Leyenda viva
Leyenda es la vorágine espectacular de una vida consagrada a las más caras empresas: organiza los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en el extremo oriental de la isla; sufre 22 meses prisión; dirige la insurrección desde el exilio mejicano y desembarca en la isla a bordo del yate Granma para liderar 25 meses de lucha armada en la Sierra Maestra que culminan con el triunfo de la Revolución en 1959.
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El líder, capaz de arrastrar con su sola presencia multitudes que le confesan cabal adhesión y reconocen su protagonismo en momentos cruciales como la Crisis de Octubre, la derrota de los mercenarios en Bahía de Cochinos o la rectificación del rumbo revolucionario en momentos de recesión económica, duerme no más de cinco horas diarias y trabaja habitualmente de noche y madrugada sin que conozcamos a ciencia cierta el detalle más entrañable de su vida privada, sin que hayamos visto nunca una foto suya en un momento de ocio; siempre enfundado en el uniforme verde olivo y las botas de campaña, signo de austeridad y transparencia, de constancia y tesonera voluntad que no destiñen con el paso del tiempo.
Nunca un estadista del Tercer Mundo brilló con tanta elocuencia en los foros más comprometidos para denunciar las prácticas excluyentes y depredatorias de los países desarrollados o alzó su verbo tenaz contra los dogmas del libre mercado o los imperativos de la globalización y el pensamiento único. Un centenar de altas condecoraciones nacionales y extranjeras y decenas de distinciones académicas honorarias concedidas en América Latina y Europa dan fe del reconocimiento tácito a su vocación emancipadora.
Más allá de su imagen de líder, Fidel es un hombre profundamente humano.
Sus discursos han surtido efectos reveladores entre simpatizantes y enemigos furibundos que reconocen en su cualidad de tribuno dotes excepcionales para enfocar todos los temas trascendentales de las últimas cinco décadas: Revolución y justicia social, Guerra Fría, descolonización, pugna Este-Oeste, diálogo Norte-Sur, deuda del Tercer Mundo, orden económico internacional, integración caribeña y globalización. Su discurso más largo se prolongó durante siete horas y el más corto alcanzó sólo 18 minutos.
Más de 600 atentados contra su vida evidencian la extraordinaria capacidad para salir ileso de los lances más insólitos: ametralladoras ocultas dentro de una cámara de televisión, carro-bombas, puros envenenados, emboscada de francotiradores. Los tintes de la leyenda le atribuyen una protección ancestral reservada a los espíritus empadronados entre los pliegues de la religiosidad más cauta, heredada de la cosmogonía mestiza propia de estas tierras; pero lo cierto es que el Comandante se burla de la sagacidad de sus verdugos ofreciéndoles el pecho y la irrevocable razón de su existencia.
Si la leyenda se tradujera en dar confianza a un pueblo en momentos en que necesita ardor y seguridad para asumir una situación nueva y peligrosa, Fidel es, sin el menor reparo, el héroe legendario que nos enseña a enfrentar cada día el bloqueo impuesto por Estados Unidos hace más de 35 años o las amenazas de un período de transición que la camarilla del presidente norteamericano se empeña en anunciar al mundo para derrocar la Revolución cubana; pero además el patriarca capaz de promover en el ánimo de su pueblo el interés por el ahorro de energía con el mismo fervor que lo convoca a entregar hasta la última gota de sangre por la dignidad conquistada.
Es también, el adalid de prosa ferviente reservada a los sitiales de encomio en el regazo de la historia y la literatura, que escribió con la elegancia y la pasión de los elegidos la proclama de un adversario al gobierno de Estados Unidos en estos términos: “Puesto que usted ha decido que nuestra suerte está echada, tengo el placer de despedirme como los gladiadores romanos que iban a combatir en el circo: ‘Salve, César, los que van a morir te saludan’. Sólo lamento que no podría siquiera verle la cara porque en ese caso usted estará a miles de kilómetros de distancia y yo estaré en la primera línea de combate para morir combatiendo en defensa de mi patria”.
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Quizás el inmigrante gallego Ángel Castro Argiz nunca reparó en la simiente plantada en aquellos parajes indómitos donde le nació el tercero de sus vástagos hace ya 80 años; tal vez conocía las crónicas guardadas desde tiempos inmemoriales donde los patriarcas de la latinidad le buscaron un significado a los nombres de sus hijos para cobijarlos bajo el manto honorable de la virtud.
De cualquier forma, no parece obra de la casualidad que Fidel signifique fiel y designe la energía, el valor, la audacia y la confianza en sí mismo; las dotes del liderazgo y la originalidad del pensamiento, que los cubanos reconocemos en su capacidad para conducirnos en los trances azarosos y las victorias placenteras.