José Vicente Rangel era el ministro de la Defensa cuando el golpe de Estado en Venezuela, el 11 de abril de 2002. En una entrevista a propósito de los diez años de esa felonía, Rangel asegura que Chávez demostró un inmenso coraje.
No fue, precisamente, un día común y corriente. En la indagatoria de cada quien, si hubiese que comparecer ante un tribunal, habría que dar cuenta de un “hecho curioso e irrepetible”, tal como lo señala el horóscopo.
Pero muy pocas personas pueden hablar desde el mismo genoma del poder. No es lo mismo advertir la ruptura del hilo constitucional desde la pantalla de un televisor que desde el Palacio de Miraflores.
Hay una gran diferencia, por eso esta entrevista se cae de madura: ¿Cómo fue el 11 de abril de José Vicente Rangel?
“De los tres cargos que he ejercido en la presidencia de Hugo Chávez: Canciller, ministro de la Defensa y Vicepresidente Ejecutivo, el que más me gustó fue el de ministro de la Defensa”, afirma Rangel. Cabe recordar que para el 11 de abril de 2002, el día del golpe de Estado del cual se conmemoran 10 años, Rangel era, precisamente, el ministro de la Defensa.
¿Cómo comenzó ese día?
Yo suelo levantarme muy temprano, a las 3 o 4 de la madrugada, y así lo hice el 11 de abril. El día anterior hubo una reunión con altos jefes militares en Miraflores, algunos de ellos saltaron la talanquera y quedaron informados de las medidas que iba adoptar el Gobierno (se alertaría a las fuerzas políticas que apoyaban el proceso bolivariano, algunos ministros harían contacto con medios de comunicación social). Trabajé en algunos informes en mi casa de La Florida. Me desayuné (6:00 am) y posteriormente me fui al Palacio de Miraflores, donde se había convocado una reunión del Consejo de Ministros. El ambiente de la calle era tenso. Analizamos la situación, y a través de la televisión veíamos como la gente se iba concentrando en el Este de la ciudad. Acordamos posponer la reunión. Algunos ministros fueron a hablar con la gente que se había concentrado en Miraflores y yo me fui para el Ministerio de la Defensa, donde había convocado una reunión con el Alto Mando. Se discutía lo que había que hacer, siempre en contacto con el Presidente, que estaba en Miraflores.
¿Se barajó en ese momento la posibilidad de aplicar el Plan Ávila?
De eso se habló en el Consejo de Ministros. La decisión final se delegó en manos del Presidente de la República, él fijaría el momento de la activación de ese plan, institucional, que ha sido aplicado en distintos gobiernos. La situación se volvió más tensa y los mensajes por televisión eran más agresivos. Ya se deslizaba la idea de que la marcha debía ir a Miraflores. Consideré que había que tomar medidas, entre otras, una alocución del general Lucas Rincón dirigida a la Fuerza Armada, y se preparó un escenario para que se dirigiera al país. Esto se consultó con el presidente Chávez y él lo prohibió. Por decisión propia llamé a los directivos de las plantas televisoras, les dije que la sugerencia directa de ir a Miraflores era muy peligrosa, que tomaran en cuenta la paz del país. Me dijeron que la información estaba planteada, que tenían que informar; les dije que podían hacerlo, pero que había un problema de orden público y la situación se podía tornar sumamente grave.
Información desclasificada del Gobierno de Estados Unidos confirma, efectivamente, que se hicieron contactos con los medios y también con los empresarios. ¿Asumió esas gestiones?
No. Yo hice contacto con los medios directamente. También llamé a varios jerarcas de la Iglesia Católica. Les pedí que intercedieran, de alguna manera, para bajar las tensiones. Pero realmente no había ninguna disposición de evitar la confrontación.
¿A usted le consta que hubo contactos con el sector empresarial?
No me consta, y si se hicieron, yo por lo menos no estaba enterado. Yo me concreté a la cuestión militar y despaché permanentemente desde el Ministerio de la Defensa. Llamé a algunos dirigentes políticos que estaban en la calle, quienes a su vez me preguntaban por la situación, que era muy delicada. A las 2:00 pm, Lucas Rincón habló. Queríamos que estuvieran presentes todos los jefes militares, no pudimos localizar a (Efraín) Vásquez Velasco, comandante del Ejército. Según informaciones que me dieron ese día, se había escondido en un baño para eludir la convocatoria. Evidentemente, estaba comprometido con el golpe que luego se produjo. Posteriormente, ante la gravedad de la crisis, el Presidente decidió hablarle al país. Los medios decidieron partir la pantalla. Aquello evidenciaba que estábamos en una confrontación abierta. Había gente alrededor de Miraflores y la marcha se dirigía hacia allá. Creo que eso fue planificado, evidentemente.
