Hace 50 años en la escuelita de la Higuera, Bolivia, nació un símbolo para América y el mundo
¿Quién ha vivido más después de la muerte que este hombre, descrito por la poetisa Mirta Aguirre con el “cuerpo de metal que todavía sube, se disemina en las guerrillas”, en los trillos de la Sierra Maestra, en los Andes bolivianos, en las selvas del Congo?
El verso también se pregunta todavía: “¿Dónde estás caballero gallardo, caballero del alba encendida?”. Hecho historia, responden millones, hecho historia desde aquel 9 de octubre cuando por orden de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) lo ejecutaran en la escuelita de La Higuera.
En aquel caserío polvoriento, en aquella escuelita de adobe y paja, el Che libró su última batalla y hasta allí arriba llega gente de todos los confines del mundo, luego de aventurarse por kilómetros y kilómetros de vía de tierra y grava, al borde de profundos abismos.
Remontar los caminos de la historia vale la pena si se buscan las memorias, “del caballero entre tantos primero”, del guerrillero de traje de campaña “descolorido, roto, agujereado” como bien describía el poeta. Del hijo y el esposo que llevó a la lucha dos recuerdos pequeños, inseparables: el pañuelo de gasa, de su mujer, y un llavero con la piedra, de su madre.
Ya lo han dicho muchos, la sobrevida del Che no es un milagro, su paso por América dejó la huella del pensador, del político, del médico y luchador por la reivindicación de los pobres.
Y un hombre así merece se le recuerde. A 50 años de que “su ancho nombre fuera herido por soldados”, la humanidad aún no decide que muera. Más bien hay un pedido común: ¡Salud, Guevara!
Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.