Los Potricos de Méyer (+ Fotos)

Muchos de los inspiradores de la serie LCB: la otra guerra, de la televisión cubana, reviven la epopeya que les quitó el sueño durante seis largos años

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Los hermanos Edey (izquierda) y Ederto Sotolongo aseguran que pueden caminar esta zona del Escambray con los ojos cerrados. Foto: Juan A. Borrego/ Escambray)
 

El oficial Gustavo Castellón Melián recibía las órdenes del Estado Mayor de la Lucha Contra Bandidos (LCB) con un encabezamiento tan recto como irreverente: “Estrictamente confidencial. Compañero primer teniente Caballo de Mayaguara, Escambray”.

Así lo ha escrito uno de los cronistas mejor documentados de aquella gesta, quien asegura que el Caballo era hijo del monte, que a su fusil FAL, “el rompetroncos” de fabricación belga, lo nombraba “la Yegua” y que sus subordinados en la compañía  —milicianos de 14, 15 y 16 años— no eran ni infantes ni soldados, sino “sus Potricos”.

Hijo de isleño, campesino muy pobre y sin tierra, cuando todavía no era el Caballo, Gustavo Castellón (1920-1991) se asentó en la zona de Méyer, en Trinidad, donde laboró en varios oficios, ganó el mote que lo marcaría para el resto de sus días y decidió alzarse contra la misma dictadura que había macheteado a su compadre Maximiliano Reynoso, militante del Partido Comunista.

Vecinos del Escambray, combatientes de la LCB y hasta algunos oficiales que hicieron campaña junto a él aseguran que el sobrenombre le viene por su correrías en el lomerío, donde fue campeón en la captura de las bandas de alzados que infestaron el país entre 1959 y 1965, pero Ederto Sotolongo, Tico, que lo conoció de muy joven y luego cargó mochila y fusil en aquella guerra, tiene una historia diferente que contar.

“Realmente a él nadie le puso ese apodo, o mejor, se lo puso él mismo. Por aquí cerquita, en un cargadero que había en Mayaguara, él trabajaba de jornalero y, como era tan fuerte, podía llenar él solo una casilla de arena que llevaba como 30 o 40 metros cúbicos; empezaba de madrugada y ya por tarde la tenía completa, entonces él decía: Caballeros, es verdad que yo soy el Caballo de Mayaguara, y así fue que la gente dejó de llamarlo por su nombre”, rememora el veterano.

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Más de cien combatientes aportó la zona de Méyer a la LCB. En la foto, de izquierda a derecha: Pedro León (fallecido), Ederto Sotolongo (Tico), Tirso Escalante, Edey Sotolongo, Humberto Carpio (Chucho), Oraldo Lasval y Francisco Toledo. (Foto: Equipo de LCB: la otra guerra)

EL CABALLO Y LOS POTRICOS

¿Quiénes son los verdaderos Potricos de Méyer? ¿Cuántos de ellos lograron sobrevivir los cercos y los peines? ¿Qué tan grande fueron sus hazañas para que los realizadores de la serie LCB: la otra guerra, que cada semana transmite la televisión cubana, decidieran dedicarle la obra? Con estas y otras dudas cargó Escambray loma arriba y loma abajo hasta tropezar con la comunidad, en la ribera derecha del río Agabama, en el mismo fondo del Escambray.

Eduardo Martín Vázquez y Alberto Luberta, que gestaron la serie a tres manos junto a Yaima Sotolongo, han revelado su admiración por el grupo de campesinos que todavía hoy se mantiene en medio del lomerío “con mejores condiciones de vida, pero olvidados por  los medios de comunicación” y que hablan con orgullo de su jefe, el Caballo de Mayaguara (encarnado por Fernando Echeverría).

“Junto con Alberto o con Yaima, y a veces solo, entrevistamos  a combatientes en las provincias de Sancti Spíritus, Villa Clara, Matanzas y La Habana  —reveló Eduardo en entrevista publicada en el portal de la Televisión Cubana—, personas que participaron desde posiciones de mando y también simples milicianos.  Alberto siempre recuerda el día que conversamos en el poblado de Méyer con seis milicianos de la compañía especial del Caballo de Mayaguara. Seis hombres sencillos, que cuando apenas salían de la adolescencia, los aceptan en una de las unidades de los cojonudos. Por su juventud, su jefe, el Caballo de Mayaguara, les decía los Potricos”.

¿Los Potricos eran solo de Méyer?, pregunta Escambray a Edey Sotolongo, hermano de Tico y combatiente también de la LCB.

“Eran de todo el Escambray, pero los de Méyer siempre fueron muy fieles al Caballo, yo no soy de los Potricos puros como Pedro León, Tirso Escalante, Humberto Carpio y Oraldo Lasval, que fueron escogidos desde los primeros días de la lucha, pero también estuve en la limpia, pasé una escuela de mortero y participé en varios combates”.

¿Y cuándo el Caballo comenzó a llamarlos así?

Fue en la escuela de milicias de La Campana, al pie de Manicaragua —responde Tico—, cuando empezó a organizarse la lucha, ya el Caballo era el Caballo, un hombre mucho mayor que nosotros, y cuando comenzaron a formarse los pelotones y él vio a la gente de Méyer se volvió loco de la alegría y dijo: “Estos son mis Potricos”, y ahí se quedó ese apodo para siempre, hasta en Angola, a donde fuimos algunos, nos seguía llamando así.

