No sé si sería por aquello de hacerse el muerto a ver qué entierro se hace o para no crear expectativas que cayeran en medio del artificio, pero la inauguración de los Juegos Olímpicos de Brasil hizo alianzas con la tecnología y la fastuosidad, aunque desde la mesura y la pulcritud.
En algo sí: resultó fiel a su anuncio su arquitecto artístico Fernando Meirelles: la ceremonia brasilera defendió, por encima del despliegue de piruetas ficticias o poderíos informáticos, la representación de la basta y rica cultura brasilera salpicada de su samba ascentral que defienden más allá de los movimientos de los cuerpos cada vez que tienen oportunidades como ahora.
Fue la de Rio una ceremonia que derrochó virtuosismo, imaginación y buen gusto y apostó al futuro, a la igualdad, la inclusión y al despertar de conciencias para un planeta que puede sembrarse en semillas o desandar el Amazonas con su brote selvática varias veces en medio del estadio
Con la vigilia del Cristo rendentor que lo bendijo desde su imponencia, el Maracaná lució bello y fastuoso desde su monumental anchura y por cuatro horas contó la historia de Brasil en sucesiones artísticas, medioambientalistas y simbólicas con el pueblo como protagonista, actor, héroe.
Un despliegue de luces, color y ritmos hizo delirar a los presentes y a quienes desde la pantalla distante sintieron cercano el brillo de la noche donde transitaron, Ipanema, Oscar Niemeyer, Tom Jobim, su mítico Pelé, Chico Buarque, las favelas, Santos Dumont y el verde-amarillo de su bandera, que señoreó entre los colores como motivo de país.
Brasil es el rey del olimpismo y por una noche echó a un lado sus convulsiones políticas que reseñó por un instante con un decente abucheo para Temer que no se iluminó en las pantallas del estadio, según reseñan reportes de prensa.
La noche, que echó de menos a la Dilma que esculpió también estos Juegos, lanzó un mensaje de paz y de salvación para el mundo ese que representó desde las moléculas que le dieron origen hasta la trasmutación visual de todos los lapsos del desarrollo humano hasta llegar al Río de Janeiro monumental, carnavalesco y hermoso que encanta a poetas y sugiere motivos para soñar
Eso sí, fue fiel a su advertencia. Aunque guardado como todos en secreto, el encendido del pebetero haría dejación de la espectacularidad para refugiarse en la magia de la belleza artística como un mensaje de cambio a través de una escultura mecánica que replica al Sol.
Fue una ceremonia alegre como Brasil que pudo, por fin, abrir sus Olimpíadas y las de Latinoamérica toda.
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