Ya dormía cuando el timbre del teléfono irrumpió en la quietud de la noche, a tientas estiré mi mano para descolgar el artefacto que reposa en la cabecera de mi cama, —oigo— contesté, y del otro lado del manófono la voz entrecortada de mi hijo se dejó escuchar…mami se murió Fidel.
Sentí frío, no en los huesos, sino en el alma, el llanto apareció también, ahora era yo la que quedaba sin palabras, hasta que por fin recobré el aliento, ¿Cómo dices? estás loco, ¿De dónde sacaste la noticia?, pregunté.
Mi hijo lo supo de antemano, estaba de guardia en la Emisora Provincial Radio Sancti Spíritus cuando llegó la información y le agradezco que me lo haya comunicado; conecté el televisor en busca de otros elementos, todavía no lo podía creer, a pesar de que todos sabemos que la muerte es inevitable para cada ser humano.
Al rato los primeros titulares en el cintillo informativo de Telesur: Muere Fidel Castro, líder de la Revolución cubana, pero antes ya había llamado a mi vecina, a mis colegas Carmen Rodríguez y Arelis García, a mi hermana…, trataba de buscar aliento, lloraba como lo hace un niño cuando pierde un juguete muy querido, como una hija a su padre.
No sé cuántas cosas experimenté en ese momento, recordé entonces a mi abuelo Bernabé cuando se ganó un televisor como machetero en la zafra del 70, el único equipo de ese tipo que llegaba al Reparto Canario, en mi natal Cabaiguán y rememoro, además, cómo cada tarde le abríamos las puertas de mi pequeña casa a los vecinos para que vieran la programación. Desde entonces el horario del noticiero era sagrado, el viejo se reía cuando Fidel hablaba, y le decía a los demás: “Ese sí los tiene bien puestos”, refiriéndose a la valentía del Comandante.
Cuando en la noche de este 25 de noviembre Raúl con voz hendida y un visible dolor dio a conocer la triste noticia al pueblo de Cuba, apenas unas líneas bastaron para confirmar el hecho y explicar la voluntad del líder histórico de la Revolución de ser cremado, entre otros detalles.
No hay dudas —pensé— se fue mi Comandante, pero seguirá aquí en cada momento vivido, pasado, presente o futuro, porque su visión trascenderá fronteras, haciendo camino al andar. Sequé mis lágrimas y me senté a escribir, conmovida y triste para no olvidar este momento y luego poder compartirlo con todos.
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