Ediciones Luminaria despide el 2012 con la publicación del nuevo poemario de Oscar G. Otazo, el segundo de su autoría publicado por la casa editorial espirituana.
A trasluz, la poesía cabalga por el filo de los estremecimientos graves y oceánicos, a riesgo de abismarse o sobrevivir; a trasluz, Bosque sagrado, de Oscar G. Otazo (Duandy) no se precipita al vacío: el autor no se deja sobornar por los versos estériles, adulones al oído y privados de resonancias.
Perteneciente al catálogo del 2012 de Ediciones Luminaria (Colección Verja), este volumen constituye el tercer poemario de Otazo (Cabaiguán, 1977) y el segundo de su autoría publicado por la casa editorial espirituana; recuérdese, su bautismo poético llegó con El ascenso de los hijos de Usna.
Para quien la tradición es la forma determinante de entrar a servirnos del tiempo y desentrañarlo mediante eficacias históricas, sociales y religiosas, no resulta transgresión cruzar las fronteras de la mitología y cosmogonía celtas, que tácita o literalmente emergen en el discurso de Bosque…
¿Evasión? ¿Clásica estampida del poeta ante los claroscuros y las sacudidas del aquí y el ahora de su comarca? Él lo niega con rotundidad. Las alusiones a ese mundo, lejano geográficamente, más que restar, subrayan la universalidad temática del libro, transido por las sajaduras de la dicotomía vida-muerte, la creación, la sinceridad, la frustración, el amor, el (des) conocimiento… tan cotidianos en Dublín, Irlanda, como en Cabaiguán, Sancti Spíritus.
Hastiado por tanta bestialidad itinerante, el poeta lleva al banquillo la (in) civilización de hoy: El mundo se hincha/ y sobre lo oscuro se quiebra y se derrumba, dice en “Arraigo”; Hemos destruido el universo que no somos, dictamina en “Experiencia”, sin pose de juez.
Para salvar al prójimo, Otazo alerta, lo cuestiona casi todo; busca domeñar la barbarie desde el verso, en un acto más que filantrópico, persuasivo, de aversión a quienes viran el rostro ante tanta guerra, ultraje, monumentos y símbolos desplomados, criaturas corruptas, muertos sin redimir.
Porque se trata no solo de fondos, sino, también, de formas, el autor recurre a la interpelación del lector en su estrategia discursiva: ¿Cómo convocar a los que aún duermen/ y barren por la Historia aquella muchedumbre/ punzada por el bronce y los pergaminos?, pregunta en “Destino”. En ese diálogo a distancia, promueve el discernimiento en el lector, lo impela a derribar las catedrales de la desidia del no ver, del no pensar.
Al parecer, Bosque sagrado pacta con el pesimismo, le levanta un templo al desasosiego con: No hay en lo oscuro antorcha que inflame el laberinto (“Plegaria en el cementerio”). Al parecer. Benditos los que siembran la creación como un ejército, recuerda en “Everlast” para hacerle guiños, sin hipocresía, a la esperanza, al cambio que no debe retardarse más.
Editada por la escritora Marlene García, la obra, verdadera ofrenda a la sinceridad, al dejar advertir zonas autobiográficas del autor, quien no esquiva confesárselo a este reportero: “Ningún hombre es invariable a su historia y a su entorno. Sencillamente cuento una historia, la historia, los hechos que vivimos. Cuando escribe, el mayor mérito de un artista es ser honesto”.
Quizás ese desnudo espiritual, el desembarazarse de tanto sentimiento reprimido, de tanta lectura gratificante, derivan en cierto barroquismo, traducido para algunos en descosido lírico visible, para otros, no lo es; la aprehensión de referentes histórico-culturales no únicamente del mundo celta; sino egipcio, griego… constituye una reverencia a lo que el bardo y dramaturgo William Butler Yeats, Premio Nobel de Literatura 1923, denominó great memory (gran memoria). “La poesía, ante todo, es conocimiento”, sostiene el cabaiguanense, deudor de preceptos ideo-estéticos de Yeats, figura cumbre del renacimiento literario irlandés.
El ser ante su destino y sus ancestros; el tiempo, habitado por dioses benévolos y fieros, subyacen o transitan a la vista de todos por los 39 poemas, los cuales, para no desdorar el título que los reúnen (Bosque sagrado), se presentan orgánicamente hilvanados.
Puesto a disposición de los lectores durante la XXIII Jornada de la Poesía Cubana, el nuevo volumen verifica la altura del verso de Otazo, anunciada tempranamente en El ascenso de los hijos de Usna, lleno, igualmente, de realidades descarnadas. Verifica, además, hondura en ese viaje introspectivo al alma humana, no importa si druida, si griega o cubana; porque, a no dudar, las verdades desdicen las partidas de nacimiento.
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