Los hechos que documentan el proceso fundacional en Sancti Spíritus durante 1514 pudieran atestiguar más de un hito en el protagonismo excepcional del padre de las Casas.
Mucho se ha escrito sobre la fundación de las siete primeras villas en el territorio insular, y a pesar de que no quedan evidencias documentales de ningún tipo como para refrendar los actos oficiales de poblamiento, Sancti Spíritus tiene el privilegio de ostentar una fecha apoyada en indagaciones de reconocido prestigio.
Alrededor del hecho creció con lógica rapidez el mito de la conversión de Fray Bartolomé de las Casas, clérigo que propugnó una de las utopías sociales más contundentes de la conquista para evitar la extinción de la raza aborigen víctima de los desmanes de la colonización. Pero cabría preguntarse si a la distancia de 500 años de ambos acontecimientos, la Historia local ha podido decantar sus vínculos y diferenciar la índole de sus significados en el conocimiento cabal de los espirituanos de hoy.
EL REPARTIDOR DE INDIOS
Velázquez dispuso los ánimos para continuar la travesía, las lluvias de mayo aliviaban los ardores de la canícula, pero calaban los huesos con una humedad que descomponía los humores del cuerpo.
Atrás quedaban jornadas de duro bregar desde que arribara en canoa a la bahía de Jagua el 23 de diciembre de 1513 y más tarde buscara asiento en las márgenes del Arimao, la mayor corriente fluvial de esos contornos donde sus exploradores habían encontrado muestras del metal precioso. Allí fundó la tercera de las villas bajo la advocación de La Santísima Trinidad para perpetuar el recuerdo de su Segovia natal, devota de la trilogía divina.
Tomando rumbo norte, los hombres de su avanzada habían localizado un paraje a orillas de un río que los aborígenes llamaban Tuinucú, donde quizás el oro relumbrara en las arenas de sus sueños escarmentados siempre por la inclemencia de los jejenes.
Corrían entonces los días finales de mayo de 1514 y el Repartidor de Indios, título que su majestad el rey le había conferido para aplacar la mala ralea de su tropa y someterla al principio de vecindad —que los obligaba a permanecer en las tierras fundadas después de recibir haciendas e indios sometidos al vasallaje bajo el pretexto de la catequización o conversión a la fe cristiana— no podía menos que pensar en la cercanía de la Pascua de Pentecostés.
Para aquella celebración dedicada al Espíritu Santo había invitado a Fray Bartolomé de las Casas, clérigo asentado en el archipiélago de los Canarreos con una encomienda de aborígenes que él mismo le confiriera como premio a su lealtad.
El fraile dominico accedió a dictar misa en la iglesia de yagua y guano levantada por los hombres de la avanzada con el auxilio de los indios de la comarca, no ya en la costa meridional, sino en tierra adentro para salvar enormes extensiones sin presencia española.
Velázquez farfulló una jerga de improperios, temeroso de que el sacerdote aprovechara la ocasión para sermonear a sus seguidores con la más insólita de las revelaciones, pero se tranquilizó dando crédito al mutuo acuerdo de mantener el secreto.
EL DEFENSOR DE LOS INDIOS
Llamado por Velázquez a título de capellán y consejero en la empresa de la conquista desde los lejanos días de 1512, el padre Bartolomé de las Casas no pudo negarse a la petición del caudillo para que oficiara la misa en la Pascua de Pentecostés, festividad religiosa que celebraba la venida del Espíritu Santo y que dio nombre al asentamiento en ciernes.
Antes de abandonar La Trinidad había renunciado a su encomienda de indios y una exaltación contenida sofocaba de consuno su ánimo disipado. Los versículos bíblicos del capítulo 34 del Eclesiástico, que promulgaban:”Quien quita el pan ganado con el sudor es como el que mata a su prójimo. El que a Díos ofrece sacrificios tomados de la hacienda de los pobres es como el que degüella a su hijo delante de su padre”, habían obrado en su espíritu, mientras preparaba los oficios de la misa, una suerte de catarsis, inicio de su prédica a favor de los habitantes nativos.
Confesó su hombradía a Velázquez, quien no escatimó esfuerzos para hacerlo desistir de semejante conversión porque deseaba verlo rico y próspero, pero solo pudo arrancarle la promesa de mantener la callada por el momento.
El tiempo pasó y el 15 de agosto de ese 1514, Las Casas, que nunca regresaría a sus condominios en Trinidad, sintió el rigor de la concupiscencia y temeroso de cometer flagrante pecado mortal pronunció su famosa homilía conocida como el Sermón del Arrepentimiento. Más temprano que tarde había roto la promesa desde el improvisado púlpito de la iglesia de yagua y guano, donde dos meses antes bendijera el nuevo asentamiento.
Los 46 parroquianos llegados con el gobernador de la isla se escandalizaron, y el propio Velázquez escuchó perplejo aquel primer reclamo emancipatorio que condenaba: “Su ceguedad, injusticias y tiranías y crueldades que cometían en aquellas gentes inocentes y mansísimas y cómo no podían salvarse teniéndolos repartidos, ellos y quien se los repartía; —tenían— la obligación a restitución a que estaban obligados, y que él, por conocer el peligro en que vivía había dejado los indios…”
“Quedaron todos admirados y aun espantados de los que les dije —escribiría más tarde— y algunos compungidos y otros como si lo soñaran, oyendo cosas tan nuevas como era decir que sin pecado no podían tener los indios a su servicio…”
LAS PIFIAS
Muchas son las pifias que germinaron a expensas de la fundación, fraguadas en acontecimientos recogidos o copiados por los escribas del Nuevo Mundo con desiguales aciertos, casi siempre de oídas y sin participar directamente en los hechos. El Padre de Las Casas, testigo presencial de primera mano, escribió 33 años después su Historia de las Indias no sin reconocerle errores considerables.
Los historiadores espirituanos Manuel Martínez-Moles, su sucesor Segundo Marín y, más cercano en el tiempo, el investigador Santiago Prieto Cápiro, quien realizó un encomiable cotejo de los calendarios Juliano y Gregoriano para demostrar cómo la fecha movible de los festejos de Pentecostés coincidió en 1514 con el 4 de junio, arrojaron luz sobre las disímiles teorías trasegadas a lo largo de las últimas cinco azarosas centurias.
Sin embargo, se ha generalizado la creencia de asociar la misa ofrecida por Las Casas, que consagró oficialmente la fundación de Sancti Spíritus tomando como pauta la festividad religiosa del Espíritu Santo para denominar la villa, con el famoso Sermón del Arrepentimiento, ocurrido el 15 de agosto de 1514, fecha fijada desde el siglo VI para celebrar el Día de la Asunción.
Todo parece indicar que son por separado dos hechos contundentes debidos a la presencia de Las Casas. Si el primero no hubiere bastado para reivindicar la fecha de la fundación, el otro resultaría suficiente para conferirle excepcional relieve, como lo señala la doctora Hortensia Pichardo en La fundación de las primeras villas de la isla de Cuba:
“A la villa de Sancti Spíritus le cabe la gloria de que en su suelo se haya escuchado por primera vez en la isla una voz clamando por la libertad de los naturales, voz (que) logró fijar la atención de los monarcas y del Consejo de Indias en el problema indígena y en la necesidad de hallarle soluciones más humanas”.
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