Nunca imaginó aquel hombre sincero y expresivo que respondía al nombre de Antonio del Conde Pontones, dedicado a los negocios y poseedor de una armería en Ciudad de México, que se vería involucrado en una empresa riesgosa que, más que ganancias, le traería no pocos dolores de cabeza, pero ese día se presentó ante él un cubano de nombre Fidel Castro que le cambió la vida.
Ocurrió que en aquella lejana jornada de entre agosto y septiembre de 1955, cuando Del Conde alzó la vista de sus mostradores, vio a aquel hombre blanco, alto y fornido, quien en un español con acento distinto del azteca, le hizo la siguiente pregunta: “¿Tiene usted acciones de mecanismos belgas?”. Como no entendió en un principio, y aunque tenía lo que le solicitaba en sus vidrieras, le invitó pasar a su oficina y allí el sagaz armero le hizo repetir tres veces la misma pregunta al inusual cliente.
Ante la insistencia del recién llegado, quien se presentó como Alejandro, Del Conde, negociante al fin, no le respondió directamente, solo le dijo: “Mire usted, señor, yo no sé quién es usted ni me interesa; pero, si usted quiere, yo le ayudo”. A poco, la vida le demostró al comerciante que estas palabras dichas con intención comercial lo comprometerían para siempre en una causa ¿ajena?
Porque se trataba de alguien fuera de lo común, y el mexicano, aunque no era adivino ni psicólogo, pero conocía su negocio, se percató de que “él me necesitaba porque las piezas que me pedía no le iban a servir para un trabajo, no le iban a servir para nada; faltaba el cañón, faltaban partes de madera, las miras y le ofrecí mi ayuda”. Ese fue el tiempo que necesitó el hombre para saber que tenía delante a Fidel Castro, el héroe del Moncada…
A ese encuentro más que fructífero se refirió Fidel en palabras que recoge el libro Guerrillero del tiempo, de Katiuska Blanco: «El Cuate nos fue muy útil, nos ayudó mucho. Él nos facilitó la adquisición de las mirillas telescópicas, 50 mirillas belgas compramos una vez. La mayor parte de los fusiles se los compramos a él o a través de él (…) y los compramos con la colaboración de aquel armero mexicano a quien ganamos para la causa y que se portó con mucha lealtad y seriedad. También participó en la compra del barco y la casa en Santiago de la Peña, en Tuxpan (…)».
EL CUATE Y LA MALA LECHE YANQUI
Aquel primer contacto de Antonio del Conde con Fidel un día no precisado de 1955 en su armería del Centro Histórico de Ciudad de México marcó el inicio de una relación de 60 años con el joven líder cubano y la Revolución que encabezaba, que solo su partida física el 25 de noviembre del 2016 —exactamente 60 años después de la salida del Granma— pudo perturbar.
Lo cierto es que el cubano se hizo visitante asiduo de su negocio y pronto Del Conde se vio por voluntad propia involucrado en su empresa, adquiriendo de ese modo la condición de conspirador, como Fidel y sus futuros expedicionarios, de los cuales llegó a sentirse parte. Pero el carácter clandestino de sus actividades de apoyo al movimiento fidelista lo privaban a esos efectos de utilizar su nombre: ahí fue que surgió el Cuate, pseudónimo con sello de Fidel que lo ha acompañado por siempre.
En múltiples ocasiones, el Cuate ha recordado que, casi desde un inicio de su vínculo con Fidel se trató el tema del medio a emplear para trasladar a los expedicionarios a Cuba, y se llegó a considerar incluso la utilización de un avión, lo que a la postre sería descartado. Se puso entonces el énfasis en la adquisición de una embarcación.
En medio de esos trajines Del Conde viajó a Estados Unidos para intentar comprar una lancha torpedera por la cual pedían 20 000 dólares. El Cuate dio la mitad de esa suma como garantía, firmó el contrato y regresó a México para informar a Fidel, quien le asignó a Onelio Pino la misión de ir a recoger la torpedera, pero al parecer los norteamericanos recelaron algo y, como a fin de cuentas el dictador Batista era su protegido, no le entregaron aquel medio naval a Pino y se quedaron con los 10 000 dólares, algo típicamente yanqui.
EL GRANMA SURGE A LA PALESTRA
En medio de sus trajines de negocio y su nueva y febril actividad, en una fecha no precisada el Cuate compró en 50 000 pesos el yate Granma a un matrimonio norteamericano ya mayor que lo había abandonado tierra adentro de las márgenes del río Tuxpan tras sufrir un asalto. Él le explicó al periodista mexicano Armando Ponce los motivos de esa adquisición.
“Yo tenía varias lanchas por lo de la cacería. Y quería una grande como complemento. Vi esa y me pareció buena porque era de 50 toneladas, que era para navegación costera y no necesitas permisos para traerla por ahí. No la pensaba como negocio ni para travesías grandes. El yate, al que los gringos le habían puesto Granma por lo de grandmother —abuela—, se veía muy bonito en medio del monte”, pero estaba sin embargo inundado y lleno de basura.
