Dentro de los sucesos relacionados con la acción heroica de la Generación del Centenario el 26 de julio de 1953 con el asalto al Regimiento Guillermo Moncada de Santiago de Cuba y al cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, se ha puesto el énfasis en los preparativos y la realización misma de las acciones bélicas, así como en la sangrienta represión que le siguió, pero es preciso valorar la importancia del Programa del Moncada como factor movilizador del pueblo en medio de una atmósfera viciada por la miseria, los atropellos y la falta de esperanzas de los cubanos.
Fidel Castro y Abel Santamaría —quien caería asesinado en el Moncada— fueron en extremo cuidadosos con el factor ético, pues preservar la moral de lucha sería vital para la gran empresa que tenían por delante y se trataba de ganar con el ejemplo y el sacrificio de los jóvenes revolucionarios los corazones de todo un pueblo. Por eso, todos los esfuerzos, a partir del fracaso del plan inicial estuvieron encaminados a convertir el revés en victoria.
Hacia ese derrotero encauzó Fidel su estrategia en el juicio por los sucesos del 26 de julio de 1953 cuando asumió su propia defensa. En contraste con la lógica habitual de los tribunales, según la cual el acusado intenta eludir la responsabilidad en los hechos que se le imputan, esta vez el jurista fundamentó las acciones ejecutadas y asumió sin miedo su papel dirigente al nombrar a José Martí como autor intelectual y echar sobre los hombros de la dictadura la culpa de lo ocurrido y el oprobio por los crímenes cometidos a raíz de la asonada heroica.
Para los reunidos el 16 de octubre del citado año en la salita de enfermeras del Hospital Saturnino Lora, donde predominaba el estamento militar pero también jurisconsultos, testigos y la periodista Marta Rojas, cronista excepcional de los hechos que allí tuvieron lugar, pronto estuvo claro que eran espectadores de un acontecimiento de esos que sientan pauta en la historia de las naciones; juicio que los propios jurados habían calificado públicamente de “el más trascendental de la historia republicana”.
Allí, párrafo tras párrafo, el acusado devenido acusador fue hilvanando de manera magistral, uno de los alegatos jurídicos más sensacionales de todos los tiempos, sustentado de manera legal, política, histórica, económica y social hasta no dejar en pie ninguno de los “argumentos” que esgrimió en su contra el ministerio fiscal.
Pero aquel abogado singular no se limitó a defenderse de los cargos imputados y a verter sobre el régimen que lo juzgaba toda la carga de los crímenes cometidos, sino que describió en todo su horror la terrible situación de un país donde 600 000 cubanos estaban sin trabajo y donde medio millón de obreros del campo laboraban cuatro meses al año y pasaban hambre el resto.
Una república precaria en la que el 85 por ciento de los pequeños agricultores pagaban renta y vivían bajo la perenne amenaza del desalojo y 200 000 familias campesinas no tenían una vara de tierra donde sembrar alimentos para sus hambrientos hijos, que morían de enfermedades curables.
Era un país donde más de la mitad de sus mejores tierras estaban en manos de empresas extranjeras y cerca de 300 000 caballerías permanecían sin cultivar, mientras en pueblos y ciudades 2 200 000 personas pagaban alquileres que absorbían entre un quinto y un tercio de sus ingresos; casi tres millones carecían de alumbrado eléctrico y solo ingresaban en las escuelitas públicas del campo, descalzos y semidesnudos, menos de la mitad de los niños en edad escolar.
HÁLITO VITAL DE LA ESPERANZA
Junto con la exposición pormenorizada de estos y otros males, Fidel Castro esbozó todo un programa de gobierno que los revolucionarios se proponían llevar a vías de hecho una vez concretada su victoria y dijo: “En el sumario de esta causa han de constar las cinco leyes revolucionarias que serían proclamadas inmediatamente después de tomar el cuartel Moncada y divulgadas por radio a la nación (…)”.
Allí expuso Fidel la génesis del Programa del Moncada, comenzando por la primera de esas leyes encaminada a devolver a los cubanos su soberanía y darle plena vigencia a la Constitución de 1940 hasta tanto el pueblo decidiera modificarla o cambiarla. La segunda Ley Revolucionaria concedía la propiedad inembargable e instransferible de la tierra a todos los colonos, subcolonos, arrendatarios, aparceros y precaristas que ocupasen parcelas de cinco o menos caballerías de tierra.
Aparte de la tercera y la cuarta leyes revolucionarias, cuyo contenido preveía darles participación a los obreros en las utilidades de las grandes empresas, y garantizarles a los colonos el derecho a beneficiarse del 55 por ciento del rendimiento de la caña, existía una quinta ley revolucionaria cuya esencia era la recuperación de los bienes y fortunas mal habidos por los ladrones de todos los gobiernos, así como por sus herederos y testaferros.
Dejaba claro Fidel que estas leyes serían proclamadas de manera expedita y a ellas seguirían, una vez concluida la contienda y previo estudio minucioso de su contenido y alcance, otra serie de leyes y medidas como la reforma agraria, la reforma integral de la enseñanza y la nacionalización de los monopolios eléctrico y telefónico.
