Fomentense de nacimiento y artemiseño por adopción, Ricardo Santana Martínez fue el combatiente que logró sacar a Fidel de entre los tiros durante la retirada el 26 de julio de 1953.
Llovían los plomos enemigos sobre la acera, sobre la calle, sobre los muros aledaños al cuartel Moncada en la alborada del domingo 26 de julio de 1953. El joven abogado Fidel Castro, jefe de aquella acción heroica, corría de un lado a otro de la vía cubriendo el repliegue de sus compañeros, que evacuaban el lugar en los mismos automóviles en que habían venido.
Cuando fue evidente el fracaso de aquel asalto ejecutado por 126 combatientes contra la segunda fortaleza militar de Cuba, Fidel no dudó en ordenar la retirada, y en lugar de abordar él mismo cualquiera de aquellos vehículos para ponerse a salvo, se dedicó con su escopeta de repetición a impedir que el tirador de una calibre 50 los masacrara desde el techo de una de las naves.
Allá por los 90 del pasado siglo, ese hombre mimado del destino le dice a Ignacio Ramonet -en Cien horas con Fidel-, evocando aquel trance inolvidable: “A mí me rescata un automóvil al final. No se cómo ni por qué, un carro viene en mi dirección, llega hasta donde estoy y me recoge. Era un muchacho de Artemisa, que manejando un carro con varios compañeros entra donde yo estoy y me rescata…”.
La modestia de Santana impidió por mucho tiempo conocer todos los pormenores, hasta las alusiones de Fidel, cuando la historia, retazo a retazo, fue develando sus misterios. Aquel “muchacho de Artemisa” llevó a Fidel y a su compañero Rosendo Menéndez, entre otros, a la granjita Siboney, y de allí partieron a la Gran Piedra, con la intención de escapar a la represión inevitable y continuar la lucha.
Santana y sus acompañantes, los hermanos Galán, logran llegar a la finca Casa Azul, en las afueras de Santiago de Cuba, donde encuentran refugio. Luego él se traslada a La Habana y se asila en la embajada de México, país hacia el que viaja.
Nacido el 9 de junio de 1930 en Fomento, Sancti Spíritus, en el seno de una familia campesina, se muda en 1933 para Pinar del Río, cerca del entronque de San Diego. De allí se iría a la finca Mango Dulce, próxima a Artemisa, donde crece, estudia las primeras letras y trabaja en la agricultura.
Luego sería chofer de alquiler y dueño de una ponchera. Sus ideales lo llevan pronto a la juventud ortodoxa y, por medio de Severino Rosell, al Movimiento de los Jóvenes del Centenario. En su auto de pasaje traslada a sus compañeros a realizar prácticas de tiro en la Universidad de La Habana y en otros sitios hasta la mañana del 24 de julio de 1953, cuando le ordenan trasladarse a la capital sin pérdida de tiempo. De allí, a Santiago de Cuba y a la historia…
Su estancia en México dura hasta junio de 1955, cuando regresa después de la amnistía de mayo de ese año decretada por Batista. No obstante, lo encarcelan y torturan, pero por las denuncias tienen que liberarlo. Entonces pasa a la clandestinidad hasta enero de 1959.
En la patria liberada fue sucesivamente jefe de Guardia de la Cárcel de Mujeres, de Guanajay; jefe de Recuperación de Bienes Malversados en Pinar del Río, director administrativo del Hogar de Tránsito en esa urbe y director provincial y nacional de Correos y Telégrafos. En abril de 1984 Santana se jubila como funcionario del Banco Nacional de Cuba. Fallece el 11 de febrero de 1997 y por su trayectoria lo declaran Hijo Ilustre de Fomento.
Como le expresara Fidel al periodista hispano-francés en una de aquellas 100 horas trascendentes: “Yo quise siempre conversar con ese hombre para saber cómo se metió en el infierno de la balacera que había allí. Pero como en otras muchas cosas, usted cree que tiene 100 años para hacerlo…Y ese hombre, desgraciadamente, murió hace más de 10 años”.
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