El 11 de marzo de 1974 se encontraba este redactor en la Escuela de Historia de la Universidad de La Habana cuando se recibió la triste noticia del fallecimiento del querido líder proletario Lázaro Peña González, fundador y primer secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), surgida a finales de enero de 1939 en la bella ciudad de las columnas.
El alma máter en pleno acudió como parte del pueblo al homenaje póstumo al justamente llamado Capitán de la clase obrera cubana en la base del Monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución.
A la altura de las 24 primaveras de entonces sentí la cuantía de la pérdida pero no podía imaginar que, 40 años después, aquel hombre seguiría vivo en los trabajadores cubanos y que su larga ejecutoria serviría de ejemplo en la crucial batalla por perfeccionar el modelo económico según los Lineamientos aprobados en abril del 2011 por el VI Congreso del Partido.
No existe pizca de retórica en estas palabras. De ello dan fe los cientos de asistentes al reciente XX Congreso de la CTC y todos los que a lo largo y ancho del país siguieron sus sesiones a través de los medios, coronadas por el discurso de clausura pronunciado por el Presidente Raúl Castro Ruz.
Con total responsabilidad y trasparencia, el cónclave abordó temas de máxima importancia para los trabajadores, como el de la insuficiencia del salario, acerca de lo cual se expresó el Presidente cubano.
El mandatario reconoció que el salario no satisface todas las necesidades del trabajador y su familia, “lo que genera desmotivación y apatía hacia el trabajo, influye negativamente en la disciplina e incentiva el éxodo de personal calificado hacia actividades mejor remuneradas”.
De otro lado, también se refirió Raúl a la situación de los casi 1 700 000 ciudadanos jubilados, cuyas pensiones y retiros no están acordes con el costo de la canasta básica. Las palabras de Raúl mostraron un profundo conocimiento de las situaciones planteadas por la membresía de la segunda más nutrida organización en el país, después de los Comités de Defensa de la Revolución.
El mandatario profundizó en aspectos medulares de la política económica interna y dejó bien sentado que “ninguno de los cambios que realizaremos podrá jamás atentar contra las conquistas sociales fruto de la Revolución”. Explicó Raúl sucintamente la complejidad de los problemas que enfrentamos y los principios que se siguen en la aplicación de la política trazada para no incurrir en errores que luego pueden costarle caro al país, porque, dijo: “Si el salario medio crece más rápido que la producción de bienes y servicios, los efectos para la economía y el pueblo serían fatales, ello equivaldría a comernos el futuro”. Y apuntó también que “para distribuir riqueza, primero hay que crearla y para hacerlo tenemos que elevar sostenidamente la eficiencia y la productividad”.
Siempre bajo el principio de trabajar sin prisa, pero sin pausa, Raúl subrayó que el proceso de actualización del modelo económico y social va dirigido a crear las condiciones que permitan el incremento sostenido y sustentable del ingreso de los trabajadores estatales y a la vez preservar las conquistas sociales de la Revolución.
“En estas circunstancias —puntualizó el Presidente— crece el papel del movimiento sindical cubano y las importantes misiones que le corresponden: por una parte, organizar, integrar y movilizar a los trabajadores en interés de la formación de valores laborales, patrióticos y morales, y por la otra, representarlos y defender sus derechos ante la administración en un clima de exigencia mutua”.
Es decir, que hay conciencia total acerca de los problemas que subsisten y que afectan a los trabajadores y al pueblo, y —como nunca antes— se cuenta también con el programa más coherente y detallado para enfrentarlos en la historia de la central obrera. Lázaro hubiera dicho —nos dice ahora mismo— con su énfasis de capitán proletario: “¡Manos a la obra, trabajar es la palabra de orden!”.
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