¿Realmente lo cree?
Sí, estoy convencido. No hay una sola razón para dudar de que esa marcha hacia Miraflores fue planificada desde el primer momento. Mucha gente incauta participó de ella, porque no se les dijo con claridad qué iba a hacer la gente reunida.
¿Fue una marcha multitudinaria de incautos?
No. Había gente que quería marchar, pero que no estaba dispuesta a una confrontación. Por eso, cuando la marcha llega a Miraflores, el volumen era mucho menor al que tenía inicialmente. Uno se tiene que preguntar por qué se reunió esa gente para asumir esa actitud y menos de 48 horas después toda esa estructura de gobierno de facto que se montó se desplomó y no hubo una sola persona que saliera en defensa de Carmona y el golpe.
¿No es esa interrogante la mejor demostración de que la gente no estaba casada con el golpe?
Yo creo que mucha gente y sectores políticos de oposición no estaban ganados para un golpe, entre otras cosas, porque lo consideraban una aventura. Pero había un liderazgo, una conducción, y sectores muy radicalizados en esa marcha que explican lo que ocurrió.
¿Cuándo perdió el contacto con el presidente Chávez?
No, en ningún momento. Yo estuve en el Ministerio de la Defensa incluso después de que se desencadenaran los hechos violentos y de la alocución del vicealmirante (Héctor) Ramírez Pérez, quien fungía como uno de los líderes del movimiento y que luego fue designado ministro de la Defensa por (Pedro) Carmona. Esa alocución, que fue grabada antes de que se produjeran las víctimas, pero donde ya se anunciaba que había muertos. Estuve en Fuerte Tiuna hasta las 6 pm. De ahí salimos en un helicóptero, junto con Lucas Rincón y otros oficiales de la Fuerza Armada, al Palacio de Miraflores. Desde ese momento estuve permanentemente en el despacho del presidente Chávez, haciendo un seguimiento de lo que estaba ocurriendo. Recibiendo información de los distintos frentes y componentes militares.
¿El Gobierno estaba en plenas funciones?
Fue una experiencia impactante, porque pude constatar allí la capacidad de liderazgo del presidente Chávez. El hombre, a quien se percibe como vehemente, apasionado, demuestra suficiente sangre fría y control sobre sí mismo para encarar situaciones de crisis. Cuando llegaba la información de que los puestos de comando de los distintos componentes o el propio Fuerte Tiuna habían sido tomados por los golpistas, el Presidente asumía esa información con mucha serenidad.
¿A qué hora fue eso?
A partir de las 8 de la noche.
¿A esa hora se había desmoronado el Gobierno?
No, ahí estaban todos los ministros, todo el tren Ejecutivo y había contacto con todas las regiones. Pero se advertía que avanzaba el golpe, hecho que se confirmó cuando los tanques del batallón Ayala, a los que se les había ordenado que salieran a resguardar Miraflores, se devolvieron, y cuando el batallón de la infantería de Marina, que iba a subir a Caracas, con propósitos similares, no lo hizo.
¿Usted, como ministro de la Defensa, cómo interpretó eso?
Como una señal de que había un pronunciamiento militar, cuyas características no se conocían suficientemente. Pero era obvio que avanzaba el golpe. Quiero decirte que cuando hubo certeza de que el golpe era imparable, hubo adhesiones de comandantes de batallones, de oficiales que estaban al frente de tropas. A las 11 pm, por ejemplo, llamó el hoy general Cliver Alcalá, que para entonces era comandante de la unidad de tanques del Fuerte Mara. “Presidente, está en marcha el golpe, quiero que me autorice a movilizar la unidad de tanques para tomar Maracaibo”. “Cliver, agradezco tu lealtad, pero no es el momento de reaccionar de esa manera. Vamos a esperar el desarrollo de los acontecimientos”.
Yo, que fui testigo de la conducta del Presidente, debo decir que él mantuvo la serenidad en todo momento y dio instrucciones a sus partidarios, tanto en el ámbito militar como en el civil, para que se mantuvieran a la expectativa, sin caer en provocaciones. Existía la amenaza de que iban a bombardear Miraflores. Yo mismo atendí una llamada de un jefe militar que dijo: “Tienen 10 minutos, vamos a bombardear”, le tiré el teléfono. Al rato llamó otro jefe militar con el mismo cuento, le dije “Ustedes no tienen bolas para hacer eso”. En ese momento Chávez me preguntó “¿Qué crees que se debe hacer?…”, “Debemos irnos a Maracay”.
Si hubo diferencias entre el generalato y comandantes de batallones que mostraban su adhesión a Chávez, ¿por qué no cerraron filas y desbarataron el golpe?, ¿por qué no defendieron al Gobierno?
