construcción, la torre de Manaca Iznaga, signo monumental en el Valle de los Ingenios, de la villa cubana de Trinidad, continúa desafiando las embestidas del tiempo y del hombre.
A más de 40 metros de altura, un visitante informado pudiera figurarse la disposición del ingenio Manaca Iznaga en sus mejores zafras, allá por la primera mitad del siglo XIX. Sería algo así como observar desde arriba la composición que ya el grabador francés Eduardo Laplante había dibujado desde el suelo para el libro Los ingenios, de Justo Germán Cantero: la casa hacienda al final de una avenida empedrada, la aldea de los esclavos en el extremo opuesto de la brisa y kilométricas extensiones de caña asfixiando el batey por los cuatro costados.
Es el deja vu que pudiera experimentar un visitante informado, repito, porque si es alguien desconocedor quien se aventura torre arriba, al llegar al séptimo nivel pudiera creer que le han tomado el pelo o que el guía en la base del edificio se equivocó, que no es posible que un hacendado todopoderoso haya erigido este portento de la ingeniería civil cubana para velar plantaciones enteras de marabú.
Lo cierto es que este paisaje hoy herido por la ausencia de caña y el resplandor de los techos de zinc -por suerte, cada vez menos-, en una época produjo lo suficiente como para merecer una torre con la doble función de vigía y campanario, un mirador sobredimensionado desde donde pueden auscultarse, palmo a palmo, no solo las hectáreas del otrora ingenio Manaca Iznaga, sino también los dominios de las haciendas vecinas y hasta las mismísimas estribaciones del Escambray trinitario.
El historiador Manuel Moreno Fraginals aduce como fecha de culminación de la torre el año 1848, aunque algunos expertos sostienen que para entonces ya los primeros síntomas de la crisis se cernían sobre el valle y acuñan como más verosímil la hipótesis de la doctora Alicia García Santana: se edificó hacia 1826 y a un costo aproximado de 10 000 pesos.
Tanto el año exacto de construcción como el popular mito de que fue erigida para dirimir una apuesta entre hermanos han pasado a enriquecer el imaginario colectivo de la región y, por ende, el valor intangible del sitio.
Sin embargo, quienes hoy escalan los 184 peldaños de este pináculo colonial no siempre conocen que durante décadas permaneció inaccesible a los intrusos y que solo a fines de los 80 del siglo pasado le fueron restablecidos los entrepisos y las escaleras, y se fijó su altura oficial: 43.5 metros sobre el suelo, cifra que la convierte en una de las mayores de su tipo en el país, según consta en la Guía de Arquitectura confeccionada por la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios.
El esfuerzo de entonces, cuando los especialistas debieron sobreponerse a la precariedad de la estructura y al vértigo, parece venido a menos ahora, toda vez que los propios admiradores de la torre se han convertido en su plaga principal: por más capas de pintura que se añadan a las paredes internas, los nombres trazados con lápices, bolígrafos y hasta descarnados en la piedra con objetos cortantes echan por tierra las acciones de rehabilitación.
“Carlito Puntilla Zaza 2011”, “Kyle McKee was here, 2012, USA”, “Roiland y Lilianny juntos por siempre”, “Teatro Lírico de Holguín”. Los carteles, tan multiculturales y diversos como los visitantes que llegan desde cualquier confín del orbe hasta la cúspide de la torre, dan fe de la depredación humana más allá de latitudes e idiosincrasias.
El sitio, no obstante, se mantiene bajo una sola jurisdicción, por lo que la responsabilidad del mantenimiento no vegeta en tierra de nadie. De ahí que resulte preocupante -léase bien: preocupación, no alarma- el deterioro que se viene acumulando en los escalones que crujen, las paredes descorchadas, el guano de murciélago que ha infectado los entrepisos y delata a las claras la presencia de semejante fauna, por demás sin otra justificación ambiental que la desidia.
Sobreviviente de la Colonia, de la República y hasta del redimensionamiento de la industria azucarera, la empinada estructura ha conseguido sortear, gracias a sus arcos descubiertos y a las peculiaridades de su diseño, las embestidas de fuertes meteoros como el huracán Dennis, allá por el 2005, cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro preguntó en una comparecencia televisiva: “¿Pasó algo con la torre de Manaca Iznaga?”
Por aquel entonces frente a los ciclones y hoy ante la agresión de visitantes cubanos y foráneos, esta suerte de atalaya trinitaria se mantiene como ya la había descrito un colega deslumbrado: “imperturbable y amada por medio mundo”, justo en el vórtice del caserío pintoresco que se desgrana a sus pies y que, pese a haber superado la nostalgia de las zafras, no sabría prescindir del último signo monumental del valle.
Creo que la torre no es ni sera la unica desgraciada pues hoy en todas las provincias de CUBA y el municipio especial la indolencia e intolerancia al respeto publico de edificaciones es carente en la actualidad pues al ver estas y otras atrocidades en contra del bien comunitario esto negativos sentimientos afecta las buenas costumbres de nuestros ojos por parte de algunos indolente para que no se puedan observar objetivamente las bellezas naturales o echa por los hombres donde esta el o los responsables del mantenimiento o entidades encargadas de preservar algunos pedazos de nuestra rica HISTORIA o de nuestra cultura. Lazaro izquierdo
Es cierto. Hace un tiempo visite la torre y su interior estaba en malas condiciones, tanto de higiene de paredes y pisos como las escaleras, que yo creo, incluso, que estan en un estado peligroso.
Desde luego que esto es injustificable, y no se requieren inversiones millonarias, solo hace falta ganas de hacer las cosas bien.