El 24 de julio de 1867 se recibió en Sancti Spíritus la Real Orden fechada el 12 de mayo del propio año, por medio de la cual se le concedía a la villa del Yayabo el título de Ciudad.
En el acta del Ayuntamiento espirituano correspondiente a la sesión donde se dio a conocer la decisión de la Reina de otorgar a Sancti Spíritus el título de Ciudad se habla de la “nueva gracia” concedida a la villa del Yayabo, hace ahora 145 años. A poco de iniciado el siglo XVII ya la villa contaba con los requisitos mínimos indispensables para ser considerada una ciudad, de acuerdo con los presupuestos de la época.
El 24 de julio de 1867 se recibió en Sancti Spíritus la Real Orden fechada el 12 de mayo del propio año, por medio de la cual se le concedía a la villa del Yayabo el título de Ciudad, una categoría que venían anhelando recibir al menos tres generaciones de espirituanos.
Ni corto, ni perezoso, el Teniente Gobernador Político del Distrito, señor don Ramón Portal, convocó para el 27 de julio a los concejales que integraban el Ayuntamiento y, en sesión solemne “para tratar asuntos urgentes”, dio la buena nueva a los reunidos con palabras obsequiosas, tal como quedó reflejado en el Acta, donde se habla de la “nueva gracia que acaba de dispensar a este pueblo la magnánima Reina”.
Dos meses y 12 días había demorado la susodicha real comunicación -que obra en el Archivo Provincial de Historia- para llegar a su destino en un tiempo en que no había aviación ni comunicación inalámbrica, ni teléfonos, ni teletipos, ni fax y mucho menos Internet.
Era, sin embargo, un plazo minúsculo si se le compara con el hecho de que a poco de iniciado el siglo XVII ya la villa contaba con los requisitos mínimos indispensables para ser considerada una ciudad, de acuerdo con los presupuestos de la época.
Y tan así era, que en la propia España existían villorrios con esa condición que cabían holgadamente en la entonces extensa jurisdicción de Sancti Spíritus, a la cual no se le autorizó a ostentar un escudo hasta el 20 de octubre de 1822, fecha en que Fernando VII suscribió el real decreto.
Resulta curioso constatar que cuando el 3 de marzo de 1823 el cabildo espirituano se reunió para seleccionar los lemas que propondría a su Majestad a fin de que este eligiera el que habría de llevar nuestro blasón, el primero expresaba: “No reconozco otro dueño”. Por fortuna, el Rey eligió el segundo: “Mi lealtad acrisolada”, que dejaba incólume la dignidad de los habitantes citadinos y que aún hoy es nuestra divisa.
Dos generaciones más tarde, Don Ramón Portal mostraba similar genuflexión al referirse a la “gracia” concedida por la soberana, como si la villa y sus moradores no la merecieran, cuando lo cierto es que desde el punto de vista demográfico, político, económico, social y cultural hacía rato que era acreedora a ese título que la comunicación de marras atribuía a la “inagotable generosidad de nuestra Reina”.
De cualquier manera, el Teniente Gobernador decidió prolongar los festejos del “Santiago 1867” para celebrar la buena nueva y, según el historiador Orlando Barrera, la flamante ciudad fue engalanada y enramadas sus calles, se iluminó la población con reverberos y faroles de gas, hubo desfile militar, Te Deum, verbenas, ferias y bailes populares, que la gente, ansiosa de esparcimiento, aprovechó para divertirse.
A la larga -y a la corta- de nada valdría el gesto deferente de Lersundi, el señor Gobernador General, con su gestión ante la Reina para que concediera de una vez el título de Ciudad a una población que de facto ya lo era. Año y medio después, el 6 de febrero de 1869, los espirituanos se fueron a la manigua redentora para conquistar a bala, tizón y machete el futuro de la Patria.
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