Ahora que no pocos economistas vaticinan que la economía estadounidense puede reducirse entre uno y dos dígitos para finales de año como resultado de la COVID-19 y sus nefastos efectos en los aspectos productivo y financiero, las personas empiezan en ese país a fijar cada vez más los ojos en las acciones de su presidente con vistas a las elecciones de noviembre próximo.
Debido a la conciencia sobre este hecho y al temor en la Casa Blanca de que su inquilino sea desplazado del poder al final de su primer mandato, Donad Trump ha estado tratando de desviar la atención con jugadas arriesgadas de política exterior que, al mismo tiempo, le aporten el triunfo que necesita para emplearlo como baza en su campaña política frente a su contendiente demócrata Joe Biden.
Si en un primer momento de la presente coyuntura creada por la COVID-19 el magnate neoyorquino ordenó el asesinato del jefe de los guardianes de la Revolución iraní, general Suleimani, con el pretexto de frustrar una supuesta ola de actos subversivos o terroristas contra intereses norteamericanos en el Medio Oriente, luego han venido otras acciones o amenazas muy peligrosas para la paz mundial como la reciente agresión a Venezuela desde Colombia y las críticas a China por su manejo de la actual pandemia y a propósito de Hong Kong.
En días y horas recientes, Trump escaló su accionar con amenazas a los barcos tanqueros de la República Islámica de Irán que están arribando a puertos venezolanos cargados de gasolina y aditivos para producirla en las refinerías del país, gravemente afectadas por la falta de piezas e insumos, debido a la guerra económica estadounidense contra la patria de Bolívar.
Lo alarmante para Trump y sus más cercanos acólitos es la forma en que se han ido saldando estas “iniciativas” del Presidente, pues como respuesta a la muerte de Soleimani, Irán destruyó dos de las más importantes bases militares de Estados Unidos en Iraq, causándole al US Army cientos de bajas; la incursión armada en Venezuela fracasó estrepitosamente —con dos de sus asesores capturados entre más de un centenar de prisioneros hasta ahora— y los buques de Irán han llegado de todas formas a su destino.
Para colmo, el ataque verbal incrementado contra China, amenazándola con mayores represalias económicas por su supuesta responsabilidad en el surgimiento y multiplicación del SARS-CoV-2, y más reciente por un previsto instrumento legal chino para defender el orden y soberanía en Hong Kong, han causado fuerte enojo en Pekín, donde el Presidente Xi Jinping pidió a las fuerzas armadas aumentar su preparación militar y estar listas para cualquier escenario.
Prosiguiendo su camino de dislates, Trump acaba de señalar que maneja un abanico de posibles acciones contra el gigante asiático por lo del coronavirus y por lo relacionado con la antigua colonia británica, lo que ha obligado a China a priorizar su mercado interno frente a las restricciones impuestas por la pandemia y por su principal socio comercial a nivel mundial. Lo incomprensible de todo esto es que en Washington saben perfectamente que, afectando a China, Estados Unidos se afecta también.
Frente a tanto desatino, algunos observadores internacionales han planteado que Washington obra así llevado por su desespero al no poder evitar el surgimiento de otros actores internacionales que, como Rusia, China, Irán, Turquía y Corea del Norte, entre otros, despliegan cada vez más una activa política independiente a la vez que se fortalecen política y militarmente. En realidad, lo que viene ocurriendo no resulta fácil para la superpotencia que, a raíz de la caída del muro de Berlín, se sintió dueña y señora del mundo.
En el frente interno, el incremento del desempleo hasta más de un 10 por ciento de la población activa —algunos observadores dicen que hasta un 17— y la paralización casi completa de las actividades productivas y comerciales han significado un duro golpe para el mandatario, pues el alto índice de empleo y el aumento de la producción fabril y el comercio antes de la pandemia eran sus principales cartas de triunfo de cara a los comicios de noviembre.
De hecho, Estados Unidos está abocado a una crisis económica y de conciencia tan profunda como la ocurrida a raíz del crac del 29 en el pasado siglo, y luego, como resultado de la derrota en Vietnam, concretada el 30 de abril de 1975.
En los últimos días se ha conocido de la reactivación impulsada por Trump y su equipo en la mayoría de los 50 Estados de la Unión Americana, lo que va en contra de la opinión de las autoridades sanitarias, las cuales alertan que, en un país con casi 100 000 fallecidos en apenas 10 semanas y un promedio diario de más de 1 200 muertes, una segunda y tercera olas de la pandemia son más que predecibles, con efectos catastróficos en todos los ámbitos de la vida nacional.
De esta manera se va conformando un escenario cada vez menos promisorio para las aspiraciones releccionistas del abominable Presidente, el que, pese a la ceguera del electorado peor informado del planeta, como lo es el estadounidense, no tiene a la vista ningún logro que amerite un segundo mandato de Trump, y sí una retahíla de frustraciones y fracasos, como los descritos.
Ante una muy factible coyuntura adversa —de confirmarse un resurgimiento explosivo de la pandemia—, a Trump pareciera que solo le quedaría la opción de decretar un posible período especial en tiempo de paz que posponga incluso las elecciones, a la medida de la crisisproducida por la COVID-19 y por él mismo.
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