ME MATARON A LA LLORONA

Llegar hasta Méyer es complicado, pero si encima de eso, después que estás en el lugar te dicen que uno de los “Potricos” que buscas se fue de correrías hasta las orillas de Pitajones, entonces solo te quedan dos opciones para encontrarlo: o das marcha atrás y tomas de nuevo Bijabo, Mayaguara, La Guanábana, Condado, Manaca Iznaga… o te desbarrancas por el río Agabama, que por estos días no es más que una cañada de mala muerte, y tomas el terraplén —a veces vereda— que pasa por El Mamón hasta el Circuito Sur, en la zona de Fidel Claro.

Vale la pena emprender cualquiera de las dos rutas porque de los más de 100 combatientes que aportó la zona de Méyer a la LCB y de los miles que salieron de todo el Escambray, Ederto Sotolongo, un guajiro al que le sobra de pantalones lo que le falta de tamaño, es el único muerto vivo.

Fue en la captura de la banda de Leonardo Peñate, en Veguitas, cerca de Jibacoa, cuando un alzado le disparó dos veces a escasos tres metros y Tico no tuvo tiempo ni para levantar el fusil: “A mí me decían la Llorona porque era el más chiquito de toda la tropa, yo fui a la guerra con 14 años, siendo un vejigo así”, rememora el miliciano sentado sobre una piedra en el patio de la casa de su amigo Manino, muy cerca de Pitajones.

“Los alzados se habían metido la noche entera gritándonos cosas: ‘Comunistas de mierda, hijos de puta’ y el Caballo solo decía: ‘Deja que amanezca’. Y así fue, seleccionó un grupito, entre ellos a mí, comenzamos a subir, yo vi un rastro y se lo dije, pero él creyó que era el peine del día anterior y al poco rato pin pan, pin pan, el primer tiro me cogió por el brazo y el segundo me entró por abajo de las costillas y me salió por el hombro”.

—Me mataron a la Llorona, dijo el jefe.

“A mí me dan por muerto en el libro del Caballo y no es para menos, yo caí bocabajo, con la cara dentro del casco y, como no tenía fuerzas para virarme, ya me estaba ahogando con mi propia sangre cuando me cogieron por las patas abajo de las balas y me halaron así, como si fuera un tronco de palo, yo todavía sentía que iba soltando los pedazos, después oía a la gente en la ambulancia y no podía hablar, me quedé dormido y desperté después de operado en Santa Clara”.

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Gustavo Castellón, el Caballo de Mayaguara, en una foto poco conocida.

Contado por el Caballo 

Había veces que yo, para ir enseñando a los milicianos a trabajar, les hablaba: “Muchachos, ¿cómo ustedes ven la cosa?” Y ellos me decían: “Caballo, la verdad que por aquí no ha pasado ningún alzado”. Y yo le respondía: “Pues miren, tengan cuidado porque vamos sobre un rastro y en cualquier momento nos encontramos con ellos”. Entonces se miraban y decían “Caballeros, los huele, porque esto es piedra pelada nada más”. Y yo les decía: “Miren”. Cogía un bejuco, hay dos clases de bejuco, uno que le dicen bejuco parra y el otro que se llama bejucubí, que sale mucho sobre las piedras y cuando les pasaba 10 o 12 hombres por arriba, los dejaban peladitos, pero la cáscara no se les caía enseguida. Como yo sabía eso, como tenía esa experiencia, donde veía los bejucos aplastados, llegaba y los cogía, y les decía a los muchachos: “Ustedes verán ahora”. Halaba uno de los bejucos, la cáscara salía completa y el bejuco se quedaba pelado. Decía: “No van ni a tantos metros de aquí”. Julián Morejón, Güititío, Pedro Pérez, todos aquellos jefes de pelotones se hicieron artistas en eso, porque los fui enseñando. Llegó un momento en que le decía a Güititío: “Güiti, ¿qué tú crees?”. Y él me decía: “Jefe, esto es así…”. Y lo mismo Julián que cualquiera de esos muchachos. Y yo tenía confianza en ellos. Y, sin embargo, venían otros batallones, y les pasaban por encima al rastro y no lo veían. Luego la gente hablaba: “Los huele, los huele. Ese hombre tiene algo arriba”. Y nada de eso, no tenía nada más que mi experiencia y mi valentía.

Otra de mis maldades por la que cogí tantos bandidos en el Escambray, que fueron muchos, fue cuando hice mi Compañía Especial, yo mismo seleccioné a cada combatiente y en ella había hombres de todo el Escambray. Si me decían de Dos Arroyos, yo tenía un hombre de allí. Si me decían de Vega de Palma, yo tenía uno de Vega de Palma. Si me decían del Aguacate, del Naranjito, de donde quiera, yo tenía un combatiente de ese lugar, práctico en la zona. Aparte de que en todos los lugares del Escambray había campesinos que me informaban y me ayudaban a encontrar a los alzados. Y de todas esas cosas es de donde sale esa bulla de que el Caballo olía a los alzados, que los olía a 5 kilómetros con el oído pegado en la tierra y que estaba untado.

(Fragmento de El Caballo de Mayaguara, de Osvaldo Navarro. 1984.).

Juan Antonio Borrego

Texto de Juan Antonio Borrego
Director de Escambray desde 1997 hasta su fallecimiento el 4 de octubre de 2021 y corresponsal del diario Granma en Sancti Spíritus por más de dos décadas. Mereció el Premio Provincial de Periodismo por la Obra de la Vida Tomás Álvarez de los Ríos (2012) y otros importantes reconocimientos en certámenes provinciales y nacionales de la prensa.

Comentario

  1. El caballo se ahorcó en 1981 no 1991

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