Nacido en Sancti Spíritus hace 167 años, el Mayor General Serafín Sánchez ganó grados militares y jerarquía política en su lucha incansable contra el dominio colonial español en Cuba.
El deber de patriotas, la fidelidad al legado histórico y la gratitud por los grandes servicios que prestó a Cuba hacen que recordemos hoy con devoción al Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, en ocasión de cumplirse este martes 2 de julio 167 años de su natalicio.
Serafín reunió desde pequeño las cualidades que habrían de convertirlo con el tiempo en el más sobresaliente de los espirituanos: hombre de voluntad férrea, elevado espíritu, valor personal a toda prueba, nobleza de carácter y notable inteligencia.
Repudió la esclavitud y la discriminación por raza, sexo o posición social. Rechazó la vida muelle del burgués y se hizo maestro, que al decir de Martí es hacerse creador. Fue montero, agrimensor, maestro, poeta, escritor, tabaquero y combatiente de primera línea, hasta el punto de ser considerado por el Coronel Bernabé Boza, jefe del Estado Mayor del Generalísimo Máximo Gómez, como el mejor General en el campo insurrecto después de Gómez y Maceo.
Combatió el espirituano junto a Honorato y Ángel del Castillo, el venezolano Payán y el español Diego Dorado. Fue discípulo de Ignacio Agramonte y de Máximo Gómez, y le cupo en suerte ser el último cubano en ver vivo al bayardo camagüeyano en la sabana de Jimaguayú aquel aciago 11 de mayo de 1873.
Amigo fraterno del dominicano Máximo Gómez, Serafín fue el vínculo que propició su reconciliación con José Martí y la conjunción de esfuerzos entre las generaciones de viejos combatientes de la Guerra Grande (1868-1878) con los Pinos Nuevos para hacer la Guerra Necesaria. Ya en el exilio fue un puntal cimero de la Revolución, que lo tuvo de escritor, agitador, conferencista y organizador de la nueva contienda emancipadora.
El 24 de julio de 1895 vino a Cuba en el vapor Martí al frente de una expedición de la cual también formaban parte los generales Carlos Roloff y Mayía Rodríguez. Al conjuro de su querida presencia, la lucha se extendió como reguero de pólvora por la región villareña y, bajo su mando, pronto quedó constituido el IV Cuerpo del Ejército Libertador, uno de los más tenaces y pujantes de esa fuerza armada.
A la luz de la realidad histórica no es aventurado afirmar que los 2 000 soldados y oficiales aportados por los villareños a la empresa de la Invasión a Occidente y el desempeño de jefes como Serafín, resultaron decisivos para la coronación victoriosa de esa gesta.
Sobre su valía dijo Martí, poco antes del inicio de la Guerra del ’95: «Uno de los hombres de más dignidad y entereza que conozco, más sanos y generosos, y de utilidad verdadera para Cuba, es nuestro General Serafín Sánchez»… De ahí el vacío insondable de su pérdida, acaecida el 18 de noviembre de 1896 en un punto de las márgenes del río Zaza que pasó a la historia como Paso de Las Damas, hoy punto de veneración y tributo.
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