Dijo adiós Manolo Pérez González, el mítico constructor de los 158 puentes, símbolo humano de Sancti Spíritus
Durante más de medio siglo las espaldas de un hombre se cansaron de desafiar el castigo del sol en casi todas las provincias cubanas, en Nicaragua o en Iraq, pero no por eso se convirtió en un mito, sino porque tras el Puentero Mayor abundan las historias que rondan, casi siempre, lo legendario.
Nadie se atrevería a dudar que en 57 años de vida activa, siempre sin camisa —“porque esa lo que hace es molestar”— construyó 158 puentes, más de uno por cada año que estuvo activo y que unidos suponen más de 15 kilómetros de vías. El primero lo levantó en 1944, cuando se enroló como carpintero al frente de una cuadrilla de encofradores para la construcción de un puente sobre el río Juanicú, en la carretera de Trinidad, y todavía está en pie porque —como decía— “mis puentes están bien amarrados a la roca”.
De leyenda fue para él y su familia el inesperado encuentro con Fidel el 27 de julio de 1986 durante la inauguración del paso peatonal sobre el río Yayabo, conversación que fue posible tras un equívoco en la mañana, cuando la policía lo retuvo erróneamente mientras se dirigía a esperar a sus compañeros (porque en un momento del día tendrían un encuentro con el Comandante) en uno de los puentes de la Circunvalante Surcon su bicicleta destartalada y, al hombro, lo que él llamaba su oficina: una jaba vieja, repleta de planos, libretas gastadas “porque Fidel pregunta y a mí no ve a coger de atrás pa’lante”.
No pudo estar con sus compañeros y por la tarde su hermano lo llamó para que estuviera presente en la inauguración del Paso Peatonal. Lo demás fue casualidad; Joaquín Bernal, secretario del Partido en la provincia en ese momento, lo vio entre la multitud que se aglomeraba en el lugar y se produjo el histórico diálogo que dio pie a la famosa foto junto al Comandante en Jefe, la cual todavía cuelga, junto a otras, en la sala de la humilde vivienda.
Solo alguien de talla grande pudo trabajar sin parar durante 57 años y apenas pedir vacaciones en el 74, cuando solicitó 15 días y luego dos meses de licencia para operarse la columna; únicamente Manolo se compartió durante 75 años con dos amores diferentes: su trabajo y Encarnación, la “novia de siempre” porque vivió años esperándolo o lo acompañaba a los rincones más recónditos de Cuba.
Para hacerlo más legendario, sin malsana intención y sin premeditación, se le dio por muerto dos veces; sin embargo fue ahora que se marchó de este mundo el 14 de febrero, tranquilo y solo con su familia, rodeado de ese amor que tanto regaló a los suyos, no sin antes contar a Carmen, su hija, que en el último de sus sueños el Comandante le daba otra tarea, y dejarle una encomienda que ella cumplió al pie de la letra: en su bolsillo debía estar para siempre su carné del Partido. A sus hijos les pidió que cumplieran con la única herencia que dejaba y lo único que siempre le sobró: ser honesto y vivir con humildad.
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