Hay poco de inocencia. Al menos en los muchachos que a deshora patean una pelota en medio de la calle y, de paso, van haciendo rodar también de un lado a otro la responsabilidad. Y así mismo, de traspiés en traspiés, se han contagiado y se siguen contagiando con la COVID-19.
Hay, en cambio, mucho de candidez en los niños que se bajan el nasobuco en el círculo infantil únicamente para almorzar o en los que llevan en la lonchera junto al pan el pomo de gel desinfectante o, más aún, en los que solo lactan y sin saber siquiera andar se han infectado con el nuevo coronavirus.
Porque la COVID-19, sabemos de sobra, se ha colado, a veces con permiso, en no pocos hogares. De lo contrario, por ejemplo, no fuese sobrecogedor un dato: desde que se iniciara la pandemia en marzo del pasado año y hasta este viernes en la provincia se han enfermado con el SARS-CoV-2 más de una decena de lactantes.
Los rangos de edades de estos menores de un año oscilan entre los dos meses, los cuatro, los cinco, los nueve y los 10 meses de vida, según los datos del Programa de Atención Materno Infantil (PAMI) en la provincia. Y residen, en lo fundamental, en los municipios de Sancti Spíritus, Trinidad, Taguasco y Jatibonico.
Admitamos, antes de cualquier cuestionamiento, una certeza: ningún padre quiere enfermar a un hijo. Cada contagio a la descendencia pesa, sobre todo, en la conciencia de los progenitores y deja más secuelas morales que las físicas que puede acarrear la COVID-19. Quizás no se noten, pero duelen más.
Lastima sobremanera saber que cargarlos sin lavarnos las manos; besarlos, aunque esté proscrito; sacarnos el nasobuco apenas traspasamos la puerta de la casa y abrazarlos sin recato es, a veces, la fuente de infección más precisa y más angustiante.
Por no hablar del reverso de la misma moneda de la irresponsabilidad, la de aquellos tutores que, a sabiendas de los riesgos, andan con su hijo en un camión de un municipio a otro de la provincia —puede ser justificadamente necesario, pero podría apostar que no en todos los casos— o los que, pese al control estatal establecido al respecto, todavía los llevan a una cola para que el bebé sea la garantía de un “plan jaba”.
¿Llevarlos en brazos a la enfermedad? ¿Escuelas cerradas y niños en las calles? ¿Menores que acarrean mayores contagios?
Lo que fue excepción desde el inicio de la pandemia hasta septiembre, cuando se infectaron con el nuevo coronavirus solo una docena de pacientes en edad pediátrica —es decir, entre el nacimiento y hasta los 18 años de edad—, luego del primer rebrote viene siendo, desafortunadamente, una regla.
La curva de los contagios en menores se ha ido haciendo mayor en la provincia. Las estadísticas del PAMI lo confirman: más de 200 infantes han padecido la COVID-19 luego del 8 de septiembre y tan solo en los últimos 15 días se ha diagnosticado una cifra superior a los 70 niños.
Y la mayoría se ha detectado porque forman parte de una cadena que los enlaza con otros casos confirmados anteriormente —que pueden ser desde familiares, vecinos o compañeros de aula— o porque los han llevado con síntomas al médico.
No obstante, expertos del PAMI en el territorio aseguran que, por lo general, los niños espirituanos han padecido la COVID-19 de forma asintomática y que hasta hoy ninguno de los pacientes ha presentado complicaciones a causa de la enfermedad.
Y se han recuperado tanto que ya una cifra superior a 180 de los poco más de 200 enfermos luego de septiembre se hallan en casa. Pero de los casos que hoy se encuentran activos preocupa todo: desde las edades hasta los modos de contagios.
Porque, de acuerdo con el PAMI, 20 pacientes en edad pediátrica están actualmente ingresados a causa de la COVID-19, de ellos 18 son contactos de casos confirmados y en dos no se ha precisado aún la fuente de infección.
¿De quiénes depende el contagio de los menores? ¿Los niños salen a la calle sin permiso?
Todas las respuestas conducen a la responsabilidad de la familia. Si lo duda, le muestro los rangos etarios de los infantes positivos a la COVID-19 ingresados hasta este viernes: tres menores de un año; uno entre uno y cuatro años; dos de cinco a nueve años; cuatro entre los 10 y los 14 años y 10 entre 15 y 18 años.
Vacunación #COVID19 en edad pediátrica:
— Instituto Finlay de Vacunas (@FinlayInstituto) March 17, 2021
?Aún no existen, a nivel mundial, vacunas aprobadas contra la #COVID19.
?En #Cuba, no ha comenzado vacunación ni ensayo clínico en niños con ninguno de los candidatos vacunales cubanos que se encuentran en estos momentos en evaluación. pic.twitter.com/5571uzRtqd
De poco vale tener las escuelas cerradas si aún hay niños que juegan sin nasobuco en la calle, si todavía hay adolescentes que se aglomeran en torno a una mesa de dominó y si los más creciditos hasta arman un viaje y se van a disfrutar —y a contagiarse, a lo mejor— a la playa.
Tales conductas se han denunciado por más de un vecino lo mismo en la prensa escrita, radial o televisiva y se han analizado con rigor en no pocas sesiones del Consejo de Defensa Provincial. Mas, lo cierto es que a ojos vista sigue sucediendo.
Y el doctor Manuel Rivero Abella, director provincial de Salud, advertía que una de las características de este rebrote es el contagio en las edades extremas de la vida: los niños y los adultos mayores. Resulta que la enfermedad de los primeros viene a ser la causa del padecimiento de los últimos.
Cuidar de los pequeños es sobre todo un deber y el modo de evitar que los abuelos se enfermen. Cada contagio a la inocencia no es tan solo un cargo de conciencia, sino también un dedo que nos apunta y que pesa sobre todas nuestras irresponsabilidades.
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