Más de 10 años antes de morir, Hugo Chávez selló la imagen de líder irreverente y desenfadado por la que habría de trascender con una frase más simbólica que metafísica: “Esta silla a mi lado no está vacía; aquí está presente el espíritu de Bolívar”.
Chávez: Un Gigante bajo la Luna
Tributo del pueblo venezolano al Comandante Hugo Chávez
En aquel entonces no podía imaginar que el hijo de Sabaneta de Barinas expiraría aún joven en su lecho de enfermo, como el Libertador, dejando a medio mundo con el desconcierto atravesado en la garganta mientras Nicolás Maduro se desgarraba frente a las cámaras de la televisión: “Ha fallecido el comandante presidente Hugo Chávez Frías”.
No fue en ese momento de desconsuelo universal sino después, una vez superado el primer abatimiento, cuando pensé en Bolívar y en lo mucho que se asemejaron los destinos de ambos caudillos separados por la vorágine de casi dos siglos; una certidumbre que ratifico ahora, mientras releo por enésima vez la novela de Gabriel García Márquez sobre la travesía del Libertador por el río Magdalena hacia la última tarde de su vida y reconozco en ese viaje de postrimerías los mismos dilemas y cabos sueltos —¿los mismos miedos?— que Chávez hubo de padecer.
Abatido por la incomprensión de sus contemporáneos, Bolívar murió sin ver cumplido el sueño megalómano de la Gran Colombia, demasiado utópico para la época; Hugo Chávez, sin embargo, alcanzó a conquistar la tan ansiada consolidación de un bloque supranacional en la región, pero apenas un año después de su fallecimiento Venezuela se debate en rencillas internas.
Se sabían condenados. Por eso el Libertador pidió ser enterrado en Venezuela; por eso Chávez, cuando los médicos cubanos que lo atendían se dieron por vencidos frente al cáncer, determinó emprender el trayecto de La Habana a Caracas sin bullicio ni remedio.
El Gabo, que puede llevar a extremos la nostalgia, describió el minuto fatal del 17 de diciembre de 1830 como si hubiese estado junto al Libertador en la quinta de San Pedro Alejandrino: “la última cama prestada, el tocador de lástima cuyo turbio espejo de paciencia no lo volvería a repetir, el aguamanil de porcelana descarchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos (…). Entonces cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salve de las seis en los trapiches, y vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse”.
De seguro Chávez, que se aferró a este mundo hasta quedar sin fuerzas, también exhaló en medio de la agonía la frase que el Gabo puso en labios de Bolívar: “Carajos, ¿cómo voy a salir de este laberinto?”.
Publicado originalmente en Cuba profunda, blog de la autora.
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