El 18 de diciembre de 1958 el Che Guevara y sus hombres convirtieron a este territorio espirituano en el primer municipio libre de Las Villas.
Cuando el 18 de diciembre de 1958 el teniente Reinaldo Pérez Valencia le comunicó a la oficialidad su decisión de rendirse y ordenó izar bandera blanca a un costado del cuartel, Ernesto Che Guevara y las fuerzas revolucionarias que lo acompañaban habían convertido a Fomento en la primera cabecera municipal libre de toda la provincia de Las Villas.
Después de tres días de cerco, bombardeos y combate encarnizado, además del triunfo, el Che tuvo como recompensa por aquella acción una certeza que a la postre resultaría definitoria para el resto de la guerra en el centro del país: el ejército batistiano, desmoralizado y totalmente a la defensiva, ya no estaba dispuesto a mandar refuerzos por tierra a las tropas sitiadas.
Con pelotones posicionados estratégicamente en los principales accesos, varios destacamentos infiltrados en el perímetro urbano y el apoyo absoluto de la población, el Comandante Guevara, desde el cercano central Santa Isabel, pidió a Aida Fernández, la telefonista del pueblo, que le comunicara con el oficial defensor de la plaza.
«Me informó que tenía el cuartel rodeado y enfatizó que toda resistencia sería inútil —re-memoraría luego el teniente Pérez Valencia, un oficial de 32 años, hijo de campesinos pobres y recién llegado al pueblo. Me instó a que evitara el derramamiento de sangre, rindiéndome a sus armas. Dijo que mis hombres que-darían en libertad, bajo la condición de que salieran del territorio controlado por los rebeldes una vez pactada la rendición».
Las acciones pudieron haber concluido el propio día 16 por la mañana, pero el oficial enemigo, quien terminaría la guerra en las filas rebeldes, creyó en la capacidad defensiva de sus 150 hombres, mucho mejor armados que los atacantes, y sobre to-do en la efectividad de los refuerzos que supuestamente le enviaría el mando castrense desde Santa Clara.
La realidad, sin embargo, fue otra: con menos efectivos y casi sin parque, el Che levantó las emboscadas y se las jugó todas contra la fortaleza sitiada; los bombardeos de la aviación enemiga no consiguieron más que enaltecer el espíritu de los revolucionarios y de la población; el refuerzo esperado no llegó nunca y los rebeldes, como fieras, se desbordaron hasta los muros del cuartel.
En el intento habían resultado heridos dos de los capitanes más valiosos del frente guerrillero: Joel Iglesias y Manuel Hernández; Roberto Rodríguez, El Vaquerito, el niño que se-gún su jefe «jugaba con la muerte», llevó desde entonces los grados de capitán por su es-treno al frente del pelotón suicida, y Zobeida Rodríguez, emblemática guerrillera del Escambray, tuvo dos regalos: una reprimenda del Che por irse al combate sin permiso y un Garand para seguir la campaña.
En el pormenorizado inventario de la victoria se consigna material de todo tipo, incluidos dos jeeps, tres camiones, un mortero, una ametralladora calibre 30, 138 fusiles y ametralladoras ligeras, 9 000 balas, 18 pares de zapatos, cuatro máquinas de escribir y un reloj despertador.
Mientras en las calles los barbudos y el pueblo festejaban por el triunfo, en el interior del cuartel Pérez Valencia quedaba desconcertado frente al adversario, cuando el propio Che Guevara ordenó a sus médicos que se hicieron cargo de los heridos del Ejército. «Su gesto era duro; pero su trato, caballeroso y afable —ha contado el oficial. Me pareció que trataba a los vencidos como hermanos a los que se les rectifica por haber cometido un error».
Las citas pertenecen al libro La batalla del Che, de Pa-co IgnacioTaibo II.
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