A 166 años del natalicio de Serafín Sánchez Valdivia, este 2 de julio Escambray recuerda que este luchador incansable por la independencia fue de los primeros en rechazar la idea quimérica y traidora de una posible ayuda estadounidense a la causa de Cuba.
Si alguien le hubiera dicho al Mayor General Serafín Sánchez Valdivia en sus tiempos de la emigración que al cabo de más de 100 años habría exiliados que se autoproclaman patriotas y que ansían al mismo tiempo el protectorado o la anexión total a Estados Unidos, sencillamente no lo hubiera creído.
De origen social terrateniente él mismo, fue, entre los jefes revolucionarios surgidos de la burguesía cubana ya en la Guerra de los Diez Años, un decidido independentista aun cuando un sector importante de esa propia clase coqueteaba con la idea de la separación de España para ir a formar parte de la Unión americana.
Aunque esta corriente tuvo su máxima expresión entre 1840 y 1855 y resultó desalentada al cabo con el fracaso de las aventuras expedicionarias de Narciso López, resurgió como una mala yerba en los primeros tiempos de la gesta iniciada por Céspedes en 1868, con visos de esperanza frente a la falta casi total de recursos para enfrentar a la metrópoli española.
Afortunadamente, finalizada la Guerra de Secesión con la victoria del Norte industrial abolicionista, se rompió la posible comunión de intereses de los potentados criollos con los esclavistas sureños, y no tuvo Washington motivación para ofrecer apoyo al empeño libertario de los cubanos, ocupado como estaba en reconstruir el enorme país, profundamente dividido por la contienda.
Tras la toma de posición definitiva del Padre de la Patria, quien expresó sentenciosamente: “Cuba no solo tiene que ser libre, sino que no puede ya volver a ser esclava», pocos dudaron acerca del sentido verdadero de una lucha que se hacía al máximo costo en sangre y sacrificios por la emancipación total, nunca para admitir la dominación de otro poder extraño.
Luego, en el bando criollo la guerra misma se encargó de deslindar los campos a medida que del seno de la población surgieron nuevos -y excelentes- comandantes y se nutrió el Ejército con humildes blancos citadinos, campesinos pobres, mestizos, y negros esclavos y libertos, lo que cambió el carácter y proyección de clase de la revolución.
Pero entre los oficiales más destacados de la primera hornada emergieron hombres de rica cuna como Serafín Sánchez, que combatieron a las órdenes de los inigualables Ignacio Agramonte y Máximo Gómez, y que pusieron los intereses patrios por encima de toda otra consideración.
Ni siquiera el fracaso de aquella gesta tremenda que duró una década, pudo eliminar en sus líderes la convicción cada día más patente en ellos de que la independencia sería obra de los esfuerzos mancomunados del pueblo cubano, o no sería. No dejó el espirituano Serafín Sánchez la menor duda sobre el particular, cuando escribió: «Los pueblos que no tienen valor para romper las cadenas merecen ser esclavos».
Y a Juan Bautista Spotorno, destacado político autonomista, le expresó: «Después de esto, buscar una solución con España mediante la autonomía o una solución americana mediante la anexión es, en mi concepto de buen hijo de Cuba, una ofensa y una injuria, es una cobardía no luchar por la legítima independencia».
La idea de esperar una colaboración yanqui en sí misma le parecía a Serafín, más que peregrina o irreal, netamente repulsiva. No sabía entonces aquel hombre de honor inmaculado que su lacerante dolor moral ante Martí: el fracaso del plan de Fernandina, le sería causado por los yanquis.
Porque, en víspera de la contienda decisiva, quien nunca tendió a Cuba una mano generosa, mostró su entraña sórdida al apropiarse de los barcos y las armas tan trabajosa y sacrificadamente adquiridas, con las que el Apóstol y Serafín contaban para hacer la independencia de la patria.
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