Artistas espirituanos exponen sus obras en la XI Bienal de La Habana convocada por el Centro Wifredo Lam, que cerrará sus puertas el próximo 11 de junio.
La Habana puede resultar distinta para quienes la visiten por estos días. Acciones poco comunes se suceden casi a diario en apenas tres semanas. En espacios públicos diferentes han aparecido objetos inusuales, para algunos “extraños” que comparten el diario transcurrir de los transeúntes. Los más entendidos comentan que se trata de una cita urbana con el arte.
Por doquier hay evidencias de lo inusitado, algunas de las cuales asisten de la mano de varios espirituanos. Llegaron a la capital con unas ansias inmensas de mostrar lo creado, con deseos de compartir con el público. Ellos conforman la nómina de los más de un centenar de artistas que convergen en Cuba para participar en la XI Bienal de La Habana, convocada por el Centro Wifredo Lam.
Esta vez sus organizadores crearon el proyecto de curaduría general a partir del concepto de las prácticas artísticas y los imaginarios sociales. Dicho de otro modo, se busca establecer una relación directa de propuestas artísticas cercanas al ciudadano común.
En esa coordenada urbana se ubican las obras de la espirituana Marianela Orozco y del trinitario Alexandre Arrechea, exmiembro del singular grupo Los Carpinteros, que tanto aportó en el modelado de nuevos contenidos artísticos. Ambos buscan socializar sus inquietudes desde perspectivas diferentes.
La Orozco tomó como modelo de creación los pequeños reguiletes infantiles. Para compartir su imaginario magnificó el objeto a escala mayor convirtiéndolo en 10 molinos de viento batidos por la brisa del Malecón.
Arrechea construyó una figura totémica de varios metros de altura. Él colocó imitaciones de orejas humanas creadas con planchas de metal que se superponían de mayor a menor al modo de una potente antena radial. El título identificativo no podía ser más irónico: Nadie escucha. Algo así como la corporización del diálogo de atrincheramiento conocido con el epíteto de oídos de sordo.
Pasado el túnel de La Habana, se encuentra el complejo arquitectónico militar conocido por La Cabaña, un espacio dotado de numerosos pabellones y callejuelas donde se exhiben las muestras colaterales de la Bienal creadas por los cubanos invitados.
Hay obras de artistas procedentes de diferentes provincias. Se diría que allí se concentra una buena parte del imaginario cultural de la nación. Entre los expositores se encuentran Adonis Flores y Julio Neira. Cada cual con su poética particular, sintetizan el saber personal de quienes viven en un mundo globalizado, pero a partir de experiencias individuales.
Neira acude al simulacro de un terreno de pelota bajo el título de Dream Team, algo así como Equipo de ensueño. Alrededor de las paredes de la bóveda que limitan el virtual espacio beisbolero se encuentran fotos de peloteros, lo cual incita al público a tomar partido por su equipo.
De profunda actualidad dramática resultan las dos piezas de Adonis Flores en otro de los pabellones abovedados. Se trata de un ataúd en forma de bota militar y de un par de zapatillas ajustables a las manos de un humano transformado en máquina de matar. Ambos objetos constituyen evidencias alarmantes sobre la violencia y la militarización del pensamiento en la época contemporánea.
Otra instalación impactante es la del espirituano, residente en La Habana, Jorge López Pardo, quien construyó enormes parles de madera colocados unos encima del otro. Entre esas armazones, yacen cuerpos de personas que por su realismo pocos pueden sospechar que se trata de fotos manipuladas por el artista. Su título: Capital humano, verdadera metáfora de la humanidad atrapada en su condición de mercancía intercambiable.
En pleno barrio de el Vedado, se exhibe una inmensa carpa de circo vacía. Por los restos desechables de recipientes de jugos “sembrados” sobre el terreno a la entrada, el visitante conocedor de los simulacros artísticos advertirá del porqué el zaceño Wilfredo Prieto tituló a su inmenso proyecto de intervención pública Circo triste. Verdadera paradoja, pues el mundo circense se define por los momentos de alegría y suspense que viven quienes participan como espectadores de ese espacio interior mágico. Pero quienes se aventuren a penetrarlo descubrirán la soledad desacralizadora que invade el recinto una vez finalizada la función.
Los ejemplos citados de obras y autores espirituanos tienen como denominador común la búsqueda del imaginario social a través de sus particulares prácticas artísticas exhibidas durante una Bienal que está próxima a cerrar sus puertas.
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