Confiesa Alicia Leal, una de las notables de las artes plásticas, quien naciera en una esquina de Taguasco.
Alicia Leal Veloz no conoce si Las Varas todavía respira en las llanuras de Taguasco; apenas recuerda que cuando regresaba allá durante las vacaciones escolares veía una buganvilia florecida escoltando los fantasmas de su casa deshecha, donde cierta comadrona la trajo al mundo en un parto difícil.
A la sitiería de los abuelos isleños volvió siempre hasta que la adolescente habanera dispuso el último viaje; quién sabe si fue aquel cuando, en un intento de amazona, terminó con el caballo desbocado en un arroyo cercano.
“Esos recuerdos sí han influido en mi gusto por la naturaleza, por el mundo bucólico”, admite, desde su casona en el Vedado, una de las prominentes artistas de la Plástica contemporánea en la isla, incluida en colecciones permanentes en Estados Unidos, Alemania, Jamaica…
Asida al verde olivo de sus padres, llegó a la capital sin amanecer aún sus tres años. Cuba acababa de salir de los linderos de otra jungla, emparentada con los trazos de Lam.
Usted intentó primero ser militar…
Fue por mis padres; pero los Camilitos no tenían nada que ver conmigo. Nunca me adapté a estar becada, desde quinto grado lo estuve. Me refugiaba mucho en el dibujo; también me gustaba escribir. Llevaba como una telenovela, una historieta. Un buen día me enteré, por un muchacho vecino, que se podía estudiar todo eso que me gustaba. En conocimientos yo era totalmente virgen cuando entré a San Alejandro (1975); allí descubrí un mundo desconocido para mí, que me ha absorbido hasta los días de hoy.
En la apertura de su muestra Alicia en el centro de las maravillas, el crítico Jorge Fuentes habla de usted como “frágil personaje”. ¿Acepta ese calificativo?
Jorge no me conoce bien. A veces uno se impone falsos personajes; a lo mejor me vio en una pose de fragilidad, a lo mejor lo soy.
De modo autobiográfico usted lleva a la pintura el conflicto de la familia, la maternidad, la relación de pareja, la casa… ¿Por qué no le teme a ese “desnudo” testimonial?
Yo sí le temo, le temo muchísimo; a veces los artistas necesitan decir cosas porque es una especie de catarsis. Quizás esa sea la manera que he encontrado de sacar mis demonios; uno necesita sacar los demonios fuera porque si no te comen. De lo contrario no estaría ahora conversando contigo y sí en Mazorra. Aunque, cuando uno pinta nunca se queda totalmente al desnudo, siempre guarda sus resortes.
Por cierto, ¿para qué pintor haría un desnudo Alicia Leal?
Cuando Juan dibujaba, lo hizo muchas veces. Admiro a muchos artistas cubanos; lo hubiera hecho ante Mariano Rodríguez. Me hubiera desnudado sin pensarlo ante Miguel Ángel, Botticelli; ante Picasso no; no por él, sino por su obra.
Al unir su vida con Juan Moreira, distinguido artista de la Plástica y profesor suyo en San Alejandro, ¿acaso su hogar no se vino abajo por la marcada diferencia de edades entre ustedes?
Me fui de mi casa muy joven; pero no del país. No tengo hermanos y de alguna manera seguí siendo el centro de la vida de mis padres. Haber encontrado a Juan, con sus amigos que también heredé, con su vida, muy diferente a la mía, fue trascendental. Quemé etapas porque caí de pronto en una vida hecha; era vivir de pronto otra vida.
Llevamos juntos ya 30 años, y tú no puedes definir fronteras entre cuándo Juan es parte y juez de mi obra. Entre él y yo sí ha habido muchas contradicciones. Miro las cosas de un modo muy diferente al de él. Tenemos confrontaciones sobre lo que pasa, por ejemplo, con el arte joven en el país, en el mundo. Uno no se puede enquistar en cierta fórmula; las fórmulas en el arte no funcionan.
¿Cuánto hay de Alicia en Ana, su hija, quien fue bailarina, como usted quiso ser?
Ana continuó porque me tenía detrás apoyándola; a mí no me apoyaron mis padres para hacerlo. Que Ana lo haya podido hacer es para mí un orgullo; he vivido de cerca lo difícil que es ser bailarín. Ella fue muy tenaz, muy disciplinada; quiso llegar al Ballet Nacional de Cuba y lo logró. Después fue lo suficientemente madura para darse cuenta de que esa etapa había llegado a su fin; ahora está en la fotografía. Esas son las contradicciones de la vida.
Las mujeres se posan, vuelan y retornan a las creaciones suyas; tal recurrencia puede convertirse en una trampa, en un bumerán. ¿Por qué sigue aferrada al tema femenino?
Porque es un tema que no tiene fin, es la vida misma. Estoy viviendo, voy cumpliendo años. Mi hija tiene su propio conflicto de existencia, y yo estoy viviendo su vida también.
Usted ha confesado que es una artista que intenta comprender el mundo desde su posición de mujer, madre, esposa, pez, agua, piedra y simple ser humano. ¿Lo ha logrado?
Ni lo he logrado ni lo quiero lograr. Eso es muy difícil; de aceptarlo estamos poniéndonos un pie forzado.
Dicen que impuesta a la fuerza de una disciplina casi espartana, usted todos los días pinta por las mañanas.
Pintar es una obsesión para mí; toda mi vida está en función de ello.
Su obra está insertada en los circuitos internacionales, dígase mercado atractivo y voraz, ¿cómo andar ese camino sin hacer concesiones estéticas?
El mercado es un arma de doble filo. Por supuesto, es importante; incluso te condiciona hasta el pensamiento. No obstante, a la hora de estar trabajando en tu estudio, no puedes estar con el mercado en la cabeza, porque la obra te sale falsa. Me condiciona, claro; pero trato de que sea lo menos posible. Con los años se crea una ética; una puede cambiarse de vestido, pero si posee reflexiones sólidas, esas nadie las cambia.
¿Hasta dónde le inquieta que el cubano común no pueda adquirir una de sus obras y disfrutarla en casa?
Sí me inquieta. Yo quisiera que toda mi obra y la de mis amigos se quedaran en el país y formaran parte del patrimonio cultural cubano. Existen otras maneras de que se quede -no a través de los originales-: se hacen muchas reproducciones, serigrafías, grabados múltiples… Estoy segura que se buscarán nuevas fórmulas; el cubano es muy sensible al arte.
La ilustración de textos también emerge en su creación. Pienso en Cuentos cubanos, de Philippe Calon; en Las muchachas de La Habana…, de Luisa Campuzano. Asomarse a esa otra ventana, ¿cuán difícil resulta?
Me gusta mucho hacer ilustraciones; es salir de mí y entrar en la sensibilidad de otra persona, en otro mundo. Me siento relativamente cómoda en hacerlo. Hay escritores más fáciles de ilustrar que otros; por ejemplo, ilustrar a José Martí es difícil y, a la vez, más fácil, porque da una gran cantidad de símbolos; están ahí y solo hay que tocarlos.
¿Cómo se comunican, en su obra toda, la pintura, la fotografía, la cerámica, la ilustración…?
Son etapas en las que al final todas constituyen una misma obra. Esas técnicas te oxigenan. No he hecho todas las exposiciones que he querido; las hago cuando tengo algo diferente que mostrar.
¿Qué objeción esgrimiría si alguien encabezara así su extenso currículo: Alicia Leal (Las Varas, Taguasco, 1957)?
Ninguna. Por cierto, ¿no crees que ya la serpiente se mordió la cola?
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