En febrero Julio estaría de vuelta por Sancti Spíritus, donde tiempo atrás inauguró la Maestría en Ciencias de la Comunicación; esperábamos con impaciencia por quien fuera periodista de cabecera de Fidel en viajes por mundo y medio, por el amante del color de la crónica, por el editorialista anónimo de Granma…
“Por Dios, no lo tumben”, aseguran que decía el titular publicado en el diario Granma décadas atrás, salido del puño de Julio García Luis, cuando tomaba cuerpo la idea de sustituir las rejillas por asfalto en el puente El Triunfo, nacido sobre el río que corta en dos su natal Sagua la Grande.
La algazara causada por la advertencia surgida ante la posible injuria a la identidad sagüera alcanzó tantos oídos, que el puente con arcadas de hierro siguió y sigue ahí; aunque en lo adelante extrañe los pasos de quien llegó a ser el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la Obra de la Vida 2011.
Aquel frío viernes de marzo, Julio no acudió a recibir el galardón en el Memorial habanero que lleva el nombre del Apóstol: El Dequi, como lo llamaban sus estudiantes en la Universidad de La Habana, compartía con otros alumnos en Venezuela. De voz de César Arrendondo, cátedra de locución, vino su mensaje de agradecimiento, que para los presentes se nos convirtió en una lección de ética de punto a punto.
Y mientras el locutor se adentraba en las letras de Julio, recorrí con ambos sus días de maestro rural, sus cerca de 20 años en Granma, sus siete con las riendas del gremio de periodistas de Cuba en la mano, otros tantos en la redacción de Trabajadores, y más de una década en la universidad.
Las andanzas de profesor le dejaron escaso tiempo para el reporterismo; sin embargo, como él mismo confesara, albergaba la esperanza de que como esta es una profesión tan longeva, a través de los más jóvenes, los que fueron sus estudiantes, quizá ha estado escribiendo o ayudando a que se escriba el reportaje del 2030, del 2040 y quién sabe si hasta el del 2059.
Sin dudas, esa será su mejor herencia; de Julio guardo algún que otro saludo, un casete con dos conferencias suyas grabadas, que saco de la gaveta de vez en vez en mis intentos de profesor universitario, y cierto e-mail para enderezarme un posible tema de tesis.
En febrero Julio estaría de vuelta por Sancti Spíritus, donde tiempo atrás inauguró la Maestría en Ciencias de la Comunicación; esperábamos con impaciencia por quien fuera periodista de cabecera de Fidel en viajes por mundo y medio, por el amante del color de la crónica, por el editorialista anónimo de Granma…
Aguardábamos por quien disfrutaba decir que Cuba no perdió su estrella cuando las campanas del Kremlin vinieron al piso de la plaza moscovita. Aguardábamos por su voz de 69 años, crecidos en su estatura que no recordaba en nada a los héroes nervudos de las películas.
Duele saber, profesor, que el infarto de este 12 de enero nos privará de su presencia; cuando sus alumnos nos volvamos a ver, el primer minuto será para usted, que nos enseñó que el Periodismo salva mucho más que puentes.
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