Para Elizabeth Ávila Quesada no existe mayor satisfacción que encontrarse con sus alumnos cada mañana. Con más de dos décadas en el sector, esta educadora aún siente el mismo deslumbramiento cuando escribe la fecha en la pizarra
El frío invernal se empeña en escurrirse entre los ventanales y atormentar a los pequeños de la escuela primaria Noel Sancho Valladares, en Cabaiguán. Sin embargo, cuando Elizabeth Ávila Quesada da los buenos días a los 40 estudiantes de tercero A, regresa el calor. “Son como mis hijos, prácticamente los he visto crecer. Lo difícil será cuando pasen al segundo ciclo porque les echaré de menos”, confiesa.
Puerto Padre la vio nacer; Cabaiguán la acogió desde niña, y en Punta Diamante erigía un imaginario Círculo Infantil donde los vecinos devenían aprendices; juegos de infancia que moldearon su vocación, enraizada definitivamente al término de noveno grado para inaugurar el camino del magisterio en su familia.
Ahora, después de dejar a los pequeños a cargo de Yudeinis Bombino, su compañera de trabajo, y advertirles que “se porten bien, que la maestra va a atender a los compañeros de la prensa”, la voz se le entrecorta al ver la grabadora encendida, acaso porque su modestia no le permite dilucidar cuánto bien ha hecho.
¿Cómo recuerda el primer momento frente al aula?
Cuando me gradué en Escuela Formadora de Maestros Rafael María de Mendive me enviaron a cumplir el Servicio Social en El Pedrero, Fomento. Tenía aproximadamente 19 años. Me recibieron un grupo de padres y campesinos de la cooperativa, pero lo que más recuerdo es a los niños preguntando si yo era su nueva maestra. Trabajaba con primero, tercero y quinto grados. ¡Imagínate, una recién graduada con grupos tan diferentes! Pensé que aquel día no iba a terminar nunca, pero me acostumbré y hoy agradezco que mi primera experiencia haya sido así.
Por lo general, muchos padres se asombran ante maestras jóvenes y dudan de su capacidad. ¿Le sucedió?
“Si alguien lo pensó, nunca lo hizo público. Supongo que preocupaciones sí tuvieron porque había maestros con experiencia. En algunos momentos me sentí insegura, pero comprendí que ser maestra se trataba de eso y que había llegado el momento de la verdad, como se dice. Si te dijera que muchas familias no me acogieron como una más en sus casas, sería ingrata”.
Más tarde recaló en la Noel Sancho Valladares, sitio donde ha permanecido hasta hoy “y aquí me pienso jubilar —aclara—. Fue como empezar de cero. De nuevo me tocó un grupo de 40 alumnos, cosas de la vida, creo. Logré vencer el reto otra vez, por eso le digo a la gente joven que no tenga miedo.”
¿Considera que es lo mismo ser maestra que educadora?
Desde mi experiencia pienso que cualquiera puede tener el título de maestro, es decir, poseer la capacidad de impartir conocimientos, pero un educador debe llegar al terreno familiar, afectivo, formar valores, conductas. Educar es como un árbol que nunca deja de crecer y, en la medida que lo cuides, puede dar buenos frutos.
Entonces, usted se considera más educadora que maestra.
Al menos eso trato y el tiempo me ha demostrado que vale la pena.
Sin embargo, no todos los alumnos resultan agradecidos…
Eso siempre sucederá. Muchos estudiantes, cuando crecen o cambian de enseñanza, apenas nos saludan. Eso da tristeza, por supuesto, porque a lo mejor fue un alumno con el que tuviste que luchar mucho, pero eso forma parte de la profesión y se asume como tal.
De pequeña usted se inclinó por la educación en Círculos Infantiles. ¿Por qué no materializó ese sueño?
Cuando estudiaba para maestra primaria, poco a poco la inquietud fue desapareciendo. En el aula tengo dos niños con características diferentes: uno con síndrome de Down y otro con retraso mental. Ambos vienen conmigo desde primer grado con un programa especial. Si bien sus limitaciones no les permiten compararse con el resto, ya leen, emiten sonidos… Con ellos se unen mis tres preferencias: la Educación Primaria, la atención constante —que es un elemento muy particular de los Círculos Infantiles— y mi admiración por la Enseñanza Especial.
Actualmente se percibe cierta apatía en los jóvenes hacia las carreras pedagógicas.
Quizás deba trabajarse con más fuerza en la formación vocacional y enaltecer la labor del maestro en todos los sentidos. Muchos colegas han abandonado las aulas por cuestiones económicas. Yo no los juzgo, pero ese tema está pendiente: la estimulación al maestro no solo debe enfocarse desde el punto de vista moral.
Cuando llegue el momento de la jubilación…
Todo el que me conoce sabe que a mí no me gusta la casa. Por eso te puedo asegurar que yo seré una de las jubiladas reincorporadas. Hasta que la salud me lo permita, me verán con la tiza y el borrador en la mano.
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