Fruto de toda la historia previa desde las luchas contra España, la Generación del Centenario recogió el legado heroico de sus ancestros y llevó la revolución martiana a la toma del poder político.
Necesidad histórica derivada de todas las luchas anteriores desde la revolución independentista, la generación del centenario de José Martí es fruto y consecuencia de las frustraciones y carencias dejadas por el proceso político posterior al 20 de mayo de 1902, cuando surge la llamada República mediatizada.
Las torceduras congénitas de aquel árbol, cuya Constitución, la de 1901, nació mancillada por la tristemente célebre Enmienda Platt, se agravaron desde el mismo amañado proceso que llevó al poder a Tomás Estrada Palma, guiado por las autoridades de ocupación yanquis.
Cada nuevo gobierno regido por alguno de los partidos y caudillos surgidos con la débil república significaba una profundización de los males endémicos, una negación de los ideales y anhelos martianos expresados en la frase: “Con todos y para el bien de todos”, una afrenta mayúscula a las aspiraciones del pueblo cubano.
La corrupción política galopante y el caudillismo heredado de las guerras contra España, en las cuales sucumbieron los hombres más preclaros de aquellas luchas, pero sobrevivieron segundones permeados de ambición como Mario García Menocal y Gerardo Machado y Morales, condujeron a un proceso revolucionario que detonó el 12 de agosto de 1933 con el derrocamiento del llamado “Asno con garras”.
Empero, al decir de Raúl Roa García, uno de sus participantes, la Revolución del 30 “se fue a bolina”, traicionada por algunos de sus exponentes, en medio de un complejo proceso de confusión nacional y fuertes presiones provenientes de Washington, que utilizó a un oscuro sargento taquígrafo, Fulgencio Batista, para darle el golpe de gracia.
En el complicado escenario político interno, ejerció su influencia el panorama internacional con la irrupción del fascismo en Europa y la consecuente creación de frentes nacionales para enfrentar su amenaza. Ese fue el origen del gobierno inaugurado por Batista el 20 de mayo de 1940 y la famosa Constitución de ese año, ponderada de progresista y revolucionaria.
Pero Batista no aplicó la flamante Carta Magna e incumplió sus promesas electorales, para defraudar al pueblo, que en los comicios de 1944 dio su voto mayoritario al doctor Ramón Grau San Martín, del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico).
Sin embargo, ni Grau ni su sucesor, Carlos Prío Socarrás (1948-1952), justificaron las esperanzas populares, sumiendo a su vez al país en el gansterismo y la corrupción. En las filas de su partido se produjo una escisión cuando el senador Eduardo Raúl Chibás, un político nacionalista con una honradez a toda prueba, se separó y fundó su propia agrupación denominada Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo).
En las huestes del PPC (O), se nuclearon numerosos jóvenes de ideas revolucionarias, entre los cuales figuraron Fidel y Raúl Castro, Abel Santamaría, Jesús Montané Oropesa y muchos otros, los cuales integraron la Juventud Ortodoxa.
El 16 de agosto de 1951 muere Eddy Chibás a consecuencia de un disparo que se hizo durante una trasmisión radial, cuando no pudo probar las graves acusaciones de desvío de fondos y enriquecimiento ilícito formuladas contra dos ministros del régimen de Prío.
No obstante lo anterior y a pesar de la conmoción sufrida, se hizo evidente que, aun sin Chibás, el PPC ganaría las elecciones previstas para mayo de 1952, por lo cual Batista, en contubernio con la embajada estadounidense, ejecutó el 10 de marzo de ese año un golpe de estado contra los poderes constituidos.
Aquel zarpazo alevoso dado por el hombre fuerte del ejército provocó una reacción nacional que tuvo su mayor expresión en los sectores populares, la juventud, las organizaciones obreras y estudiantiles y, por supuesto, el Partido Socialista Popular.
Pronto fue evidente la inacción y capitulacionismo de los partidos tradicionales frente al régimen de facto, e incluso dentro de la ortodoxia se atizaron querellas bizantinas entre políticos, mientras ganaba terreno entre organizaciones e individuos un espíritu de conspiración para tratar de quitar a Batista del poder utilizando sus propios métodos golpistas.
Es aquí donde surge con fuerza sorprendente el liderazgo del joven abogado Fidel Castro, quien desde las páginas de El Acusador, Alerta y otros órganos de prensa atacó de inmediato al tirano y su régimen de asesinos y ladrones, al tiempo que nucleó en torno a su figura a jóvenes ortodoxos y a muchos venidos del Movimiento Nacionalista Revolucionario del doctor García Bárcenas, el PSP y otras organizaciones.
En los cinco meses comprendidos entre agosto de 1952 y enero de 1953, la organización liderada por Fidel creció en hombres y disciplina, sumándose al entusiasmo patriótico decenas de jóvenes procedentes de Artemisa, Guanajay, La Habana y otros lugares.
El 28 de enero de 1953, en ocasión de conmemorarse los 100 años del natalicio del Apóstol, una impresionante manifestación de estudiantes y obreros bajó por la escalinata de la universidad habanera portando antorchas. Se destacaba entre ellos una legión de 500 jóvenes capitaneados por Fidel, muchos de los cuales ya habían recibido instrucción militar. Acababa de saltar a la palestra la Generación del Centenario de José Martí, llamada a realizar la hazaña suprema de liberar y transformar la patria.
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