Palabras leídas por escritor espirituano Pedro de Jesús López Acosta, Premio Alejo Carpentier en narrativa y ensayo, durante la ceremonia de inauguración de la XXIV Feria Internacional del Libro en Sancti Spíritus
Ferias puede haber muchas. Gastronómicas, agropecuarias, de artesanía… La que empieza hoy en Sancti Spíritus es especial, porque es la Feria del Libro.
Cuando se es niño, un libro resulta un objeto misterioso, casi mágico. Seduce por sus colores y la variedad de figuras que encontramos al hojearlo. Sin que estemos soñando, parece que ese tigre no es de papel y tinta, que aquel ratón puede hablar en verdad o que los cerditos están ciertamente en apuros…
Cuando empezamos a crecer, el libro se convierte, para algunos, en obligación, peso molesto, y cuesta cargarlo en la mochila. Pero basta que volvamos a abrirlo, como de pequeños, y el prodigio sucede otra vez. Aprendemos que la ballena y el delfín son mamíferos, aunque vivan en el agua y hubiéramos jurado que, por esa razón, eran peces. Aprendemos que la estrella más brillante en el cielo nocturno se llama Sirio. Y que el tallo de las plantas siempre busca la luz. Todo eso aprendemos. Y más, mucho más: nos emocionamos con las primeras novelas de aventuras y los primeros poemas de amor.
Cuando somos hombres y mujeres ya sabemos hace rato que el tigre del libro está hecho con papel y tinta, que los ratones no hablan, que los grandes amores y las aventuras extraordinarias son trama y urdimbre del destino, obra de milagro, fruto casi siempre esquivo del empeño. Sin embargo, da gusto abrirles esos antiquísimos ejemplares a los hijos nuestros o a los de amigos y parientes para tensar su imaginación y su espíritu. También, claro está, tenemos los volúmenes que nunca hemos prestado ni prestaríamos. Sobre todo aquellos que recuerdan a quienes quisimos y nos quisieron mucho y que, como testimonio de ese afecto o pasión, los plantaron un día en nuestras manos para —mañosa y sabia siembra— entrañarlos y hacerlos crecer en nuestro corazón. Libros y libros que nos han transportado a otras épocas y lugares, que nos han hecho vivir vidas diferentes a las propias.
Cuando somos ancianos, si hemos leído mucho, hemos viajado medio mundo. Hemos estado en las cataratas del Niágara, sin haber puesto un pie en Canadá, y subido a la torre Eiffel, sin haber llegado jamás a París. Hemos navegado en góndola por Venecia y caminado con paraguas y sobretodo por entre la niebla de Londres. Hemos abierto y cancelado y vuelto a abrir una cuenta en un banco suizo y casi nos morimos de frío con las nieves del Kilimanjaro o de calor en el desierto de Sahara o el de Atacama. Hemos sido marineros curtidos que se amotinan, donjuanes, impías abadesas, ladrones de un pan que nos llevó a presidio, damas adúlteras y suicidas… Hemos sido felices con una felicidad que no es la nuestra, y desdichados con una tristeza ajena. Somos nosotros y, al mismo tiempo, todos los personajes, todos los libros que, sentados en un sillón, bajo un árbol, una vez, muchas veces, leímos.
Aprovechemos entonces estos días para comprar libros. No solo para nuestra pequeña o gran biblioteca, armario, anaquel…, sino para agasajar a quienes estimamos, reblandecer a esa persona que nos interpone siempre su coraza, para conquistar a quien, en secreto o abiertamente, deseamos…
“No te regalo un ramo de violetas sino un libro”. Así comenzaba la dedicatoria del primer cuaderno de poesía que tuve y que leí. Me lo obsequió una maestra íntegra. Y aunque mi mamá nunca escribió en los libros que me traía al volver a casa de sus trajines por el pueblo, recibir su ofrecimiento al menos una vez al mes era más exultante que un juguete, más dulce que un surtido de caramelos.
Dedicándolos o no, regalen los maestros libros a sus alumnos, y los alumnos a sus maestros. Madres y padres a su prole, nietos a sus más venerables ancestros, amigos a las amigas, novias a los novios o las novias… Y viceversa.
Podrá escogerse entre más de mil títulos, de los cuales alrededor de 600 constituyen novedades editoriales. Y, a juzgar por la cantidad de ejemplares —más 105 000—, habrá para todos, fundamentalmente de literatura destinada a los niños.
Se comercializará esa joya bibliográfica que es el Diccionario botánico de nombres vulgares cubanos, de Juan Tomás Roig, y la cuarta edición, aumentada y corregida, del Diccionario básico escolar. Además, una nueva edición, ampliada, del Diccionario de términos de escritura dudosa, de cuyos autores, Fernando Carr y Moralinda del Valle, es también el Diccionario de cualidades, defectos y otros males del cubano.
Podrán adquirirse nuevas ediciones de obras tan demandadas como El monte, de Lydia Cabrera, y Los orishas en Cuba, de Natalia Bolívar, sin contar el Manual de santería, de Rómulo Lachatañeré, y otros títulos relativos a las religiones afrocubanas.
Asimismo, los espirituanos tendremos a mano los libros merecedores en 2014 de los premios Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, junto con varios textos de la India, Olga Portuondo y Leonardo Acosta, país y autores a los que se dedica el evento. Y Ediciones Luminaria sacará a la luz la producción poética completa de Raúl Ferrer, figura también homenajeada durante la Feria en razón del centenario de su natalicio.
¡A elegir, pues, y a regalar!
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