Trinidad viene celebrando por estos días la trigésimo quinta Semana de la Cultura, para festejar el aniversario 498 de su fundación por el adelantado Diego Velázquez en el remoto año de 1514.
Por Manuel Echevarría Gómez
La villa La Trinidad viene celebrando por estos días la trigésimo quinta Semana de la Cultura, para festejar el aniversario 498 de su fundación por el adelantado Diego Velázquez en el remoto año de 1514; ocasión oportuna para acercarnos al acervo cultural, la historia y las tradiciones que la distinguen.
Existe consenso entre los historiadores para dejar por sentado que La Trinidad, nombre con que aparece registrada en los más antiguos documentos, fue la tercera villa fundada por las huestes del conquistador Diego Velázquez ya avanzado el mes de enero de 1514 en las proximidades de la Bahía de Jagua o Cienfuegos.
La misa de fundacional de la villa fue oficiada por Fray Bartolomé de las Casas antes del 10 de febrero de ese mismo año, razón que explica por qué se ha establecido como fecha fija de celebración el segundo domingo del primer mes del año, buscando una mediación entre las fechas posibles.
Ya en 1518, cuatro años después de su fundación, existían en La Trinidad 60 o 70 familias españolas que explotaban a la población aborigen ocupada en la búsqueda de oro, aunque también criaban ganado.
El oro se extinguió rápidamente y a finales de ese mismo año la conquista de México acaparó todo el interés de los vecinos estimulados por la expedición de Hernán Cortés, quien reclutó a la mayor parte de los habitantes. Tal fue el éxodo hacia tierra firme que en 1534 solo quedaban en la villa unas seis familias.
Las últimas décadas del siglo XVI dejan noticias de un creciente proceso de mestizaje entre indígenas y españoles y más tarde con negros traídos desde Africa para conformar todo un proceso de transculturación en ciernes bajo la hegemonía de los peninsulares.
En la segunda mitad del siglo XVIII, el auge económico y el desarrollo sociocultural de la villa La Trinidad anuncian una época de esplendor. El despliegue de la industria azucarera en el Valle de los Ingenios abonó el crecimiento demográfico con la entrada masiva de esclavos y de una inmigración procedente de de Santo Domingo, Haití, La Florida, Canarias, Alemania, Estados Unidos, Francia, Inglaterra e Italia.
Esta llegada de extranjeros en las primeras décadas del siglo XIX repercutió en la vida cultural de la villa, que recibió la visita el sabio alemán Alejandro de Humboldt; a pintores, escultores, grabadores, artesanos y entendidos en las más variadas esferas del saber de la época, lo cual trajo consigo un ambiente cosmopolita a la ciudad, convertida en la tercera en importancia de la isla.
El desarrollo económico que trajo el boom azucarero en La Trinidad durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX propició que en breve plazo se levantaran casonas y palacios cono los de Brunet, Bécquer, Cantero, Iznaga y Borrell, se empedraran las calles que surgían en torno a las plazas y se construyeran iglesias y teatros.
También apareció el primer papel periódico en 1820 y se fundó la Sociedad Filarmónica en 1842, fecha en que la villa gozaba de representación consular de varias naciones.
Los patricios trinitarios mandaban sus hijos a estudiar en Francia, España y Estados Unidos y con ello garantizaban el desarrollo de la educación y la cultura artística y literaria. Invertían en todo tipo de artículos importados, desde bebidas hasta mármoles, muebles y joyas, amén de objetos suntuarios que llegaron a reportar en 1841 la respetable suma de 2 232 000 pesos oro.
A mediados de la década de 1840 todo el esplendor alcanzado por La Trinidad se desmorona como consecuencia del agotamiento de las fértiles tierras del valle de los Ingenios y la villa se detiene en el tiempo.
A la crisis económica sobrevino la crisis en la cultura para una de las ciudades más prósperas del país. A inicios del siglo XX un panorama desolador dejaba entrever la educación abandonada y el aislamiento con el resto de la isla. No fue hasta 1950 que se construyó la carretera de acceso a Sancti Spíritus y otras regiones mientras que la población sobrevivía a expensas de una economía natural con un alto porcentaje en los registros migratorios.
A pesar de la crisis económica que relegó a La Trinidad en el tiempo, durante la segunda mitad del siglo XIX y las primera del XX, las tradiciones se mantuvieron vivas en el desempeño de los artesanos del barro, del tejido con yarey, bordado, de los tejidos de hilo que se desarrollan para suplir la carencia de empleos. También pudieron sostener su legado las sociedades de instrucción y recreo, fraternales y religiosas.
El advenimiento de la revolución trajo para La Trinidad nuevas posibilidades de desarrollo con un vasto plan de inversiones que la convirtió en uno de los polos turísticos más importantes del país y en un emporio cultural rescatado y conservado como pocos en el mundo; esfuerzo que se vio coronado en 1989 cuando la UNESCO declaró a la villa, junto con su Valle de los Ingenios, Patrimonio Cultural de la Humanidad.
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