Era muy difícil desbaratarlo, porque los golpistas habían tomado los centros de mando; habían ocupado los comandos de los componentes y tenían bajo su mano el Fuerte Tiuna. Ahora bien, la respuesta que se produjo el 13 de abril confirmó que la mayoría de la oficialidad con mando de tropa tenía esa actitud de defensa del régimen constitucional y del gobierno del presidente Chávez.
¿A qué hora de la noche o de la madrugada cree que se desplomó el gobierno?
Sugerí que nos fuéramos a Maracay, pero el Presidente me dijo que tenía información de que la autopista estaba bloqueada. Bueno, vámonos al 23 de Enero, con la unidad que está defendiendo el Palacio.
¿Al Museo Histórico Militar?
No, al 23 de Enero, ¡A ese sector!
¿Y qué iban a hacer allí?
Luchar y defender al Gobierno. Ahí es cuando Chávez dice: “uno no sabe cuál va a ser la reacción de los golpistas, en lugar de bombardear Miraflores bombardean el 23 de Enero, ¿y las víctimas civiles? No podemos hacer eso”. “Vamos a quedarnos aquí, en Miraflores, no creo que sean capaces de bombardear el Palacio”. “Se corre un gran riesgo”. Chávez se aparta a un salón contiguo para atender una llamada de Fidel que había llamado en ese momento, “Es inútil sacrificarse, la historia no termina este día, por el contrario, comienza a partir de ese momento”, le dice Fidel.
Regresa, ya uniformado, pone la pistola sobre la mesa y me comunica lo siguiente. “He decidido ir a Fuerte Tiuna, a encarar a los golpistas”. “Hugo, ¿tú sabes a lo que te estás exponiendo, no? A que te maten, a que te humillen, a que te vejen”. “Sí, yo sé los riesgos que corro, pero quiero verles la cara a los traidores y ver qué van a hacer”. En esas circunstancias, Chávez demostró un inmenso coraje y, efectivamente, esa fue una estratagema que le permitió a él introducir una contradicción que permitió horadar toda esa aventura que se estaba adelantando en ese momento.
Hubo reacciones distintas entre los militares que estaban en Fuerte Tiuna que, seguramente, obedecían a posiciones o cálculos políticos diferentes ¿Qué papel le asigna en el desenlace que finalmente se dio el 13 de abril?
Yo simplifico mi análisis sobre el 11-A, lo despojo de connotaciones ideológicas y lo ubico, simplemente, en el terreno de la lealtad o de la traición. Ese día hubo traidores, pero también gente que se mantuvo al lado del Presidente, que fue determinante para que pocas horas después se desplomara esa aventura. Quiero decir lo siguiente: a la hora que uno repiensa todo lo que ocurrió, 10 años después de esa felonía, de esa aventura que nos llevó al borde de una especie de guerra civil, ahí, en cuanto a la responsabilidad de quienes ejercíamos gobierno, hubo una subestimación, primero, de la capacidad de movilización de ese sector y luego del factor lealtad, asumido en términos globales, de oficiales que tenían importantes mandos.
¿No hubo una subestimación de los oficiales descontentos?
Justamente, hubo una subestimación, porque se pensaba que toda la institución era leal al Presidente y eso no era así, tenía fisuras, como se comprobó ese día. José Martí decía que en política lo real es lo que no se ve. Hubo una realidad que no advertimos en sectores de las Fuerzas Armadas y también esa capacidad de movilización que tiene el odio.
Si el operador político con más experiencia que tenía Chávez, precisamente, José Vicente Rangel, a la sazón ministro de la Defensa, no le encontraba significado a esa frase que acaba de citar, ¿Qué cabría suponer?
Allí fallaron mucho los organismos de inteligencia y seguridad, la información no fluía como debía fluir y había un extremado grado de confianza.
¿A qué hora perdió contacto con los organismos de seguridad, básicamente con la inteligencia?
Yo no llegué a perder el contacto. Los organismos de seguridad perdieron el contacto con la realidad y lo que transmitían no aclaraba la situación.
¿No advirtió, en ese momento, que la inteligencia estaba comprometida con el golpe?
Había algo peor, estaban enceguecidos, no tenían claridad de lo que se estaba gestando.
¿Incompetencia?
Tampoco incompetencia, llega un momento en que los organismos de seguridad e inteligencia se autobloquean en situaciones de crisis y eso explica, muchas veces, los procesos que se dan en el mundo. Uno no se explica, por ejemplo, que existiendo organismos eficientes, los gobiernos se desplomen.
¿No insistió en persuadir al presidente Chávez para que desistiera de ir al Fuerte Tiuna?
