25 de mayo de 2002
Queridos compatriotas:
Sólo unos minutos para saludarlos a ustedes y pronunciar breves palabras, dirigidas en esta ocasión fundamentalmente al pueblo norteamericano.
Nuestra lucha no es ni será jamás contra el pueblo de Estados Unidos. Quizás en ningún otro país se reciba a los ciudadanos norteamericanos con el respeto y la hospitalidad con que se les recibe en Cuba.
Somos hombres de ideas y no una comunidad de fanáticos. Nunca en Cuba se culpó ni sembró odio contra el pueblo de Estados Unidos por las agresiones que hemos sufrido de sus gobiernos. Eso hubiera estado contra nuestras doctrinas políticas y nuestra conciencia internacionalista, bien probada a lo largo de muchos años y cada día más arraigada en nuestro pensamiento.
Si patria es humanidad, como sentenció Martí, somos ciudadanos del mundo y hermanos de todos los pueblos del planeta. Sus niños, sus jóvenes, sus ancianos, sus hombres y mujeres, son también nuestros, independientemente de las ideas económicas, políticas, religiosas y culturales de cada cual.
Las relaciones entre el pueblo de Cuba y el pueblo de Estados Unidos, aunque muy influido este durante decenas de años por un diluvio de propaganda calumniosa e información manipulada, han ido mejorando día a día, en especial desde que un 80 por ciento de sus ciudadanos apoyó la devolución del niño secuestrado a su familia y a su patria.
Siempre he pensado, a partir de mis reflexiones sobre la más reciente historia de ese país, que el pueblo norteamericano puede apoyar una mala causa – y no pocas veces lo ha hecho- , pero para ello primero hay que engañarlo. Si bien cuando la guerra de Viet Nam las imágenes dolorosas que observaba a diario, de jóvenes norteamericanos que regresaban sin vida, contribuyeron en alto grado a su toma de conciencia sobre lo estéril, injusto y absurdo de aquella guerra, en el caso del niño no ocurría algo parecido. Conocida a través de sus propios medios masivos la cruel injusticia que se estaba cometiendo con aquella criatura, el pueblo norteamericano no vaciló en ponerse al lado de lo justo. ¡Eso Cuba no lo olvidará nunca!
Duele profundamente que a ese pueblo, de esencia noble, se le trate de engañar con la diabólica invención de que en los laboratorios donde nuestros abnegados científicos descubren, producen y desarrollan vacunas, medicinas y tratamientos terapéuticos que previenen o curan enfermedades, ahorran sufrimientos y salvan incontables vidas, se desarrollan programas de investigación y producción de armas biológicas.
Se habla alternativamente de la capacidad de producirlas. Cualquier conocimiento técnico-científico a lo largo de la historia ha servido para el bien o para el mal. En nuestro país jamás se ha pensado producir tales armas. Nuestros científicos han sido educados en la misión sagrada de proteger la vida y no en destruirla.
Cuba dispone del doble de médicos per cápita que el conjunto de las naciones más desarrolladas. Ningún país ha prestado ni presta gratuitamente más apoyo a los servicios de salud de otros pueblos, ni ha salvado más vidas. Un pueblo que así actúa, no tiene ni puede tener vocación de fabricante de armas biológicas.
Más importantes que los conocimientos son los sentimientos. Y por encima de todo, la verdad debe ser sagrada.
Dos semanas después de la infame calumnia, vino la arbitraria inclusión de Cuba en una lista de países que auspician el terrorismo.
Más que la preocupación por el daño moral y político que puede derivarse de tan canallescas acusaciones, nos duele la idea de que un solo norteamericano llegara a creer que desde Cuba pudiera originarse daño alguno a él, a su familia y a su pueblo.
Ni una sola gota de sangre se ha derramado en Estados Unidos, ni un átomo de riqueza allí se ha perdido en 43 años de Revolución por acción terrorista alguna procedente de Cuba. A la inversa, son miles las pérdidas de vidas y cifras siderales los daños materiales que se han ocasionado a nuestra patria desde territorio norteamericano. Es algo sobre lo que el pueblo de Estados Unidos debe ser informado, en lugar de saturarlo con calumnias y mentiras.
La única verdad que debiera inferirse es que desde Cuba el pueblo de Estados Unidos pudiera recibir vacunas, medicamentos y procedimientos médicos que salvarían con seguridad numerosas vidas, o servirían para recuperar bienestar y salud cuando cese la absurda prohibición del intercambio comercial. Si esa modesta cooperación es posible, se debe a que hace mucho rato desapareció el analfabetismo en nuestro país, un alto nivel educacional ha sido alcanzado, y Cuba se convierte cada vez más en un país no solo de grandes talentos artísticos e intelectuales, sino también de pedagogos, científicos y cientos de miles de ciudadanos capaces de crear riquezas con sus inteligencias cultivadas. ¡Una prueba de lo que puede hacerse, a pesar del subdesarrollo heredado y el más prolongado bloqueo económico y financiero que haya sufrido nunca pueblo alguno!
Nos duele también mucho ver al pueblo norteamericano envuelto en una atmósfera de terror que perturba su vida, limita su capacidad de crear, entorpece sus actividades normales y afecta su economía.
No quiero utilizar este momento para hacer críticas de lo que pudo hacerse y no se hizo a fin de evitar el horrendo crimen del 11 de septiembre; no dispongo de elementos de juicio suficientes.
Como dirigente de un país que ha tenido que defenderse durante más de 4 décadas de miles de acciones terroristas, puedo afirmar que la siembra incesante de pánico no es el camino correcto; puede afectar psicológicamente a la población y convertir la vida de ese inmenso país en un insoportable infierno. Los riesgos de graves acciones terroristas han existido y existen en Estados Unidos como en cualquier otra parte del mundo, antes o después del 11 de septiembre. Incluso, personas enajenadas, excitadas por el clima reinante, pueden realizarlas. Los dirigentes de un país no pueden ser arrastrados a errores por el temor a las realidades; son muchas y muy diversas las que en la actualidad amenazan a la sociedad humana.
De todas las medidas preventivas que puedan adoptarse contra el terrorismo, hay algunas fundamentales: educar al pueblo, informarlo de esas realidades y peligros, transmitirle serenidad, confianza y los conocimientos necesarios para obtener de él la mayor y más eficiente cooperación en esa lucha.
Los cubanos, habituados a librar batallas con el pueblo, no concebimos victoria alguna sin su participación y apoyo.
Es deber elemental de los agobiados dirigentes de nuestro complejo mundo, entre otras muchas obligaciones – y sin olvidar el hambre, la pobreza, el subdesarrollo, las enfermedades que diezman regiones enteras, los cambios de clima y otras calamidades- , reflexionar y meditar sobre las causas y raíces que han originado la peligrosa pandemia del terrorismo, y aplicar métodos verdaderamente eficaces para combatirlos.
En sus dificultades actuales y en la lucha contra el flagelo del terrorismo, el pueblo de Estados Unidos puede contar con este pueblo amistoso, solidario y generoso.
¡Viva el sistema político y económico que convirtió a Cuba en ejemplo de justicia, soberanía plena, libertad verdadera, dignidad y heroísmo!
¡Viva el pueblo patriótico, unido y culto que ningún poder sobre la Tierra podrá jamás doblegar!
¡Venceremos!