Han transcurrido 63 años, pero el paso indetenible del tiempo no ha podido difuminar de la memoria de Jorge Luis Calero, hoy con 68 almanaques vividos, las repercusiones que en él y en su familia ha tenido la masacre de La Llorona, orgía sangrienta que enlutó a Cabaiguán a inicios de agosto de 1957 con el asesinato de ocho jóvenes revolucionarios, entre ellos su padre, Vitalino Calero Barrios.
Al autor de sus días, Jorge Luis lo recuerda en tonos difusos, porque cuando los esbirros se lo quitaron para siempre, él apenas contaba con tres años y medio y, además, solo estaba por la noche en la casa porque trabajaba en la finca de unos vecinos allá en Neiva.
El trauma vivido por Jorge Luis se comprende mejor cuando este chofer de alquiler, jubilado del Ministerio del Interior (Minint), aporta antecedentes que ayudan a comprender mejor las razones de su tragedia: “Yo vivía en un núcleo familiar formado por mis abuelos, mi padre y tres tíos, hermanos de mi padre. Después de tres meses de haber sido masacrado mi papá, es asesinado también su hermano mayor, Sabino Calero, quien vivía aquí en Cabaiguán y era chofer de alquiler.
“Es fácil imaginar lo que pasó mi abuela, quien resultó afectada grandemente, ya que fue un golpe muy duro para ella perder dos hijos en un lapso de tres meses, y con posibilidad de que le mataran también al resto de ellos, y puedo decir que, gracias al triunfo de la Revolución, no sucedieron cosas mayores.
“Recuerdo que, en una ocasión, poco tiempo después del asesinato de mi padre y de mi tío, fueron a mi casa los soldados y entonces, inmediatamente, mis abuelos mandaron a avisarles a mis otros dos tíos que estaban trabajando en el campo, que trataran de desaparecerse porque no sabían cuáles eran sus intenciones, y recuerdo también que alguien dijo haberlos oído comentar que aquella tarde “iba a correr la sangre”.
UN ENCUENTRO TRASCENDENTE
Según reconoce Jorge Luis, aunque en sus años juveniles le llegaban distintas versiones de lo ocurrido y desde pequeño todo lo que oyó siempre fue relacionado con los sucesos de La Llorona, no fue hasta 1970 que pudo conocer de primera mano una versión clara de los hechos.
Ocurrió que ese año, encontrándose en La Habana, donde cumplía el Servicio Militar, comenzó a indagar dónde vivía Félix Hurtado Manso, jefe del grupo masacrado en La Llorona, hasta que pudo localizar la dirección de su domicilio, lo visitó y pasó un fin de semana en su casa, durante el cual Félix le explicó los detalles de lo ocurrido:
“Félix me contó cómo se formó aquel grupo de jóvenes, los contactos que ellos tuvieron, cómo se organizó el alzamiento, las fallas que hubo, todo esto. El fracaso de aquel intento fue como resultado de algunos errores que pudieron haber tenido desde que salieron de la zona de Neiva hasta su llegada a la finca La Llorona.
“A ellos los capturan prácticamente en el limpio. Yo estuve en el lugar, específicamente donde asesinaron a mi padre. Hay que señalar que, después del encuentro en el cual los dispersaron, se desató contra esos revolucionarios una cacería feroz de los esbirros y según los fueron capturando los fueron matando.
“Incluso, después de que los guardias pensaban que ya no iban a encontrar a más ninguno, les dijeron que sí, que los buscaran, que había dos encaramados en una mata de mango de una arboleda que había allí. Fue así como aquellos asesinos descubrieron a mi padre, Vitalino Calero Barrios, y a Beremundo Paz Sánchez, y los bajaron a tiros del árbol, para luego acribillarlos en el suelo”.
VENCER EL TRAUMA
Las huellas dejadas en Jorge Luis por lo vivido crearon en él un síndrome que en sus primeros años se reflejó en su conducta y en su carácter, que se hizo díscolo, con tendencia a la indisciplina. Él describe: “Recuerdo que cuando estaba en el Servicio Militar tuve al inicio, en una escuela que estaba pasando, algunos problemas de indisciplina, y hubo un oficial que, en un momento determinado comenzó a hablar conmigo, y entre otras cosas parece que psicológicamente él detectó que había algo en mí que me provocaba esa manera de ser. Entonces pudo ayudarme a superar aquel momento duro por el que estaba pasando.
“A partir de ese momento yo fui otra persona y culminé exitosamente el curso. Después laboré como profesor en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, en Santa Clara, en 1970, a donde llegué luego de pasar un curso emergente por encargo de las FAR. Allí estuve hasta completar los cinco años de Servicio Militar, tras mi reenganche, cuando fuimos desmovilizados.
“Pronto comencé a trabajar en el Instituto Preuniversitario Israel Reyes Zayas, del Ministerio del Interior, en el municipio de Cabaiguán. Estando en ese centro fui captado por el Minint y pasé a ocuparme entonces en la preparación de las fuerzas de ese organismo, hasta que me jubilé en 1998”.
FORMAR AL RELEVO
Para Jorge Luis Calero Barrios, el hecho de que familiares de cubanos asesinados por la dictadura de Fulgencio Batista han ido a refugiarse en Estados Unidos al lado de los victimarios de sus abuelos, padres o hermanos, es un contrasentido que él atribuye a la falta de educación política y de conciencia, una muestra de inmadurez política.
“Por eso —expresa con convicción— yo continuamente, en el caso de mis dos hijas, he tratado de influir en ellas por ser nietas y sobrinas-nietas de mártires de la Revolución, cuya memoria nunca deben defraudar y, además de eso, las exhorto a que hagan todo lo que esté a su alcance para el bien de la Revolución, hasta las últimas consecuencias”.
¿Y ellas se muestran sensibles a su prédica?
“Naturalmente. Ellas han reaccionado de la mejor manera, al igual que mi nieta, que a través de mí conocen plenamente esta historia, y lo hago porque creo que es mi deber y porque Cabaiguán es cuna de muchos revolucionarios y de muchos mártires que dieron sus vidas y otros que se han consagrado durante toda esta etapa del Gobierno revolucionario para llevar adelante la obra que construimos. Sobran ejemplos de esos compañeros, patriotas abnegados, gracias a los cuales la Revolución avanza cada día, aún bajo el cerco infame del bloqueo”.
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