Miércoles, 17 de diciembre. Toda Cuba, frente al televisor. La alocución de Raúl nos llevó a otra galaxia, a raíz de la confirmación de la llegada a la Patria de Gerardo, Ramón y Antonio, y del anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Nacía un río en el desierto.
Ha brotado un río en el desierto; pero los ojos me privaron de dar la noticia. Una intrusa catarata, que le lanzó un golpe bajo a la miopía de antaño, me alejó de Escambray desde septiembre, casi sin tiempo para colocarle el punto final a la entrevista “No basta con decir que los Cinco son inocentes”, realizada al galerista de Arte suizo-estadounidense Gilbert Brownstone, en su paso por Sancti Spíritus.
A la libertad ya no le falta ningún pedazo
Volvieron: la palabra que estremeció a Cuba
A despecho de la recomendación médica, aquí estoy adivinando las gastadas letras del teclado porque pareciese que la Tierra se detuvo por unos segundos: Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio Guerrero abrazaron de nuevo a Cuba este 17 de diciembre, gracias a la “herejía” del presidente de Estados Unidos Barack Obama de devolverles la libertad, usurpada el 12 de septiembre de 1998.
Una amiga espirituana, de visita familiar en Canadá, me puso sobre aviso a través de Facebook, cuya invención vino al mundo para confirmar que escasos secretos deambulan hoy entre cielo y tierra.
—Holaaaa, escribió Ana Rosa para reclamar mi rápida atención de internauta mañanero despistado, y a seguidas añadió:
—Me puse muy contenta con la noticia de los 5 héroes; me gustaría estar ahora en Cuba.
—¿De qué hablas?, le espeté a la distancia de un clic.
— Por la CNN están diciendo q los tres están viajando hacia Cuba y que Gross ya vuela a EE. UU.
Con la duda de guardia, deambulé torpemente —sin espejuelos— por Internet. “Comparecerá Raúl en la Radio y la TV este mediodía para hablar sobre relaciones con EE.UU.”, publicaba el sitio www.cubadebate.cu. El Nuevo Herald desplegaba en su portada digital: “Fuente AP: Cuba libera a estadounidense Alan Gross”; “Obama hablará al mediodía”, recogía, además, el despacho.
Y con el “¡Ñooo!” aún en la boca, marqué el teléfono de la Redacción:
—René acaba de poner en Twitter que VOLVIERON; estoy redactando la nota”, me confirmó Gisselle, la subdirectora, presa de la emoción y de la premura para que Escambray tuviera la primicia entre los medios digitales cubanos, tal como aconteció.
—Ojito, ¿qué es lo que está pasando?
La pregunta de la vecina cortó mi paso cuando vencía, casi de dos en dos, la escalera del edificio.
—Pon el televisor a las 12. Voy para el periódico.
—¿Y tú no estás de certificado médico?
CAMINO A LA REDACCIÓN
Al salir a la calle, un coche, la salvación. Durante los pocos minutos de viaje, llegó el diluvio de recuerdos, entre estos, la ocasión en que por primera vez tocamos la puerta de la casa de Mirta Rodríguez, quien reconoció el 27 de diciembre de 2001 como día más amargo de su vida, al saber la sentencia de Tony. Al escuchar el veredicto de la jueza, una amiga cercana de su hijo se levantó del asiento: “¡Ohh!”; Mirta no entendía nada. Roberto, el hermano de René, le aclaró: cadena perpetua más 10 años; “¡Ay, Dios mío!”, dijo la madre.
“Temo que los años no me alcancen para esperarlo”, se lamentó Mirta, mientras nos regalaba una fotografía de su entonces visita más reciente a la prisión de Florence, Colorado; Ella, en primer plano; detrás, los picos nevados de las Montañas Rocosas, vigilantes, también, del andar de Antonio por la prisión federal.
Aquel primer diálogo quedó inconcluso; una llamada del abogado Roberto —sumergido en los avatares del equipo de defensa de los Cinco— a la casa de Mirta nos recordó que aguardaba por nosotros, incluida Arelys, mi compañera de vida y de profesión.
Por Roberto conocimos cómo su hermano, estando en el Servicio Militar, se enamoró del tanque asignado, que “cuidaba como si fuera un carro para pasear a la novia”; aunque la obsesión de René era convertirse en piloto.
Ello me lo recalcó Irma Sehwerert, su mamá, quien cierta mañana nos abrió de par en par las puertas de su hogar en el Cotorro, donde se declaró deudora de su abuela Manuela, de quien heredó cortar siempre por lo sano. Hacía tiempo, Borrego, el director de Escambray, nos había sugerido entrevistarla; razones ajenas a la madre de René lo habían impedido.
Digo más, un trance antológico en nuestra cobertura periodística del caso de los Cinco lo experimentamos cuando —a pesar de creer haber tenido todo concertado para dialogar con ella a su supuesto paso por Trinidad— se presentó ante nosotros su nieta Irma, la hija mayor de René, por llevar el mismo nombre de pila. Nuestro privilegio no disminuía; delante, la sangre y el linaje del héroe. A golpe de oficio y sobre la marcha, trenzamos un cuestionario que nos develó las ansias de un ser humano.
Al escuchar sus confesiones y otras nacidas en el devenir de tanto diálogo con los familiares de los Cinco, no peco al decir que muchas veces envié de vacaciones mi ateísmo e imploré a Dios para que intercediera a favor de Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González; estos dos últimos los primeros en retornar a Cuba, luego de purgar sus sanciones en prisiones estadounidenses.
