El 2 de julio de 1962 la cuadrilla de Julio Emilio Carretero, comandante de bandidos en el Escambray, asaltó la casa de José Pío Romero y le dio muerte junto a dos miembros de su familia.
Julio Emilio Carretero Escajadillo, comandante de bandidos, estuvo a punto de ser capturado en un cerco durante la Limpia del Escambray en 1961. Herido de gravedad logró escapar con algunos elementos de su cuadrilla y de la de Chiqui Jaime. Él juró: «El Pío Romero me las va a pagar».
El connotado asesino, expolicía de la derrocada tiranía batistiana, tenía entre ceja y ceja a José Pío Romero y los suyos, porque los sabía revolucionarios y porque decía que Pío informaba a la Seguridad del Estado los movimientos de las bandas en la zona de San José de Caña Brava, donde el campesino tenía su finca.
El 2 de julio de 1962, pasadas las ocho de la noche, llegaron Carretero y otros 16 forajidos a la casa de los Romero en San José de Caña Brava. Pío sufría de un cólico nefrítico; su hijo Bartolo, que era miliciano, estaba en la sala, en una cama, afectado por un fuerte estado gripal y una herida a sedal en la espalda.
La mujer de Pío, llamada Pastora Rojas Fonseca, la hermana, Ana Romero -quien padecía de epilepsia- y las dos hijas del matrimonio, Paula y Teodora, estaban acostadas o se disponían a hacerlo, al igual que Eustaquio Polo Romero, sobrino de Pío y de Ana.
Paula, que entonces tenía 15 años, salió a buscar su perrito -que se le había quedado afuera- y cuando entró a la casa la siguieron aquellos asesinos y empezó la pesadilla. El padre salió corriendo a buscar un revólver que tenía oculto, pero fue derribado de un culatazo que le fracturó un omóplato.
Carretero y Leonel Martínez, otro criminal connotado, fueron a donde estaba Bartolo acostado y le apuntaron con un M-3 a la cabeza.
Uno de ellos le alumbró la cara con una linternita y exclamó: “Mira, este tiene cara de Romero también”. Pero la mamá, que los vio, corrió para donde estaba el hijo y les dijo: «No, ese es un trabajador de la finca, ese no es Romero».
Luego la emprendieron con Eustaquio, a quien derribaron de una trompada y acto seguido le dieron un bayonetazo en el pecho. Al viejo Pío, que había corrido hacia su hijo, lo arrastraron al patio, y a Paula, que trató de defenderlo, la golpearon fuertemente. Teodora, de 11 años, intervino igualmente y le metieron el cañón de un fusil en la boca. Ella logró soltarse, pero entonces le propinaron un golpe en uno de sus senos que la tiene padeciendo todavía.
Cuando se los llevaron para asesinarlos, a Pío, a su hermana Ana y a Eustaquio, Paula los alcanzó y se colgó del brazo de su padre. Un bandido le lanzó un golpe, y al caer sobre el tronco de un árbol se fracturó una clavícula.
“Yo vi cómo le tiraban a Eustaquio y después a mi papá, que se le vio salir la candela por la espalda”, recuerda Paula. Uno de los bandidos le tiró una ráfaga de M-3 a Ana Romero. Solo Bartolo logró escapar saltando por una ventana y corrió en busca de ayuda.
DESPUÉS DEL INFIERNO…TODAVÍA
Cuando en la mañana siguiente regresó el joven a su casa, un vecino le dijo: “Óyeme, tienes que ser fuerte”. Luego fueron al lugar del crimen.
Pese al medio siglo transcurrido, Bartolo no olvida los detalles: “Los cadáveres estaban allí como cayeron. Un seno de Ana, mi tía, rodaba por el piso y a mi papá le atravesaron el cuello como tres veces con una bayoneta y le dieron un montón de tiros. A mi primo Eustaquio una ráfaga le voló la mitad de la cabeza”.
Cerca de los cuerpos había una nota escrita con letra elegante que decía: “A estos los cogió la rueda de la carreta”, macabro símil con el apellido del jefe de aquella cuadrilla de bandidos.
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