René de la Cruz (hijo) lleva el espíritu de su predecesor, sierpense de pura cepa que devino figura descollante de la escena cubana
Para estar a tono con el lenguaje contemporáneo del audiovisual, pudiera decirse que esta entrevista transcurrió por temporadas. Comenzó en el corazón del Escambray a pleno mediodía, continuó en una acera del Centro Histórico de Trinidad al atardecer y terminó después de la medianoche.
Renecito de la Cruz, sin embargo, no pierde el hilo de la conversación. Tiene memoria de elefante. Contrario a lo que se piensa, no fue el niño nacido en cuna de oro, con el pan bajo el brazo. Sus inicios encajan mejor con la imagen de un peregrino.
Primero fue el violín (no se esperaba menos del hijo de la reconocida músico Pura Ortiz). “Sí, todo perfecto, muy buen oído y todo lo que tú quieras, pero yo sabía que a todo reventar iba a ser un segundo o cuarto violín. Era muy torpe”, confiesa.
Entró a la Escuela Nacional de Arte en la especialidad de Dirección orquestal. Sintió curiosidad por el ballet. Tomó clases, pero tampoco se sentía pleno. Probó suerte en la Escuela de Deportes, y terminó escapándose de la zona de entrenamiento para la escuela de instructores de arte más cercana a ver a las modelos de dibujo. En esas fugas adolescentes descubrió a Luis Alberto García (padre) hablando del método interpretativo de Stanislavski, de personajes, de dramaturgos… La búsqueda terminó.
¿Qué decían sus padres ante tanta inestabilidad?
Los tenía locos. No tenían una idea exacta de mis locuras. De hecho, René se enteró porque leyó un reportaje en Bohemia de la escuela de instructores y yo aparecí en una foto. Finalmente, me gradué ahí en la especialidad de Dirección.
Las comparaciones son inevitables, sobre todo en el mundo de las artes. ¿Cómo aprendió a lidiar con eso?
“Cuando tengas la receta me la dices porque todavía no la sé. Lo mismo encuentras gente que te pone por los cielos, hasta comentarios bastante dolorosos. Todavía oigo: ‘Él es bueno, chico, pero René, el padre, era el de verdad’. ¡Claro que no soy igual que René! De él siempre tomé lo mejor, pero no como para imitarlo. El arte es muy dual, yo le puedo gustar a mucha gente, y a otros, no.
“Tener una madre como Pura Ortiz y un padre como René de la Cruz es estar constantemente en la paila de las comparaciones, dentro y fuera del arte. En este mundo también hay envidia, aquello de ‘el hijo de papá y mamá’. Cuando dije que quería entrar al entonces Instituto Superior de Arte, muchos me dijeron que lo mío estaba seguro, pero lo que muy poca gente sabe es que yo me cambié el nombre para las pruebas”.
Decidió llamarse Francisco Ortiz. Su padre adelantó a exprofeso el viaje a Jamaica para la filmación de los episodios finales de Julito el pescador. “Cuando terminé le escribí un telegrama para darle la buena noticia. Su respuesta fue: ‘¿Ves?, te dije que tú podías hacerlo solo’. Ese era René de la Cruz”.
Pareciera que las relaciones entre sus padres y usted eran un poco turbulentas…
René era fuerte de carácter, de los que cancelaban una fiesta con todo listo. Pura no me daba las llaves de la casa para llevar a una novia. Pero más allá de eso está el respeto, la admiración. Él fue el mejor de los padres posibles. Ahora, ni pienses que iba a interceder por ti. Nos decía a mí y mis dos hermanos (una es economista y el otro trabaja también vinculado al arte), que abrirse paso en la vida por uno mismo era fundamental. Eso no significa desamor. Verlo actuar era una clase magistral en primea fila.
¿Es ese respeto el motivo por el que durante esta conversación siempre lo llama por su nombre de pila?
No me había dado cuenta de eso, la verdad. Lo de mamá y papá lo llevo dentro. Deberá ser por ser lo grande que fueron y son.
Sin embargo, llegó el momento en que tuvo que despedir a su padre…
Yo aún no lo he despedido. Más difícil ha sido asumir la ausencia del amigo, del ejemplo, del hombre que me llamaba a capítulo cuando me descocaba. Mi consuelo fue ver a la gente caminando casi 3 kilómetros al lado del féretro. Eso te dice lo difícil que es ser como René, un hombre de un mundo interior tremendo; también de muchas carencias. Que una persona de La Sierpe haya llegado a hacer lo que él es un aliento para los demás”.
Por eso Renecito a ratos regresa a la villa espirituana, a presidir el festival en memoria del progenitor, enfila los pasos hacia cumbres empinadas, hacia parajes recónditos para llevar el arte de las tablas al hombre de las montañas.
Siempre lo hemos visto interpretando personajes secundarios…
Si los ves como personajes menores, así se quedan, pero si los respetas le puedes sacar partido. Yo empecé haciendo extras, muchos extras, por eso no le permito a nadie que me diga que yo entré a este mundo por ser hijo de René de la Cruz. Es verdad que no existen personajes pequeños. Es mentira que a un artista no le gustan los protagónicos, pero lo más importante es interpretar personajes con matices. Reinaldo Miravalles me decía que si no era el principal, fuera el que le roba el show.
¿Cine, teatro o televisión?
Te los voy a jerarquizar: teatro, porque te curte en mil batallas. Es ingrato, queda solo en el recuerdo de quienes asistieron a la función, pero ninguna función es igual a otra. Luego la televisión por la popularidad, aunque resulta un tren de trabajo. Luego, el cine; máximo sueño de todo actor. Por desgracia, pocos actores jóvenes quieren hacer teatro. Prefieren la fama. Lo peor es que piensan que llegaron sin empezar.
A su padre siempre lo recordarán por Julito el pescador. ¿Qué personaje lo inmortalizará a usted?
Lo estoy esperando. Si no aparece, elegiría el del poeta Pablo, de El cartero de Neruda, una obra de teatro a la que regreso cada tres o cuatro años.
¿Qué personajes le faltan por hacer?
Todos.
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