Iba ya de salida cuando su ruego, intempestivo, me detuvo. “Pero tú dijiste que íbamos a jugar”, reprochó. “Pero si ya jugamos…”, intenté persuadir. La incertidumbre duró poco; pudieron más el candor de sus ojos y el terciopelo de sus manos de tres años recién cumplidos. Entonces asistí a una de las visiones más hermosas que haya tenido en toda mi vida.
Emely me condujo a una porción del patio donde ella y su hermana Nadia han montado un área de juego. Tomó un grueso libro de Historia, de esos imprescindibles, donde guardaba, dijo, sus leyendas, y lo abrió por diferentes partes. Luego alcanzó otro pequeño y empezó a fantasear. Hablaba de un líder que cayó en “un río” y, repentinamente, comenzó a cantar.
Me bebí parte de su canto, hasta que le pedí disculpas para alcanzar el celular —me parecía demasiada ambición que solo yo disfrutara el momento—. Solícita, repitió el canto, salido de su alma cual manantial que brota de la tierra. Ahí estaba el líder nuevamente, ahora cruzando por entre estrellas, aviones, caballos y mambises. Había también una lucha, y un puente…
Mis ojos seguían las escenas imaginarias, mientras los suyos se abrían y cerraban, según la intensidad del sentimiento. Sus manitas abrazaban el libro. De vez en vez la izquierda subía o bajaba, en suave gesto, acompañando el tono de la voz.
El héroe era José Martí. Lo supe por el título del texto: sus Versos sencillos. Y porque Emely, al final del canto, lo declaró. Y porque el sitio donde ella decía que cayó era un río. Su mamá se encargaría de aclarar: “Parece que en el círculo infantil le han hablado de él y le han dicho que murió en Dos Ríos, fíjate que habla de un puente”. Días atrás había dicho a sus padres que esta semana debía llevarle flores al Maestro, que llamó por su nombre.
A Emely Romero Medina le quedan grandes hasta los apellidos, pero no el hombre que le inspira un canto. Ahora está a su nivel. Como intuyendo que él la escucha o la entiende, le regala ternura, de la buena. Le obsequia flores. Le reserva un lugar despojado de todo lo feo, sucio o malo, en su pequeño corazón. Emely no sabe de agravios.
Hermosa historia!!