Los Estados Unidos y sus cómplices europeos han hecho de la agresión combinada con el propósito de cambios de régimen, el modus operandi por excelencia para desarrollar sus conquistas en estos inicios del siglo XXI.
Si bien el Medio Oriente y el norte de África resultan en estos momentos el foco de prioridad para el imperio hegemónico, que amenaza ahora con desatar en cualquier momento la guerra contra Siria e Irán, la América Latina y el Caribe le siguen en sus proyectos hegemónicos, en una lista en la que figuran también, en ese orden, el gran continente negro y Asia.
Para explicarse los cambios en las motivaciones del capitalismo mundial con Washington a la cabeza, hay que remitirse a las transformaciones económico-financieras y tecnológicas que han venido aconteciendo en la era de la globalización neoliberal y la informatización a escala planetaria.
Como plantean Rodrigo Guevara y Manuel Freytas en su artículo Imperio y capitalismo sin fronteras –IAR-Noticias, 4 de diciembre de 2005-: “En los 90 la especulación financiera… obró como la fuerza motriz principal de la ganancia y conquista capitalista de mercados, sobre todo en Asia y Latinoamérica. Para eso impulsaron la destrucción de los estados nacionales y la instauración del ‘libre mercado’ con democracia, elecciones, y gobiernos títeres, sean de corte neoliberal o ‘progresista”.
Pero la dinámica económica y geopolítica de los últimos años ha introducido sus variables y, tanto en la administración pasada de W. Bush como en la actual de Barack Obama, la estrategia de dominio capitalista transnacional se dirige a los centros neurálgicos del petróleo y la energía, vitales para la supervivencia de la sociedad de consumo norteamericana y del occidente capitalista.
“Los nuevos movimientos expansivos de ganancia y acumulación del capitalismo sin fronteras -apuntan Guevara y Freytas- se concentran en el control de recursos estratégicos como el petróleo, el agua y la biodiversidad, para lo cual el uso del poder tecnológico-militar de EE.UU. es clave y esencial”.
Según los autores citados, la lógica de supervivencia, el desarrollo expansivo y la acumulación de ganancia del capitalismo norteamericano transnacionalizado se basa en tres factores esenciales: la conquista imperial de mercados, el control de los recursos naturales estratégicos y la explotación de mano de obra barata, objetivos solo realizables por medio de la invasión militar.
Sin estos requisitos, afirman, “el sistema capitalista imperialista norteamericano simplemente desaparecería».
Y es aquí donde entra de lleno el peligro para Nuestra América, pues en los Estados Unidos, los recursos naturales, muy explotados, se han agotado o tienden a desaparecer, empezando por el petróleo y el gas, pero también minerales como el grafito, el estroncio, el columbo, el manganeso, la mica, el talantium y el tritium, que Washington tiene que importar al ciento por ciento.
Por si fuera poco, sus reservas de alúmina, bauxita, tungsteno, platino, estaño, cobalto, cromo y níquel también están muy mermadas, haciendo dependiente a la potencia hegemónica mundial de la importación de esos productos, cada vez más caros, de naciones muchas veces con regímenes que le son adversos.
En este sentido resulta ilustrativo el caso del petróleo, energético del cual hace unos ocho años importaban el 45 por ciento del consumo doméstico, y que ahora comprende el 55 por ciento de los 1 000 millones de toneladas que requieren anualmente, lo que equivale a más de la cuarta parte del gasto total a nivel del planeta.
Vale decir que el 65 por ciento de estas importaciones provienen del Medio Oriente, de ahí que Washington haya diversificado en los últimos tiempos sus proveedores de combustible, con énfasis en Canadá, México, Nigeria, Venezuela, Colombia, Angola y otros, de un listado de más de 20 países.
De ahí también los esfuerzos que culminaron en 1994 con la implantación del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (TLCAN) y la prioridad que Washington le confiere a todo lo relacionado con Colombia y Venezuela, donde un cambio de régimen impuesto en Caracas permitiría tender un oleoducto gigante que iría desde territorio venezolano, pasando por Colombia, hasta California, a lo largo de toda Centroamérica.
El proyecto general de asimilación forzada de nuestros países se subdivide a su vez en varios subprogramas como el Plan Puebla-Panamá, el Plan Sur, el Corredor Biológico Mesoamericano, el Plan Energético de las Américas, la Operación Nuevos Horizontes, y el Plan Colombia, entre otros, de consuno con las oligarquías locales.
Existe además un megaplan maestro para apoderarse de los inmensos recursos naturales y de biodiversidad de la América del Sur, llamado Proyecto Andino-Amazónico -Carlos Oliva Campos, Cuadernos Nuestra América, 2004- mediante el cual los Estados Unidos por medio de sus transnacionales se apoderarían de toda la cuenca amazónica, comprendida en los territorios de ocho países del área, con más de 7 millones de kilómetros cuadrados e ingentes reservas de agua y biodiversidad.
Luego o simultáneamente le seguiría la asimilación del llamado Acuífero Guaraní, comprendido en la “cuádruple frontera” entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, con cerca de 1 190 000 kilómetros cuadrados y una de las mayores reservas de agua dulce del mundo.
Ello explicaría los esfuerzos continuados de Washington por sabotear los mecanismos de integración en el área y sembrar la inestabilidad en toda Suramérica, en lo cual se inscriben las misiones secretas del Comando Sur y la reactivación de la Cuarta Flota del Atlántico.
En resumen, las conquistas militares de reservas energéticas y/o de biodiversidad han pasado de la búsqueda tradicional de rentabilidad a ser una prioridad estratégica de supervivencia para la unión norteamericana, así como para sus cómplices europeos y asiáticos, asociados a sus empresas imperialistas.
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