Así se define Julio Toledo, el más experimentado de los músicos de la Parranda Típica Espirituana, quien se inspira sobre la pandemia que hoy vive el mundo
Desde la cuna, en la zona rural de Zaza del Medio, se enamoró de la guitarra que espabilaba el silencio ensordecedor de las noches con chismosas y grillos cantores. Aprendió, desde esa época, a amar los guateques improvisados bajo la arboleda. Bebió de los mejores cómo tejer las palabras para al escucharlas sentir una armonía propia sin necesidad de música acompañante. Fue así que inició la composición de su historia de vida Julio Toledo, el más longevo de los integrantes de la Parranda Típica Espirituana.
“Nunca imaginé estar en ella porque yo formaba parte de conjuntos campesinos en los que no se hacía el punto espirituano. El primero de mayo de 1977 me sumé porque mi hermano Orlando era entonces su director. Fui bongosero, pero la idea era que me convirtiera en la voz segunda. Por ello, aprendí desde la cabecera de la cama de Marcelino Sobrino, quien andaba muy malito por esa época. Al poco tiempo falleció, entonces me cogió de la mano, por alrededor de 10 años, Arístides Gutiérrez, el último fundador de la Parranda”, cuenta como si los años no hubiesen pasado.
Pero mucho antes de su debut en los escenarios, donde recibe siempre los intensos aplausos de los amantes del punto espirituano, había sentido el agradable sabor de los guateques. Narra cada episodio sin necesidad de tirarle el lazo a la desmemoria para que no se desboque por su andar de prisa por la vida.
De siete hermanos, cuatro decidieron transitar por el mundo de las melodías. El padre, vendedor ambulante durante el tiempo muerto y machetero en los días de zafra, rajaba el tres del pequeño conjunto que acompañaba las tonadas libres. Adelfa Toledo, una de las descendientes, tocaba la marímbula y el resto, el bongó, la tumbadora, las maracas, el güiro, las claves…
Eran los días en que para afinar las tumbadoras de cajas de colmena se les daba calor al encender las pajas secas de maíz, tras llegar a la casa del guajiro que convocaba a la parranda que tenía fecha de inicio, pero no de fin.
Desde mucho antes ya había descubierto que solo con oír una vez una composición la repetía de memoria. Sus familiares se asombran por la rapidez con que fija cada una de las palabras.
“No me considero un poeta, aunque escriba desde la década de los 80. Gabino Rodríguez siempre es el que me lo ha dicho. Por ese período, la Parranda empezó a incorporar lo de cantar libremente porque con anterioridad manteníamos únicamente la tradición de los Hermanos Sobrino que nada más hacían el punto espirituano”, vuelve a la época que presentó su primera composición Soy del Yayabo y luego Trigueña linda, hasta ser uno de los autores más interpretados en el repertorio del grupo.
Con esa emblemática agrupación de lo más genuino de nuestras raíces, Julio Toledo descubrió la geografía cubana. Pocas festividades extrañaron sus acordes. Mas, la modernidad hizo mella a aquella vida dinámica y hoy solo sube a los escenarios que le solicitan a la Empresa Comercializadora de la Música y los Espectáculos Rafael Gómez Mayea, de Sancti Spíritus, donde se subvenciona.
“Estamos musicalmente hablando muy bien de salud. Contamos con un repertorio de más de 40 tonadas entre viejas y nuevas composiciones”, insiste este testigo fiel de la evolución del proyecto musical que surgió el 19 de julio de 1922.
Desde que la Parranda abrió los ojos ha sido cronista de su tiempo. En casa, Julio apuesta por contribuir a la memoria histórica de Cuba por lo que ya varias décimas de su autoría han sido llevadas a punto espirituano en su voz segunda y en la prima de Nicomedes García, escoltados por el inigualable tres de Roberto Concepción; una antesala de lujo de la celebración por el cumpleaños del añejo colectivo musical.
“Al estar sin hacer nada en la casa debido a la actual pandemia, decidí escribir. Me han inspirado la labor de los médicos, quienes salvan aquí y en otras naciones, así como la política absurda de Donald Trump. Son mensajes de aliento y esperanza, además de un llamado a cumplir con nuestro deber como ciudadanos. Los finales son pies forzados de frases que han dicho por la televisión, tanto el doctor Durán, como pacientes recuperados de la COVID-19”, expresa.
Justamente cada uno de los puntos se canta con el estribillo compuesto por la profesora universitaria Saylí Alba: Oye, muchacho;/ oye, muchacho;/ quédate en casa;/ oye, muchacho;/ oye, muchacho/; quédate en casa/, que si no te vuelves puente/, el virus por ti no pasa.
“El punto espirituano es único. Se hace siempre a dúo y tenemos que seguir defiéndelo, tal y como lo hicieron los hermanos Sobrino”, insiste Julio, quien cuando la COVID-19 sea historia, acompañado de su Parranda Típica Espirituana volverá a sonorizar la vida del territorio. Cantará con claridad y a todo pecho sobre estos meses y otros muchos temas que ya están en su “horno creativo”.
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