Hay noticias que ahogan el corazón. Jamás una me ha perforado tan hondo.
—Borrego acaba de fallecer, me dicen del otro lado del teléfono.
Y uno, que sabía de la alarma por haber dado “positivo” aquel falso PCR, uno que frecuentemente intercambiaba en los escasos minutos —casi siempre en horario nocturno, cuando disponía de algún momento para el amigo—; uno, que por el último mensaje supo que la ilusoria alarma se había convertido en algo real:
“Quijote. Ahora sí estoy positivo de verdad. Me agravé en horas y tuve que ingresar por neumonía. Pasé mejor la noche, sin fiebre y sin tos. Tengo los medicamentos para seguir adelante. Un abrazo”.
Uno, que veía el ingreso hospitalario como algo ligero, intrascendente, ante su estatura de puro guerrero de las adversidades, jamás imaginó que un jodido virus, invisible a los ojos humanos, pudiera penetrar en un gigante con un corazón también gigante que resistió seis paros cardíacos; corazón abierto a todo el que se le acercaba; HOMBRE CO…RAJUDO de verdad; tanto que desafió la muerte y cuando no pudo más forcejeó para arrancarse el equipo que lo mantenía con vida, porque imaginaba no tener tiempo para escribir todo lo que quería agradecer; Borrego, capaz de afrontar cada acto con valor espartano y provisto de una armadura que no era, precisamente, de bronce.
No dedicarle unas líneas sería traicionar a la hermandad fiel durante casi 30 años de páginas entintadas y de pasajes herméticos, porque Borrego fue ese hombre-hermano-amigo que a uno no le toca, sino que lo elige para siempre.
A él no le gustaba la fanfarria, ni el elogio; tampoco los timoratos o aquellos de palabras vacías, aunque siempre estaba dispuesto a escucharlos.
Era (es) un antidogmático por excelencia.
No tenía devoción por la palabra hablada, pero sí por la escrita, aunque la primera la utilizaba bien, en el momento exacto, preciso, con su expresión picaresca y los ojos medio en blanco, como una de las señales para hacerse entender.
Callaba si pensaba que nada aportaría al intercambio, a la conversación. Eso sí, cuando hilvanaba las ideas daba una clase admirable, lo mismo de periodismo que de historia. Uno, que tuvo la suerte de poder escuchar sus relatos y ocurrencias, conoció lo mismo de interioridades de las bandas contrarrevolucionarias del Escambray, que de Katanga (Israel Pérez Cáceres), el guajiro delegado del Poder Popular en Venegas y diputado como él.
Fidel, de crecida en crecida, ¿Quién tiró la primera piedra?, Abundio Sánchez: Héroe a machete, Los Potricos de Méyer, El imperio de Uruguay, El ciclón que camina como los borrachos, Polvo del Sahara se “traga” las lomas del Escambray, Una montaña rusa entre Méyer y Trinidad, Cuando Fidel cruzó el Rubicón…, son, entre otros muchos títulos, fruto de una imaginación sin límites y de un periodismo de excelencia.
Cuando hubo alguna “disputa” fronteriza en los límites entre Ciego de Ávila y Sancti Spíritus, no vaciló en decir: “Oye, Quijote, no te olvides que el canal Zaza nace en mi provincia y muere en la tuya. Así que estate tranquilito y no te metas más en mi territorio”.
Porque era (es) extremadamente creativo y dueño de las ocurrencias más insospechadas, como aquellos cuentos de “El Titi” y “Bangán”, verdaderos ingenios costumbristas que se dan bajo la luz de cualquier noche pueblerina y que él supo contar como nadie.
Jamás lo vi perder la paciencia o los estribos. Cuanto más bajo hablaba, más grande era el regaño. Tal vez mucho tenga que ver con la franqueza y la expresividad con que suele decir las cosas, la educación a la antigua que le legaron Eldo y Julia, sus padres.
Soñó (sueña) en el colectivo de trabajo que creó en el periódico Escambray, su hábitat natural que supo simultanear con la corresponsalía del periódico Granma en la provincia.
Lo he oído y lo seguiré oyendo en su añoranza por la vida, en sus consejos atinados, porque a Borrego siempre habrá que escucharlo, leerlo y releerlo en presente. Ahora, pasado un tiempo relativamente corto, y a la vez demasiado largo; ahora, que puedo escribir, le dedico estas líneas, con el temor de que en algún lugar las lea y me diga: “Oye, loco, no escribas tanta mierda”.
Ortelio hablaste con el corazón. He sentido la muerte de muchas personas en estos tiempos de Covid, pero todavía me resulta que no es verdad que Borrego se nos haya ido. Quienes lo conocimos sabemos la grandeza que lo adornaba de pies a cabeza. Esa misma visión tuya la tuve cuando compartimos un tiempo como corresponsal de Granma en Camagüey y en otro momento como diputado de la V Legislatura de la Asamblea Nacional. La vida nos impone reto y ese es uno de ellos. Descanse en paz.
Sentidas líneas del colega Ortelio. Muy merecidas para el amigo_hermano Borrego, a quien llevaremos siempre en nuestro latir. Duele, duele mucho saber que no podremos disfrutar más en vivo de sus razonamientos, ocurrencias y fino humor ¿inglés? No. Muy criollo.
Se nos fue un extraordinario ser humano. Para mí, fue un un enorme privilegio haber contado con su amistad. Mis condolencias para su familia y sus más cercanos amigos y compañeros de trabajo.