LA REVOLUCIÓN SUPERA SUS METAS
Como es sabido, una vez concluido el juicio contra Fidel Castro, el último de los celebrados por los sucesos del 26 de julio de 1953, el jefe de las acciones de aquel día y sus compañeros sobrevivientes fueron remitidos al Presidio Modelo de Isla de Pinos a cumplir sus sentencias. Sin embargo, no fue aquel encierro un tiempo perdido para la Revolución que ellos reiniciaban, sino que se convirtió en uno de los periodos más fructíferos para las acciones que habrían de venir y que el historiador y periodista Mario Mencía (*) llamó en una de sus obras La prisión fecunda.
Fueron año y medio de estudio, de concientización, de organización y planificación para los revolucionarios presos, en los que el líder del movimiento insurreccional reconstruyó mentalmente su alegato defensivo, lo escribió con jugo de limón y logró con ayuda de colaboradores sacarlo del recinto carcelario, imprimirlo y distribuirlo clandestinamente en el país bajo el título de La historia me absolverá, devenido luego Programa del Moncada.
El 15 de mayo de 1955 Fidel y sus compañeros fueron amnistiados debido a la presión popular sobre el régimen y el intento de este de darse un barniz democrático después de las elecciones amañadas que realizó en noviembre de 1954 y que mantuvieron al tirano en el poder.
Veintisiete días después de su liberación, el 12 de junio de 1955, Fidel organiza una reunión en Factoría No. 62, en La Habana, en la cual queda oficialmente constituido el Movimiento 26 de Julio y, siete semanas y media más tarde, ante la persecución de que es objeto, marcha al exilio en México a preparar lo que sería la expedición del Granma.
Veinticinco meses después y tras progresiva lucha guerrillera, la Revolución derrocó al régimen para iniciar sin pausa su gran obra transformadora, en cumplimiento de sus promesas al pueblo que la apoyó y que hizo posible la victoria.
Apenas a pocos días de la toma del poder, en enero de 1959, se crea el Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados para restituir al país el patrimonio acaparado por los ladrones de todos los gobiernos anteriores y el 3 de marzo el Gobierno Revolucionario dispone la intervención de la Cuban Telephone Company y la Empresa de Ómnibus Aliados, decretando la mejora de las condiciones de labor y salariales de sus trabajadores y la rebaja de tarifas.
Le seguirían la rebaja de alquileres, la Ley de Reforma Agraria, la reforma educacional con la construcción de miles de aulas, el inicio de la conversión de cuarteles en escuelas, así como una serie de leyes, decretos y medidas para asegurar el acceso a la educación gratuita y universal y a las instituciones de salud, lo cual hacía extensivo a todo el pueblo el derecho a la cultura, el deporte y a la seguridad y a la asistencia social.
En la tarde del viernes 14 de octubre de 1960, el Consejo de Ministros aprobó la Ley de Reforma Urbana y la Ley de Solares y Fincas de Recreo, con lo que el Gobierno Revolucionario proclamó públicamente que se había cumplido plenamente el Programa del Moncada, dando efectiva respuesta a los seis problemas principales señalados en La historia me absolverá: el problema de la tierra, el de la industrialización, el de la vivienda, el del desempleo, el de la educación y el de la salud del pueblo.
Era la culminación de la etapa democrático-popular, agraria y antiimperialista de la Revolución; pero desbordaba esos límites, pues entraba en un período de profundización del proceso con la nacionalización y socialización de todas las propiedades extranjeras en Cuba, culminado en los primeros meses de 1961.
Acerca de estos hechos subrayó Fidel años más tarde: “En el programa del Moncada, que con toda claridad expusimos ante el tribunal que nos juzgó, estaba el germen de todo el desarrollo ulterior de la Revolución. Su lectura cuidadosa evidencia que nos apartábamos ya por completo de la concepción capitalista del desarrollo económico y social”.
* Fallecido en el 2018 luego de una fructífera carrera como investigador e historiador. Trabajó los últimos años en la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.
Transcurría el centenario
del Apóstol y la nación
se hundía en la corrupción,
era la patria un calvario.
Un déspota, un sanguinario
la bandera mancillaba,
pero por fin despertaba
el honor y la virtud,
digna de una juventud
que en armas se levantaba.
De jóvenes una hornada
dirigida por Fidel
siendo a su legado fiel
asaltó el Cuartel Moncada,
dieron la gran clarinada,
Cuba entera se conmueve
y nadie a negar se atreve
que fue el preludio certero
de aquel primero de enero
del año cincuenta y nueve
El veintiséis sin consuelo
asesinados caían
aquellos que pretendían
tomar por asalto el cielo.
Fueron noches de desvelo
pero jamás claudicaron,
ante sus muertos juraron
liberar a esta nación
y hoy disfrutan la emoción
de saber que lo lograron.
Triunfó la revolución
marcó el Moncada el sendero
y aquel primero de enero
ya era libre la nación.
Qué pena que en un avión
el tirano se escapara,
al saber que en Santa Clara
su imponente tren blindado
se lo había descarrilado
la tropa del Che Guevara.