Rodeado de un mar de pueblo, el gobernante venezolano presentó oficialmente su candidatura para la presidencia de la nación. Chávez habló con la emoción y el magnetismo de siempre por espacio de más de dos horas.
Los cables lo confirman, las vistas de las televisoras internacionales también: el presidente venezolano Hugo Rafael Chávez Frías acudió el pasado lunes rodeado de cientos de miles de sus seguidores al Consejo Nacional Electoral (CNE), para allí inscribir oficialmente su candidatura a las presidenciales del 7 de octubre próximo.
Fenomenal, apoteósico, tan impresionante devino este nuevo encuentro de Chávez con su pueblo, que un cronista lo definió de tsunami de masas. A poco de cumplir con los trámites legales de inscripción, el líder bolivariano y su palpitante comitiva se fueron a una plaza cercana y allí el mejor discípulo del Libertador les habló con la emoción y el magnetismo de siempre por espacio de más de dos horas.
Tal demostración de resistencia y vitalidad no decayó un instante a lo largo del extenso discurso, que se convirtió en el mejor mentís a quienes venían difundiendo todo tipo de especulaciones acerca de la salud del Presidente.
Allí, en la Plaza Diego Ibarra, no se dio nunca un acto como ese. Tampoco se escucharon afirmaciones tan tajantes: «Nos estamos jugando la vida de la Patria, no es cualquier cosa lo que está en juego, está en juego el futuro de la Patria», afirmó Hugo Rafael recordándoles a los presentes la trascendencia del momento histórico que viven los venezolanos.
Si Chávez ha llegado a su cargo ha sido por su conocimiento profundo de la psicología popular, de la idiosincrasia del pueblo venezolano, por eso alertó contra la autocomplacencia y el triunfalismo que en elecciones anteriores han dejado a muchos chavistas en sus casas, porque creyeron innecesaria su asistencia a las urnas al dar el triunfo por seguro. Ahora no hay lugar para la apatía o la dejadez porque es demasiado lo que está en juego.
Aunque Capriles Radonski y sus seguidores especularon con que, en caso de alcanzar el poder, mantendrían algunas conquistas e iniciativas de la Revolución bolivariana, se sabe con certeza que, fiel a su vocación neoliberal, tan pronto algo así suceda, el programa que aplicaría no tendría nada que envidiarle al de Pedro Carmona Estanga, durante los días del golpe de estado en abril del 2002.
A saber, PDVSA, el gran ente estatal energético, sería privatizado o repartido en parcelas; las misiones desaparecerían; Petrocaribe, la grannacional del combustible que agrupa a 18 países del área, pasaría a mejor vida; la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), perdería al país líder y difícilmente podría sobrevivir al golpe; la educación y la salud serían totalmente reprivatizadas; de nuevo se entronizarían el hambre, el analfabetismo y las enfermedades prevenibles.
En otras palabras, un estado burgués neoliberal sustituiría al proyecto socialista nacional bolivariano y, sobre todo, la pérdida mayor, de la cual dependen todas las demás conquistas: la soberanía, sería ofrecida en bandeja a Washington, que casi con toda seguridad no tardaría en exigir bases para su Comando Sur. Ello podría significar también un golpe definitivo para la UNASUR y para la flamante Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Por tales razones, combativo como siempre, a casi un mes del inicio en firme de la campaña el próximo primero de julio, el Presidente se proyecta en el escenario político venezolano con su carisma y elocuencia descomunales para ir “calentando los motores”, como él mismo expresó.
De ahí que Chávez haya definido esta lucha como una nueva Batalla de Carabobo (1821), que determinó la independencia de Venezuela, a la cual asistirán todos bajo la égida del Gran Polo Patriótico, conformado entre otros por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el Partido Comunista, Patria Para Todos (PPT), Maneiro, Unión Popular Venezolana, Tupamaro, Electoral del Pueblo y el Partido Independientes por la Comunidad Nacional (IPCN).
Y como toda revolución que se respete, ahí están los Cinco Objetivos que rigen el programa básico con vista a los comicios, o Plan Socialista 2013-2019, empezando por el resguardo de la soberanía, y que, partiendo de mantener a Venezuela como “el país más feliz de Suramérica“, aspira a hacer de ella una potencia modelo en lo económico y social.
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