Un voto por Fidel

No son aún las ocho de la mañana y el desfile callado ya llega a abarrotar las puertas del colegio No. 1, ubicado en la espirituana Plazoleta de Hanoi. Alguien, más que en el apuro, en sus cavilaciones sobre cómo sería aquel primer amanecer sin Fidel en su círculo familiar

No son aún las ocho de la mañana y el desfile callado ya llega a abarrotar las puertas del colegio No. 1, ubicado en la espirituana Plazoleta de Hanoi.

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Fidel siempre en el recuerdo de cada cubano que hoy salió a ejercer su derecho al voto.

Alguien, más que en el apuro, en sus cavilaciones sobre cómo sería aquel primer amanecer sin Fidel en su círculo familiar y de amigos cercanos, dejó el carné de identidad y regresa a buscarlo.

Ya Manuela Plasencia Yera viene de regreso. “¿Ya?”, le pregunta la vecina que se acerca. “Ya”, responde breve la mujer cuyo domicilio queda en la propia nariz del espacio abierto. “¿Y por qué lo hiciste?”, le espeta la vecina. Pregunta por preguntar, porque a estas alturas ya a nadie en Cuba se le debería formular tal pregunta. Ella, medio descreída, repite la interrogante, pero enseguida comprende. “Bueno, es un deber de todo cubano”, alega, rotunda.

Pero la vecina ya ha votado y regresa a completar los datos de la entrevistada. Entonces descubre q ue Manuela no es tan escasa de palabras como creía, que al regreso de la urna tenía de guardia la nostalgia, porque anoche vio la Gala Cultural conmemorativa del primer aniversario de la partida del Comandante. Pero ahora, con una sonrisa en los labios, habla en tono medio melancólico.

“Yo fui trabajadora de Comercio muchísimos años, de hecho, fui interventora. Antes de ser administradora allí, intervine la tienda Centro Serra, ahora llamada Color Centro. Si te fijas, una parte del techo es de placa y la otra no; es porque eran dos tiendas y las unieron luego. También intervine algunas unidades de víveres, como mi padre tenía víveres…”

Sus ojos claros, de esos que no abundan tanto en el país, se prenden como en una llama cuando revela que fue, además, alfabetizadora. “Tenía 21 años. No me fui a los montes, pero alfabeticé aquí en la ciudad”, especifica. Y en sus recuerdos la deja la vecina, ya que hay aún muchas historias por contar en este gris amanecer, con la fina llovizna amenazando y tantas réplicas a lo largo de Cuba del proceso electoral que tiene lugar a solo metros, donde radica la Dirección Municipal de la Vivienda.

A esas alturas ya el desfile ha ido creciendo y una pareja de mujeres toma rumbo a la calle Plácido. Una es la esposa del fallecido doctor Rolando Martínez Plasencia, primo de Manuela, y la otra, la señora que colinda con ella en la casona amarilla. “Nos pusimos de acuerdo desde ayer para venir juntas”, dice Aida, con su cabello salpicado de canas.

Alguien sale del colegio con los ojos bañados en lágrimas y apenas responde al saludo del trovador que está en la fila. Carlos Reyes es gran admirador de Fidel y no requiere otro argumento para hacer lo que él habría pedido a todos que hicieran.

Manuela también aludió al espectáculo televisado en vivo desde la escalinata de la Universidad de la Habana. Le impresionó la calidad de las interpretaciones, y los jóvenes con esos bríos, m’ ija, que la erizaron toda. “Fidel se merecía eso, y mucho más”. Habla como si se refiriera a un padre o a un abuelo. No se precisa pronunciar su nombre. Él, y eso flota en el aire mismo de esta mañana electoral, es el primer motivo para la inmensa mayoría de los cubanos.

Delia Proenza y y Adriana Alfonso

Texto de Delia Proenza y y Adriana Alfonso
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

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