Pocos ecosistemas en la provincia reclaman cuidados tan exquisitos como la península de Ancón, ese paraje costero que acoge en un reducido espacio una alta dosis de la actividad turística del territorio.
La península es un brazo de arena muy fino, de reciente formación, un sitio muy vulnerable, afirma Julio Pavel García Lahera, investigador del Jardín Botánico de Sancti Spíritus.
“Ese escenario ha sido maltratado por el hombre, se levantaron instalaciones sobre la duna, sufrió la deforestación, la invasión de otras plantas y hoy la península pende de un hilo, que es esa vegetación que sobrevivió; pero si se pierde puede comenzar a desaparecer el brazo de arena”, advierte el especialista.
Sin ahuyentar aún el peligro, en el valioso ecosistema costero se han introducido cambios y medidas que persiguen armonizar la explotación turística con la protección de la zona, donde se asienta un tipo de formación vegetal sobre arena muy escaso en Cuba, el bosque semideciduo micrófilo, denominación dada cuando una parte del componente arbóreo pierde las hojas en el período menos lluvioso.
Más allá de ser un área bajo manejo integrado costero, concepto que integra, entre otros objetivos, la rehabilitación de la playa, sus perfiles y la calidad del agua, el trabajo con la vegetación acapara prioridades y de ella dependerá sobremanera la conservación de la península por su función protectora de la arena.
En tal sentido, Punta de Ancón (incluye la zona comprendida entre el hotel de igual nombre hasta el extremo) figura como uno de los cuatro sitios (los demás son: Topes de Collantes, Valle de los Ingenios y arenas cuarcíticas de Casilda), de intervención en Trinidad del Proyecto Internacional Mejorando la presencia, control y manejo de especies exóticas invasoras en ecosistemas vulnerables en Cuba, que sufraga el Fondo Mundial de Medio Ambiente (GEF, por su siglas en inglés) a través del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo(PNUD).
Isora Montano Perdomo, especialista en la Unidad de Medio Ambiente y coordinadora provincial del proyecto, suscribe que debido al uso incorrecto del lugar y a otras intervenciones del hombre, se establecieron en el área especies invasoras que interfieren el desarrollo de las plantas autóctonas “y en términos prácticos se trata de sacar la flora que no es de allí, principalmente leucaena y marabú”.
El proyecto, concebido para un plazo de cinco años y previsto a concluir en el 2015, respalda la entrada de recursos y medios de trabajo en función de ese manejo. “Desde su apertura en el 2011 hasta abril de este año, tiene una ejecución financiera en los cuatro sitios de intervención superior a los 16 000 dólares. Podemos decir que el proyecto marcha, se ven los primeros resultados, se han desplegado acciones de capacitación, educación ambiental y se ha logrado frenar el daño mayor”, refiere Isora Montano.
No solo hacia el extremo se concentran los trabajos para que la naturaleza recupere espacio en el frágil ecosistema; en el resto de la península están visibles las primera huellas de la reforestación iniciada el pasado año.
En unas 65 hectáreas, localizadas entre la playa La Boca y el borde de los hoteles, cobra vida un proyecto de reforestación financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo Forestal (FONADEF). “Esto tiene un año de trabajo, se reforestó con especies autóctonas como majaguilla, brasilete, almácigo y uva caleta, y ahora junto al mantenimiento vamos a laborar en la reposición de las fallas”, explica Jesús Toledo Medina, especialista de la Empresa Forestal Integral en Trinidad.
“Desde el Jardín Botánido orientamos qué es lo que se debía hacer, qué especie dejar, cuáles eliminar. Como en las zonas costeras se prohíbe usar químicos, ese mantenimiento tiene que ser manual, pero hay que realizar una chapea selectiva para no destruir la vegetación que debe quedarse, por eso recomendamos trabajar en el descepe, a fin de que el efecto sea más duradero”, apunta Julio Pavel.
Aunque la reforestación camina y el vivero ubicado en la zona intramontana de Pitajones -a 49 kilómetros de la península- ha respaldado el rescate de la flora, la realidad aconseja acercar esa producción de posturas al escenario donde habitarán las plantas para lograr mejor adaptación y supervivencia de las mismas, algo en lo que ya existe comprensión, según expone Isora Montano.
Para bien de la península, su ecosistema y la biodiversidad, Ancón dejó de ser aquel escenario adonde acudir en busca de sol y playa. Julio Pavel puntualiza: “Es un espacio por el que están interesadas muchas personas, las autoridades, varias instituciones y entidades, y lo que se hace ahora es muy positivo, porque son acciones que toman en cuenta las experiencias de otras zonas costeras, ha comenzado a respetarse el criterio especializado, hay fuerza de trabajo estable y en todo ese diseño de medidas una parte crucial es recuperar, establecer y cuidar la vegetación porque de ella dependerá que el mar no destruya ese fino brazo de arena”.
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