Ese olor a celda también caló la piel y la memoria de Olga Salanueva, esposa de René, quien, después de tres meses de confinamiento en Fort Lauderdale, fue deportada a Cuba en noviembre del 2000, y a partir de ahí se desdobló en el horcón de la familia ante la ausencia de su compañero.
“¿Quién es mi papá?”, solía indagar Ivette, su hija menor. “Ojito, cuando ella me hacía la pregunta, a veces me quedada en blanco; pero, bueno, yo me consolaba. Tenemos la suerte de tener hijos y vernos repetidos en ellos; por eso, pienso tristemente en Adriana y Rosa”, sostuvo, mientras me brindaba una taza de café para cerrar una de nuestras pláticas en la bulliciosa Habana.
Con el mismísimo gusto, saborearíamos en meses posteriores otra colada en el apartamento de Rosa Aurora Freijanes, esposa de Fernando González, a quien, debido a nuestro torrencial de preguntas, se le había olvidado poner la cafetera.
“¡Qué cabeza la mía! Discúlpenme, vengo ahora”, se excusó aquella tarde, que aún debe recordar el estremecimiento de los reporteros cuando escuchamos de voz de Rosa Aurora: “Me duele saber que Ferna no va a trascender en otro ser humano”.
De esa privación se conmueve, igualmente, Magali Llort, madre del héroe cubano, cuyas palabras regalaron primicia y calidez a las páginas de Escambray en más de una oportunidad. Con gratitud recuerdo su delicadeza al devolvernos la llamada a la Redacción, al quedar reflejado el número telefónico en su contestadora. Ese día confesó su cierta aprensión hacia los reporteros vivida en los años iniciales de la épica por el retorno de los Cinco. “No es lo mismo hablar en un grupo que para una entrevista, porque no sabes hasta dónde llegará el periodista y cómo me puedan interpretar”.
Las planas de este semanario pueden confirmarlo: ni una vez ninguno de mis colegas ni yo nos emboscamos tras una pregunta indiscreta frente a familiares y amigos solidarios con la causa, en busca de la exclusividad, corporizada en la primera entrevista —no declaraciones— que concediera René González a la prensa nacional, luego de que la jueza Joan Lenard accediera a su permanencia definitiva en la isla, a cambio de la dejación de su ciudadanía estadounidense.
“Llámame dentro unos días. Voy camino a la Sierra Maestra”, me sugirió del otro lado de la línea a finales de mayo del 2013. René, junto a Olga e Irmita, se sumaba por esa fecha a la expedición que situaría un busto de Hugo Chávez en el Pico Caracas. De regreso a La Habana, acontecería el diálogo, hilvanado a cuatro manos con Arelys, e iluminado por un hombre magnánimo y terrenal, al igual que el resto de sus hermanos.
DILUVIO DE EMOCIONES
Miércoles, 17 de diciembre. Toda Cuba, frente al televisor. No sé si les ocurrió a ustedes, mas, la alocución de Raúl me llevó a otra galaxia, a raíz de la confirmación de la llegada a la Patria de Gerardo, Ramón y Antonio, y del anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Nacía un río en el desierto, y mis colegas, todos oídos y ojos, le tomaban con destreza el pulso vital a la noticia. No me apena proclamarlo: una sana envidia me rondó hasta hoy.
El día dispararía más emociones. Cuba entera seguía pendiente de la televisión en espera de las imágenes, hasta que el Noticiero Nacional desató la apoteosis, al verlos descender del avión.
¿Quién olvidará las manos presurosas de Adriana y Gerardo buscando sus rostros para tener la certeza de que no soñaban? ¿Quién olvidará el beso desinhibido de Ramón y Elizabeth sin importarles las cámaras y los flashazos? ¿Quién olvidará aquel: “Yo te lo dije”, de Maruchi, a voz en cuello, cuando apenas se abrió la puerta del salón y divisó a su hermano Tony?
Solo entonces Mirta disipó su temor: sí le alcanzaron los años para esperar al hijo; a Nereida, la madre de Ramón, lamentablemente, no. Ella partió físicamente tres meses antes del arresto de los Cinco. “… el mayor consuelo que tengo es que no le di el dolor de verme preso”, escribiría el héroe en el 2005 a sus hijas, quienes lo acompañaron a la tumba de Nena horas después de arribar a La Habana.
¿Cómo desterrar de la memoria aquel ramo de flores y las manos tiernas de Ramón deslizándose sin prisa sobre el nicho de su mamá? ¿Cómo desterrar de la memoria el beso de Gerardo a la sepultura de Carmen, a quien tampoco le alcanzó el tiempo para recibir a su hijo?
Otros, de similar modo, se despidieron físicamente como Roberto y Cándido, hermano y padre de René, en ese orden. ¿Cuánto puede suceder en más de 16 años? Demasiadas historias sin revelar habitan ese tiempo; por suerte, aquí estaré, o mejor, estaremos para contar esas noticias.
Como siempre genial lo que escribes, estoy toda lagrimera o llorosa pra decirlo correcto, pero es un llanto de alegria, bella imagen y cierta Un rio en el desierto, despues de estos acontecimientos y todos sabremos nadarlo, atravezarlo y vivirlo, nos vemos siempre, besos desde Canada con un gran corazon, cubano 100%,