Matemático, filósofo y escritor, el español Juan Mayorga sobresale entre los dramaturgos contemporáneos. Esta conversación tuvo lugar en el contexto del evento Espacio ITI 2017, celebrado en La Habana
Juan Mayorga (Madrid, 1965) es uno de los dramaturgos más prestigiosos de nuestro tiempo. Se licenció en Matemáticas y se doctoró en Filosofía, y en la actualidad dirige la Cátedra de Artes Escénicas y el Máster de Creación Teatral de la Universidad Carlos III, de Madrid. Por su obra, traducida a unos 30 idiomas y estrenada en otros tantos países, ha obtenido múltiples premios, entre los que se cuentan el Nacional de Teatro 2007, el Nacional de Literatura Dramática 2012, el Valle-Inclán 2009, los Max a la mejor adaptación en 2008 y al mejor autor en 2006, 2008 y 2009, así como el Premio Europa Nuevas Realidades Teatrales 2015.
La visita de Mayorga a Cuba, en este mes de septiembre, tuvo lugar en el contexto del evento Espacio ITI 2017, organizado por el Centro Cubano del Instituto Internacional del Teatro (ITI), que preside Carlos Celdrán, y la Casa Editorial Tablas-Alarcos, que dirige Omar Valiño. Junto al dramaturgo, también nos visitó el diseñador escénico, director de arte y docente español Javier Chavarría. En esta cuarta edición, el Espacio ITI ha sido posible gracias a la colaboración del Consejo Nacional de las Artes Escénicas y la Embajada de España en Cuba y su Consejería Cultural, AECID, Cooperación Española.
Durante algunos días ha impartido en La Habana el taller El espectador y su doble, del que han formado parte jóvenes dramaturgos cubanos. ¿Cuán útil es la docencia para Juan Mayorga?
Aprendo mucho de mis alumnos —tanto, que me da vergüenza llamarlos así—. Intento compartir con ellos mis lecturas, mis experiencias, mis convicciones, mis preguntas, esforzándome por evitar que mi voz asfixie esa voz propia que cada uno está buscando. A su vez, ellos me ofrecen sus conocimientos, experiencias, convicciones y preguntas. Se trata de una transmisión de doble sentido, un intercambio.
En el taller El espectador y su doble he podido conocer a cuatro jóvenes creadores de los que el teatro cubano puede esperar mucho: Taimí Diéguez, Laura Liz Gil Echenique, Roberto Viña y tú mismo. Ha sido un placer entrar en conversación con vosotros. Ojalá esa conversación no acabe nunca.
Recientemente ha visto la luz por Ediciones Alarcos, en la colección Biblioteca de Clásicos, el primer volumen de su Teatro completo. ¿Por qué tiene sentido para Mayorga la publicación de una dramaturgia que se encuentra en continuo proceso de reescritura?
Reescribo porque desconfío de la escritura, en particular de la mía. Reescribo porque soy ambicioso, pero limitado. Reescribo y, sin embargo, publico. No publico para ofrecer una obra que doy por acabada, sino para que los lectores me ayuden a escribirla. Espero que otros me ayuden a descubrir en mi texto frases que debo tachar y ocasiones de despliegue que yo no he sabido ver.
Es un gran honor para mí que Ediciones Alarcos haya incluido mi teatro en un catálogo donde hay escritores a los que admiro mucho. Y que haya confiado mis piezas a un editor tan responsable y que conoce tan bien mi trabajo como Abel González Melo.
Luego de más de 20 producciones de Cartas de amor a Stalin en todo el mundo, ¿qué opinión le merece el estreno cubano de la obra, en coproducción de las compañías El Túnel y Argos Teatro?
Para mí ya era un motivo de alegría que un creador al que respeto tanto como González Melo se interesase por mi pieza. Después de haber visto su montaje, puedo decir que estoy muy contento con este Cartas de amor a Stalin. Mi teatro aspira a construir una experiencia atravesada de acción, emoción, poesía y pensamiento, y todo eso tiene el montaje de Abel, cuyo primer mérito ha sido convocar a un estupendo grupo de actores: Alberto Corona, Liliana Lam y el enorme Pancho García.
Por otro lado, creo que la puesta en escena de esta obra puede tener un valor singular en Cuba. Hay en la obra frases, imágenes, gestos que la historia y la actualidad cubanas pueden resignificar con una intensidad que en pocos lugares puede darse. Si este Cartas de amor a Stalin ayuda a que algún espectador examine la sociedad en que vive y su propio lugar en ella, habrá merecido la pena escribirla.
Hábleme un poco sobre el vínculo entre teatro, historia y política, que atraviesa su escritura.
El teatro es un arte político porque se hace en asamblea, porque su firma es colectiva y porque es el arte de la crítica y de la utopía. Todas mis obras son políticas, aunque casi ninguna se ocupa directamente de la coyuntura política. Y todas son obras sobre el lenguaje –sobre cómo usamos el lenguaje y cómo somos usados por él–, el cual es, a mi juicio, el tema político por excelencia.
En lo que a la historia se refiere, cuando intento acercarme a un momento del pasado –lo he hecho en Cartas de amor a Stalin, en Siete hombres buenos, en El jardín quemado, en Himmelweg, en La lengua en pedazos, en El cartógrafo–, intento evitar dos tentaciones: el historicismo —que quiere reconstruir ese pasado— y la actualización —que atiende a lo que de actual hay en ese pasado, desatendiendo lo demás—. Busco construir en escena un tercer tiempo donde el pasado y el presente se encuentren en una cita peligrosa que desestabilice a ambos.
En los años recientes ha dirigido varias de sus propias obras. ¿Dónde se conectan el Mayorga dramaturgo y el Mayorga director?
Me he atrevido a dirigir tres de mis piezas: La lengua en pedazos, Reikiavik y El cartógrafo. Haciéndolo, he descubierto que dirigir es escribir —esto es, construir y ordenar signos para que otro los lea— en el espacio y en el tiempo. En el mismo sentido en que el autor es el representante del lector, el director lo es del espectador. Pero el autor escribe solo, mientras que el director lo hace con otros —en particular, con los actores—, que también escriben. Hay, además, una diferencia decisiva entre ambos oficios: el papel lo aguanta todo, mientras que el escenario no aguanta casi nada; el autor es omnipotente, mientras que el director ha de convertir los límites con que trabaja en ocasiones poéticas.
¿Qué se lleva consigo de esta, su primera visita a la isla?
La suerte es, ante todo, la gente buena con la que te encuentras en la vida. Yo he tenido en Cuba mucha suerte, esto es, encuentros maravillosos. Me voy con ganas de volver.
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