Raúl Hernández Molina revela sus vivencias como rastreador de redes en el fondo de la presa más honda de la provincia.
“Caramba, esto se trabó”, dice mientras se prepara para lanzarse al agua. Nada de nervios, él sabe que lo esperan unas cuantas brazadas hasta llegar al fondo y que para lograrlo es preciso descender despacio y con mucha precaución. Por suerte, en las profundidades, el embalse es limpio y transparente, eso le facilita determinar dónde quedó enredada la red.
La presa Tuinucú, la más honda y cristalina de Sancti Spíritus, con 53 metros en la mayoría de sus partes y cerca de 20 en la propia orilla, se convierte diariamente en el escenario de trabajo de Raúl Hernández Molina, un vecino de la comunidad de Manaquita, en Cabaiguán, quien hace años se desempeña como buzo.
“Yo la vi construir desde sus inicios allá por los años 80 -dice-, venía aquí casi todas las tardes a mirar los equipos de excavación y los camiones que subían cargados con rocas y tierra, en aquel entonces no era trabajador de la Pesca, solo aficionado a la actividad; pero a la vuelta de los años integré la brigada Los Carrazana, que pertenece a la Unidad Empresarial de Base ACUIZA y se encarga de las capturas de ciprínidos y otras especies; con ella he trabajado en muchos embalses de la provincia”.
¿Está consciente del riesgo que enfrenta cuando se sumerge, a puro pulmón, hasta 50 metros de profundidad?
“Claro que sí, pero lo importante es tener una buena preparación física y conocer el lugar, la ‘Tuinucú’, como también se le llama a esta presa, es la más profunda pero no la más peligrosa; para mí La Zaza es más complicada, porque tiene obstáculos que quedaron en ella cuando fue construida y eso entorpece las labores.
“Pero el susto más grande de mi vida lo pasé en La Manaquita, que es prácticamente un charquito al lado de otros embalses. Resulta que quedé atrapado en una red y no podía encontrar la salida, por suerte nadé por dentro pegadito al fondo tratando de encontrar unos empates que yo mismo le había hecho, eso me indicó la salida. Al salir me faltaba el aire y todo estaba nublado, mis propios compañeros no se habían percatado de nada, por eso digo que en esta actividad, la experiencia vale mucho”.
¿Si tuviera que escoger otro oficio, dejaría a un lado el buceo?
“No, al menos por ahora, porque me siento fuerte y en condiciones de realizarlo todavía”.
¿Y cuando suceda?
“Seguiría atado a esta tropa aunque fuera para remar el bote, pero alguien tiene que hacerlo y ¿quién mejor que yo, que me conozco de memoria cada palo y cada piedra que existen en este embalse?”.
Al finalizar su jornada, Raúl, el buzo de Manaquita, se vincula a otras tareas junto al resto de los pescadores: repara las redes o custodia, también de noche, la propia zona de operaciones, pero lo que más le gusta, sin dudas, es sacar el chinchorro del agua; aunque para ello tenga que zambullirse una y otra vez, con el frío calándole los huesos y la mente puesta en la dichosa red que caprichosamente de vez en cuando queda atrapada en el fondo.
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