Si alguien sintió en carne propia el perjuicio de la política de rapiña de Estados Unidos, que colaboró con España en su obstinación por mantener encadenada su última colonia en este continente, fue Serafín Sánchez Valdivia, quien pasó por la angustia infinita de ver decomisados por las autoridades estadounidenses las armas y pertrechos con que José Martí soñó hacer la independencia de Cuba.
Junto al Apóstol, lo sufrió más que nadie el paladín espirituano, porque era él la persona encargada por Martí para organizar el acopio de los medios de guerra y conseguir los barcos en las cuales debían viajar a la isla las tres expediciones que, al mando de los jefes principales de la Guerra Grande, desembarcarían por Oriente, Camagüey y Las Villas para librar la que concibió como una contienda poco cruenta y rápida, empresa patriótica que las autoridades norteñas deshicieron de un golpe en el puerto floridano de Fernandina.
Aunque el Maestro nunca lo culpó por el desastre, Serafín sintió sobre sus hombros la responsabilidad por aquella debacle que volvió sal y agua el sudor y el sacrificio de miles de trabajadores emigrados y de la isla, expresado en sus contribuciones monetarias, que la parcialidad del gobierno de Washington les arrebató sin miramientos.
Al tanto estaba el Mayor General de la historia de persecuciones de que eran objeto los esfuerzos emancipadores de Cuba, acechados por la vigilancia constante de los cuerpos de inteligencia de la potencia en ciernes sobre los principales dirigentes cubanos en el exilio, y el gardeo a presión de los famosos detectives Pinkerton a José Martí y a personas de su entorno cercano.
Por todas estas razones, si alguien le hubiera dicho al Mayor General, en aquellos duros tiempos en la emigración, que al cabo de más de 100 años iba a haber en ese país emigrados que se autoproclamaran patriotas y que ansiaran al mismo tiempo el protectorado o la anexión total a Estados Unidos, no lo hubiera creído.
Aunque la actitud y los sentimientos más íntimos de Serafín Sánchez se explican por sí mismos, vale la pena aportar otros elementos de peso. De origen social terrateniente, este gran hombre fue, entre los jefes revolucionarios surgidos de la burguesía cubana en la Guerra de los Diez Años, un decidido separatista, aun cuando un sector importante de esa clase social coqueteaba con la idea de la separación de España para ir a formar parte de la unión americana.
Esta corriente, que tuvo su máxima expresión entre 1840 y 1855, y resultó desalentada al cabo con el fracaso de las aventuras expedicionarias de Narciso López, resurgió como una mala yerba en los primeros tiempos de la gesta iniciada por Céspedes en 1868, con visos de esperanza frente a la falta casi total de recursos para enfrentar a la metrópoli española.
Afortunadamente, finalizada la Guerra de Secesión (1861-1865) con la victoria del Norte industrial abolicionista, se rompió la comunión de intereses de los potentados criollos con los esclavistas sureños, y no tuvo Washington motivación para apoyar el empeño libertario de los cubanos, ocupado como estaba en reconstruir el enorme país, hondamente dividido por la contienda.
Tras la toma de posición definitiva del Padre de la Patria, pocos dudaron acerca del sentido verdadero de una lucha que se hacía al máximo costo en sangre y sacrificios por la emancipación total, nunca para admitir sobre la isla la dominación de otro poder extraño.
Luego, en el bando criollo, la guerra misma se encargó de deslindar los campos a medida que del seno de la población surgieron nuevos comandantes y se nutrió el Ejército Libertador con blancos humildes, campesinos pobres, mestizos, y negros esclavos y libertos, para cambiarle a la Revolución su carácter y proyección de clase.
Sin embargo, entre los oficiales más destacados de la primera hornada emergieron hombres de rica cuna como Serafín Sánchez, que combatieron a las órdenes de los inigualables Ignacio Agramonte y Máximo Gómez, y que pusieron los intereses patrios por encima de toda otra consideración.
Ni siquiera el fracaso de aquella gesta tremenda que duró una década pudo eliminar en sus líderes la convicción cada día más patente de que la independencia sería obra de los esfuerzos mancomunados del pueblo cubano, o no sería. No dejó el espirituano Serafín Sánchez la menor duda sobre el particular cuando escribió: “Los pueblos que no tienen valor para romper las cadenas merecen ser esclavos”.
Y a Juan Bautista Spotorno, destacado político autonomista, le expresó: “Después de esto, buscar una solución con España mediante la autonomía o una solución americana mediante la anexión es, en mi concepto de buen hijo de Cuba, una ofensa y una injuria, es una cobardía no luchar por la legítima independencia”; y es que la idea de esperar una colaboración yanqui en sí misma le parecía a Serafín, más que peregrina o irreal, netamente repulsiva.
Ocurría que para el glorioso espirituano el ideal de patria estaba muy por encima de cualquier interés de beneficio personal. Por eso, en una ocasión le escribió desde el exilio a su esposa Pepa Pina: “Tú me conoces a fondo y sabes que yo no siento otro cubanismo en mi corazón sino aquel que a la patria se refiere, sin adulterar su concepto con algo que pudiera calificarse de personal. Yo de Cuba no necesito más que verla libre y feliz, viviendo con decoro, y así habré realizado mi viejo y soñado ideal de tantos años”.
De Serafín, puede decirse que, además de ser un militar de altos quilates, combatía también muy lúcidamente en el campo de las ideas, en la lucha contra anexionistas y autonomistas, como cuando expresó:
“(…) vemos con honda pena y una indignación profunda que hombres existen que careciendo por completo de moralidad y fe en los principios de humanidad y justicia y enajenados y absorbidos por la expresión del más frío materialismo y del egoísmo más descarnado se atreven con insolente envidia a hacer buenas y hasta proclamar las ideas destructoras y mezquinas que se albergan en su enferma conciencia sin atenerse a los preceptos de moral y de razón que ellos en absoluto desconocen”.
Llamando a esos males por su nombre, plasmó de puño y letra: “En estos últimos tiempos de verdadera incertidumbre política y de amañadas sugestiones a los caprichos y veleidades de la maledicencia y la ignorancia, vemos que la esperanza de Cuba dentro y fuera viene ocupándose de la anexión de la isla a Estados Unidos”.
Y agregaba el Mayor General: “Como esa idea torpe y criminal data desde hace tiempo y siempre condenada por todos los hijos de Cuba, dignos de tal nombre, que ellos han visto solo la expresión de cabales propósitos y de mezquindades egoístas, nada es que hoy más que nunca agrie el ánimo y subleve el corazón de los que solo al buen patriotismo saben rendir homenaje ferviente y sincera idolatría”.
Ante esas expresiones salidas de lo más profundo de su alma, y a 125 años de su heroica caída en combate en el Paso de Las Damas, no cabe la más mínima duda de hacia dónde Serafín Sánchez orientó a sus compatriotas continuar el camino cuando exhaló sus últimas palabras: “¡Siga la marcha!”.
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