Hace 46 años en La Higuera, “el hombre único que murió su vida y continúa viviendo su muerte”, aún sigue enfundado en su uniforme de campaña, en una marcha eterna.
Porque aprendimos a quererte desde la histórica altura; porque serás siempre el caballero sin miedo y sin tacha, caballero de gloria, caballero el más fuerte; te recordamos hoy.
Porque las fotos del día de tu muerte aún revelan saña, no podemos olvidarte. Duele tu cuerpo inerte, tu voz silenciada el 9 de octubre de 1967. Cuarenta y seis años parecen mucho tiempo, pero La Higuera te recuerda. Las paredes de aquella humilde escuela boliviana todavía incriminan, hablan de tu valor frente al enemigo.
“Póngase sereno y apunte bien, ¡va usted a matar a un hombre!”, dijiste al asesino, y la fuerza de aquellas palabras electrizaron a Mario Terán, el sargento boliviano que tuvo que recurrir al alcohol para poder ejecutarte.
Allí, en Vallegrande, donde pretendieron echar sobre tu nombre toda la soledad de aquel sitio olvidado, cada año recurre gente de todas partes, y frente a una foto coronada de espinas, llamada San Ernesto de La Higuera, rezan, hacen promesas, piden milagros y colocan una flor mirando fija la imagen hecha de luz.
“No pudieron cerrarte los ojos, por eso eres eterno”. “Nadie muere mientras lo recuerden”. “No por callado eres silencio”, susurra el viento en aquel sitio donde fue ocultado tu cadáver y los miembros de tu guerrilla por 30 años.
“¿Por qué será que el Che tiene esta peligrosa costumbre de seguir naciendo? Cuanto más lo insultan, lo manipulan, lo traicionan, más nace”, dijo Eduardo Galeano sobre este hombre inmenso del que Guillén también escribió: “No porque haya caído su luz es menos alta”. Con esa certeza tu voz se escucha en otras voces nuevas, allí donde siempre hay una injusticia que reparar.
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