Era una decisión del Presidente de la República y había que respetarla. Yo era partidario de permanecer en Miraflores o salir a otro sitio para ver cómo se articulaba una respuesta inmediatamente. Ya, cuando era evidente que se estaba desplomando el Gobierno, llamé a mi esposa (Ana Ávalos), le dije te quiero decir que voy a permanecer aquí.
¿A qué hora fue eso?
A eso de las 11 de la noche. “Aquí está Pepe (José Vicente Rangel Ávalos), tu hijo, conmigo. Nosotros nos vamos a quedar aquí, pase lo que pase”. Ella me dijo “yo sé que vas a proceder de esa manera”. Cuando Chávez se despide, permanecí un rato más en Miraflores y después, ya en la madrugada, me fui al Círculo Militar. Una vez que detuvieron al Presidente, dieron orden de que a mí me quitaran los elementos de seguridad y cortaron los teléfonos. Tengo que reconocer la lealtad de mis ayudantes militares, que estuvieron conmigo a pesar de esa decisión. Yo me sumergí, vamos a decirlo así, en la clandestinidad.
¿No tuvo ningún contacto con otros funcionarios del Gobierno?
Sí, los hubo. Al igual que con guarniciones y jefes de batallones. Yo tenía los teléfonos de muchos de ellos ¿qué está pasando? No, esto será provisional. Aquí no hay condiciones. Únicamente hay un factor sorpresa que fue determinante. Para mí la reacción que se produjo era perfectamente explicable.
¿No le declaró a la periodista Gioconda Soto que no sabía dónde estaba Diosdado Cabello?
No, no sabía, y seguramente que Diosdado tampoco sabía donde yo estaba. Yo empecé a actuar con los elementos que tenía a mano, con los contactos que tenía entre los militares y los civiles.
También le dijo a esa periodista una frase muy curiosa, que se iba a descansar y luego iba a cambiar el casete ¿Qué significa eso?
Significa que yo estaba declarando para un medio de comunicación y me interesaba que leyeran eso. Simplemente eso.
¿Por qué no calificó el 11-A como un golpe sino como un pronunciamiento militar?
Cuando ella me entrevistó estaba en marcha el pronunciamiento militar, no se había producido todavía el golpe, que se produjo, definitivamente, con la toma de posesión de Carmona. Ni los propios golpistas sabían quién iba a presidir la junta. No creas, yo estudié mucho esa declaración. Te advierto que la hice desde mi casa de habitación (en la Alta Florida). Del Círculo Militar salí para mi casa a rescatar unos papeles que me interesaban en caso de allanamiento, que no cayeran en manos del nuevo gobierno. Cuando suena el teléfono, a eso de las 9 am del día 12, y se identifica la persona, que es Gioconda, me dije a mí mismo: esta es la oportunidad de declarar.
¿Cuáles fueron los elementos que analizó?
Si estábamos en una actividad clandestina, si queríamos establecer contactos, a que no pensaran que yo estaba en esa actividad precisamente, sino que estaba en mi casa, marginado de toda actividad pública y me sacaba el casete de la política de la cabeza. Eso es información y contrainformación.
¿Habló con el presidente Chávez de esa entrevista?
Por supuesto.
Cabe suponer que el Presidente estaba pendiente de muchas cosas.
Sí, entre otras, cuando yo salí el día 13 del sitio donde estaba operando y me fui al Ministerio de la Defensa, tomamos el control, Vásquez Velasco estaba escondido en algún lugar de Fuerte Tiuna y Carmona que estaba allí, me dice, ¿por qué esto? ¿Qué está pasando? ¿No te das cuenta de la locura que has hecho, la grave crisis que le has creado al país? Tú eres un irresponsable. En el despacho estaba Carmona y los vicealmirantes Héctor Ramírez Pérez y Carlos Molina Tamayo. Agarré el teléfono y llamé a La Orchila, donde estaba Chávez, hablé con el almirante Echeto que era su custodio, le pasan el teléfono y me dice: “¿Cómo está ministro?”. “Quiero hablar con el Presidente…” “Se lo voy a pasar…” “Presidente lo está llamando el ministro de la Defensa…” “No quiero hablar con él…” “Es su ministro de la Defensa, es José Vicente Rangel…” “Coño, cómo es posible eso”, agarra el teléfono… “¿Y dónde estás tú, José Vicente?”. “Estoy aquí, en el Ministerio de la Defensa y tengo presos a todos estos carajos aquí, aquí están todos…” “No puede ser, es un milagro esa vaina”.
De antemano se ve que el COMANDANTE CHAVEZ tiene pantalones bien puestos por lo cual ahora comprendo que HUGO CHAVEZ FRIAS esta echo de roble y hierro bien templado que lo convierte por meritos propios y por sus extraordinarios y super altos valores en el verdadero heredero de SIMON BOLIVAR y de nuestro COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ. Lazaro