A reparar la embarcación y ponerla a su gusto se dedicó el Cuate, hasta que un día, de visita en Tuxpan y probando unas armas junto a su amigo, Fidel vio el yate, lo observó y allí mismo se lo pidió. El dinámico azteca le explicó a Cubadebate en el 2019 detalles de aquel instante decisorio:
“Estaba yo precisamente revisando que la quilla fuera de una sola pieza y Fidel me pregunta: ‘¿Y ese barco?’. Le dije: Señor, es un barco que compré en abonos, que lo estoy arreglando, está inservible, hasta la quilla tuve que mandarla a cambiar, pero lo pienso arreglar poco a poco. Y sin más ni más me dice: ‘Si usted me arregla ese barco, en ese barco me voy a Cuba’”.
Sorprendido, el Cuate le explicó a Fidel que el barco tenía los motores averiados, que tenía vías de agua, que había que calafatearlo…, pero el joven líder le reiteró la misma frase. “Con dos veces que me dijo fue suficiente, acaté la orden (…), nos subimos al coche y regresamos a México”.
Pero el Cuate apenas estuvo en la capital azteca, pues retornó presto a Tuxpan con el pretexto de que se avecinaba mal tiempo del norte. Allí organizó una cuadrilla de carpinteros, calafateros, limpiadores, y se empeñó en terminar la reparación del yate antes de que empezaran los ciclones: “De quilla a proa y a popa, todo se arregló. Se cambiaron crujías, tablas, se calafateó… se pintó. Saqué los motores, los llevé a México, a la planta de la General Motors y se les hizo una reconstrucción total”.
El Cuate mantuvo informado a un Fidel impaciente de la marcha de las reparaciones y de todas las pruebas que hacía con el yate, en el cual se trabajó incansablemente hasta que lograron que estuviera listo. Entonces, con ayuda de un mecánico, lo echó al agua y puso en marcha sus motores que trabajaron de maravillas; acto seguido lo llevó por las escolleras donde mayor era el oleaje y comprobó que respondía de manera perfecta. Tras un rato de maniobras para verificar sus condiciones marineras, lo trajo de regreso al muelle.
El armero mexicano que había puesto máximo empeño en todas aquellas actividades con la ilusión de navegar en aquel bajel y ser parte de la expedición sufrió un grave desencanto cuando Fidel le dijo que no vendría en el Granma, que tenía que quedarse en México donde le sería más útil a la causa como un soldado fuera de Cuba. “(…) Recuerdo que tuve ganas de llorar, pero me tuve que controlar delante de él y continuar con los últimos detalles para que todo se llevara a cabo como era necesario”
LA HISTÓRICA PARTIDA
Ya con todo listo —o casi todo—, Fidel decidió que el 25 de noviembre de 1956 en horas de la noche sería la fecha indicada para la partida. Del Conde no se encontraba presente aquella tarde-noche porque estaba tratando de conseguir autorización para una supuesta salida en la embarcación con unas amigas de la capital. Como había mal tiempo, el hombre tuvo que recurrir a toda su capacidad de persuasión para que al fin le extendieran el permiso.
Según él mismo recuerda, cuando llegó al yate le tocó elegir el lugar y el espacio de 76 personas; más cuatro en el puente: Onelio Pino, Roberto Roque, Norberto Collado y Ramón Mejías del Castillo, Pichirilo; en tanto, Jesús Reyes, Chuchú, estaba abajo en las máquinas, lo que sumaba 81 personas y Fidel esperando en la esquina que Del Conde le avisara que ya había obtenido el permiso. El Cuate resumió así aquel embarque trascendental:
“En total yo acomodé a 76 personas, repito. No me pregunten cómo, lo que sí les puedo decir que a cada uno le decía: Señor, no se pare usted, no fume, no hable, no prenda luz y no se mueva de su lugar’. Para el mexicano fue un momento muy tenso, pero lo tomó como la misión de su vida. “Sí, me afectó, me afectó pero me tenía que superar, tenía que seguir al barco allá por tierra… y esperar que Frank País empezara la guerra en Santiago de Cuba, que eso sería indicación de que el yate ya había llegado.
“Me fui a Isla Mujeres, esperé dos días… hasta que oí en radio que ya había empezado la lucha armada en Santiago y fue tal la emoción de que el yate había cumplido que yo, que en ese tiempo hacía mucho ejercicio, corría mucho, me puse a correr en la playa como loco para agotarme y para felicitarme de que el yate había llegado, el yate llegó y Fidel cumplió, acuérdense que en 1956 iba a ser héroe o mártir”.
El armero azteca que tuvo que enfrentar a su familia por su inserción en la causa de Fidel, y además fue expulsado por ello de la iglesia católica, también había cumplido su parte, y siguió cumpliendo cuando se dedicó desde Estados Unidos a enviar armas a la Sierra. Allí lo detuvieron y lo condenaron a cinco años, pero triunfó la Revolución y, por gestión expresa del Comandante en Jefe, lo liberaron a los 11 meses. Era la culminación de una hazaña y el Cuate entró para siempre junto al Granma y sus 82 tripulantes en la historia de Cuba.
UN YATE EN LA HISTORIA VUELA.
Un yate en La Historia vuela,
echa rai’ces, proyecta
de mil siglos La Esperanza,
del agua-cielo, la tierra.
El yate se vuelve pueblo,
canto y danza, cual misterio
de palomas, trigo y rosas,
sueños soñados en sueño.
¡Fecunda El Yate el Futuro,
La Vida brota en su seno!
MIGUEL OJEDA.
Distinción Por La Cultura Cubana.
Laureado de la cultura.
Artista De Mérito del ICRT.
Miembro de La UNEAC.