Juan Enrique Rodríguez Valle husmea en la historia de la música espirituana y devuelve a sus coterráneos los hallazgos de esa pasión indomable.
Por Yoleisy Pérez Molinet
A punto de cumplir 75 años, se ríe de la vida y aspira a seguir incorporando archivos a su historia de investigador. No canta, pero se entona con tres tragos. Usa guayabera, mas se acomoda fácilmente a unas modernas sandalias de cuero. Dice que la cultura no es estática, aunque añora preservar tradiciones que el viento se llevó. Inaugura sus días con optimismo y asegura que es un hombre feliz.
Lo nombraron Juan Enrique Rodríguez cuando vino al mundo en los brazos de Fortunata Valle, el 18 de enero de 1937. Poco tiempo después, ya el bichito de la música se le había “colado” en el cuerpo y desde entonces no lo abandona. Sin embargo, otras pasiones aparecieron en el camino y, además de graduarse de Piano y Solfeo, se dedicó a investigar. Necesitó otras armas, y las buscó: se graduó como periodista. Desde entonces comparte, en total armonía, tres profesiones, “que son una sola”.
“Yo comencé con la música por una tradición familiar -señala-; mi abuelo era músico, mi mamá también, y empecé a interesarme por eso. Quizá debido a ser un muchacho muy enfermizo, asmático, me dediqué a tocar el piano, a acompañar a mi mamá, que era flautista; mi tía cantaba y también tocaba flauta. Respiraba ese amor por lo criollo, es decir, por la cultura. Una bisabuela mía (madre de mi abuela) era ayudante de Manuel Martínez-Moles e investigaba sobre las tradiciones espirituanas. Todo eso influyó en mi interés.
“Allí escuché hablar del Coro de Clave, de la Parranda. Luego del triunfo de la Revolución, mi mamá me presentó a Teofilito, y comencé a enamorarme de esa tradición que ya era antigua en Sancti Spíritus, o sea, el Coro de Clave; me di a la tarea de organizar con él, con David Pérez Quintero, con Ohilda Beltrán y otros esa historia. Hice contactos en La Habana. Fue por los años 61 o 62, se reorganizaron los Coros de Clave y fue también oportuno el contexto para que Odilio Urfé hiciera los trámites legales a fin de reconocer la paternidad de la criolla Pensamiento, de Teofilito”.
¿Estuvo involucrado en esa historia?
“De alguna manera, ahí es donde empieza la efervescencia mía en todo ese campo. Atrevidamente fui a La Habana y me entrevisté con Argeliers León, me abrió la puerta; también María Teresa Linares. Después me recomendaron a Odilio Urfé; esas personalidades reconocieron mi motivación y me hablaban de tú a tú, yo me sentí extraño entre ellos y sin embargo me dieron armas y conocimientos para desarrollar mis investigaciones; así me ocurrió también con Samuel Feijoo. Con toda esa armazón vine a Sancti Spíritus y comencé a investigar; una investigación viva con Teofilito en el Coro de Clave y la Parranda, que entonces estaban unidos, era una sola institución. Cuando aquello estaba incipiente el sistema de Cultura, todo se hacía con mucho trabajo, pero con alegría, entusiasmo. “Aprendí con Leoncia Marín y otras personas que me ayudaron a conformar la verdadera historia del Coro de Clave, porque en lo relacionado con nuestras tradiciones se va mucho a las anécdotas, pero poco a la historia real de las cosas.
“Estudié también Periodismo en busca de armas para desarrollar la investigación, cuando aquello no existía la Musicología ni nada de eso”.
¿Resultó el Periodismo entonces una simple herramienta?
“No; fue una herramienta, pero además me gustaba. Inicié mis estudios de Periodismo en Santa Clara a finales de los años 50. Esta carrera me ha aportado conocimientos, métodos y motivación para desarrollar mis investigaciones. Agradezco mucho al periódico Escambray, fui de los primeros que escribieron en este medio y ello resultó muy interesante, porque hasta entonces solo había hecho periodismo de farándula, de espectáculo, pero ahí ya pude plasmar los resultados de mis estudios musicales”.
Detrás de sus acostumbrados espejuelos, se iluminan los ojos de este hombre cuando habla de sus relaciones con prestigiosos músicos espirituanos, un vínculo particular con el Coro de Clave, la Parranda, José Manuel (Lico) Jiménez y las tonadas trinitarias; pero no vacila en afirmar: “El que más me ha marcado, independientemente de que ha sido al que más he estudiado, te puedo decir que es Teofilito, por su vida y por su obra espontánea. Tengo deudas con él, ahora mismo estoy haciendo un trabajo con el ánimo de convertirlo en una multimedia que incluya toda su obra, que es bastante extensa”.
Orgulloso de mantener la tradición musical al menos en uno de sus tres hijos, de extender conocimientos a incontables alumnos y de conservar entre sus trofeos la condición de Hijo Ilustre de SanctiSpíritus, tantos años de empeños y desvelos le han aportado, sobre todo, “la satisfacción de ser útil”.
¿Cuáles huellas de Juan Enrique van quedando en la cultura musical espirituana?
“Bueno, a mí me sorprende haber encontrado mi nombre en una Enciclopedia de la Música publicada en España, pues creo que si he aportado algo ha sido una retroalimentación; lo que he logrado es tomar lo que se ha hecho y mantenerlo vivo, transmitir esos conocimientos a otras generaciones. He publicado varios libros y preparo otros”.
¿Gusta de escuchar alguna música en especial o le acomoda cualquiera?
“Música instrumental. Me gustan mucho el Concierto para piano, de Tchaikovski; de Beethoven, la Sinfonía Pastoral me deleita, y muchas otras. También disfruto la música popular, pero que tenga sentido de la cubanía”.
¿Otros hobbies?
“Disfruto mucho el hogar, jugar con mis nietos, preparar un buen plato en la cocina, leer”.
¿Y cómo logra mantener siempre esa sonrisa, esa cordura?
“Lo más importante es aprender que la vida no es color de rosas; cuando hay dificultades, saberlas sobrellevar y tener siempre la sonrisa a flor de labios. Puede que haya muchos que no concuerden con mis ideas, con mis puntos de vista, pero te digo con honestidad: no tengo enemigos. Hay que respetar, eso sí, los criterios de las personas, creo que con eso eres feliz. Yo soy un hombre feliz”.
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