La imagen televisiva de Ramón frente al nicho que guarda los restos de su madre sacó mis lágrimas de una manera inesperada, como inesperada fue su llegada a la Patria; así, de la noche a la mañana, sin que nos diera tiempo a pensar en cómo sería su reacción cuándo supo que dentro de poco estaría con sus seres más queridos.
“Mamá, ya regresé como te lo prometí”, le dijo mientras depositaba un ramo de flores que se multiplicará por los muchos años que estuvo en prisión sin llevarle rosas en cada aniversario.
Nadie puede sostener las lágrimas ante esa imagen, ante esa firmeza, ante la emoción o la expresión de sentimientos de un hijo que regresa a su país con la satisfacción del deber cumplido, aunque sepa que su madre no pudo aguardar por él para recibirlo, como el resto de los familiares, en el propio aeropuerto.
A su mamá, Ramón Labañino le llevo flores y con ellas, le entregó todo el amor que no pudo regalar, personalmente, durante 16 largos años de espera tras las rejas.
“Ya estoy aquí”, repetía mientras acariciaba la tapa de su bóveda, imaginando, tal vez, que la mimaba, le peinaba sus canas o le velara el sueño cuando estuviese enferma.
¡Cuántas atenciones restringidas a causa de la distancia! ¡Qué nostalgia del ser que le dio la vida, lo educó, le enseñó a dar sus primeros pasos o a decir las primeras palabras!
Ante esa imagen desgarradora del hombre convertido en Héroe, creo que nadie, absolutamente nadie, pudo retener las lágrimas.
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