Es la primera vez que como estudiante universitaria Rachel Hernández Correa ha tenido que recorrer su comunidad para ayudar a los más vulnerables. Y es que en tiempos de la COVID-19, cuando se ha decidido que las personas mayores de 60 años permanezcan en casa, fungir como mensajera se convierte ahora en la especialidad de esta joven estudiante de la carrera de Ingeniería Agrónoma en la Universidad de Sancti Spíritus José Martí Pérez.
Este reposo en la rutina del país que ha impuesto el coronavirus significa un momento de crecimiento para esta muchacha, que desnuda los secretos de un oficio que desconocía. Todos los días, temprano en la mañana, llega hasta la bodega de San José, en Iguará, comunidad perteneciente al municipio de Yaguajay, en busca de los alimentos y otros productos de la canasta básica para llevar hasta las viviendas de las dos personas que le tocó atender.
Entre ellos se encuentran adultos mayores que por sus condiciones físicas necesitan de esta prestación de servicios, a la que hoy se involucran varios universitarios espirituanos, al igual que en todo el país. Rachel es una joven sencilla y muy natural. Por ello no le resulta incómodo llegar hasta las moradas e intercambiar de la manera más coloquial con quienes, además, son sus vecinos.
¡Qué tal, Cuca!, ¿cómo está todo?, ¡aquí están sus mandados, así que ni un pie fuera de la casa!, son algunas de las frases que se les suele escuchar en medio de esta compleja situación epidemiológica. Y aunque ya ella se ha percatado de que se ha incrementado la percepción de riesgo entre los individuos, no deja de dialogar sobre los peligros de esta enfermedad que le ha dado la vuelta al mundo.
Al principio tuvo dudas en cómo enfrentar esta tarea. “Que si no estoy acostumbrada a hacer colas, que si debo esquivar las aglomeraciones porque atenta contra mi salud, que si no debo visitar a las personas…”. Todas esas preocupaciones se cruzaron en la mente de la chica, pero desafió el miedo y salió para la calle. En el tránsito por el barrio no descuida el uso del nasobuco y mucho menos las medidas higiénico-sanitarias que se orientan, como el lavado frecuente de las manos cada vez que regresa a casa.
Pero Rachel es de esas muchachas a las que les satisface hacer un bien y ahora es habitual encontrarla lo mismo en la cola de las viandas, en la del detergente o el aceite, que en la de la farmacia. Lo hace porque sus vecinos, sus amigos, las personas de su pueblo — que también son su familia— lo necesitan.
En casa todos le reconocen esa voluntariedad, pues en momentos tan cruciales supo dar el paso al frente como el resto de los universitarios que diseminados por los barrios y comunidades también llevan solidaridad de un extremo a otro de la isla.
Por eso, cuando le preguntan qué siente al ayudar a estas personas, la joven, a quien no le cuesta mucho emocionarse, solo atina a responder: “Lo hago porque me siento mejor como persona; lo hago por mi pueblito, por este pedazo de tierra que me ha visto crecer y convertirme en la mujer que soy; lo hago por mis vecinos, esos que han estado ahí cuando también los he necesitado”.
Rachel no es estudiante de Medicina, pero también sale a “pesquisar” para conocer las necesidades básicas de cada casa. Ella es de esos jóvenes valientes que emergen en nuestra Cuba, esos que demuestran que nada podrá reemplazar la solidaridad que existe en la mayoría de los seres humanos.
Yaguajay está limpio de Covid 19 gracias a las autoridades de nuestro pueblo y a la gran laboral del personal de la salud. Ojalá hagan un reportaje en la TV nacional sobre la labor en yaguajay ante la pandemia del Coronavirus