Tras una década de explotación, el hotel Brisas Trinidad del Mar, en la península de Ancón, conserva algo más que el encanto sui géneris de su posicionamiento a la vera del Caribe.
Cuando tuvieron sobre su mesa de trabajo la misión de pensar un nuevo hotel para la península de Ancón, en la sureña villa cubana, los proyectistas no encontraron solución más salomónica para el encargo que trasplantar una réplica de Trinidad hasta las orillas de la playa.
Tras una década de explotación –fue fundado en 2001- el hotel Brisas Trinidad del Mar, perteneciente a la cadena Cubanacán, conserva, sin embargo, algo más que el encanto sui géneris que le conceden su fisonomía colonial y su posicionamiento estratégico junto a una de las mejores playas de la costa sur cubana.
De tal suerte, arcos de medio punto, balaustradas, ventanales, patios interiores, plazas y hasta una torre campanario, remedo de los miradores de la época, se imbrican en la instalación turística espirituana, que cuenta con 241 habitaciones repartidas en siete bloques de hasta tres niveles de altura, además de sistemas de piscinas, restaurantes, bares, cafeterías y otros espacios concebidos exclusivamente para el recreo.
“Mantenerlo así cuesta trabajo, dinero y también no pocos dolores de cabeza”, reconoce el joven Alderlayse Llanes, subdirector general del inmueble, uno de los tres que se integran bajo administración única al sur de la ciudad de Trinidad (los dos restantes son el Ancón y el Costa Sur).
PASARLE LA MANO AL HOTEL
El joven cantinero Luis Manuel Simón no podía creer lo que estaban mirando sus ojos cuando una mañana de junio de 2005 encontró su centro de trabajo convertido en un amasijo de escombros, con la cristalería reducida a añicos, la vajilla mezclada con los muebles y una teja criolla clavada en la barriga de una palma de jardín, la señal más evidente de la furia del huracán Dennis.
El ciclón arrasó buena parte del sur espirituano, interrumpió el abasto de agua y cortó el suministro eléctrico durante 15 días a la región, pero para los trabajadores del Trinidad del Mar también dejó la moraleja de que, cuando existe capacidad de respuesta, ningún golpe resulta mortal por duro que parezca.
De aquel lance salió fortalecida la instalación y sobre todo la estrategia de mantenimiento, que hoy sostiene al hotel con los bríos fundacionales y lo asegura como sitio emblemático del turismo en el centro sur de Cuba.
La política de conservación, refrendada en los Lineamientos aprobados en el VI Congreso del PCC, se traduce aquí como el arte de pasarle la mano a algún rincón todos los días, una fórmula, que según sus directivos, constituye la única manera de mantener el hotel como nuevo.
La redecoración de todos los restaurantes, la sustitución de los climatizadores, el mejoramiento de la lencería y otros medios y equipos en el ciento por ciento de las habitaciones y la rehabilitación progresiva de las mismas constituyen los frentes más visibles de una estrategia, en la cual el hotel se sirve tanto de su propia brigada como de otras fuerzas especializadas.
Tras haber padecido las sequías crónicas que asolaron a la región y también afectaciones a su servicio eléctrico en otros tiempos, el hotel ha aprendido a ahorrar agua sin lacerar su funcionamiento y mantiene el consumo energético por debajo del plan, sobre todo a partir de una explotación racional del equipamiento y de la compactación de áreas y ofertas en temporadas de baja.
SOBRE UNA PENÍNSULA DE CRISTAL
Para levantar el Trinidad del Mar fue preciso primero pedirle prestado el territorio a la naturaleza, construir el llamado pedraplén de la bahía de Casilda y luego, entre este y el saliente natural de Ancón, extraer miles de toneladas de cieno y crear una extensa plataforma artificial sobre la cual se asienta hoy la pintoresca instalación.
Existir sobre un ecosistema tan frágil –una península de cristal, exageran algunos de los especialistas- impone al hotel el cumplimiento de no pocas regulaciones medioambientales, una práctica que al decir de sus principales directivos afortunadamente se ha ido arraigando entre los trabajadores y los huéspedes que a diario concurren al lugar.
“Tenemos montado un sistema de gestión ambiental –dice el subdirector general- que incluye capacitación sistemática del personal y requisitos adicionales que también son fiscalizados por el CITMA”.
La clasificación de los residuales en correspondencia con las normas vigentes, el empleo de productos de poco embalaje, la coordinación con la Empresa de Materias Primas para reciclar todo lo necesario y la realización de controles para conocer los niveles de ruido constituyen premisas obligadas que rigen el funcionamiento general del inmueble.
SIN MIEDO A LA COMPETENCIA
La atracción de Trinidad y su Valle de los Ingenios, reconocidos por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad, la cercanía del sistema montañoso Guamuhaya con senderos admirables y las bondades de las playas del sur conforman un triángulo de privilegios que en época de alta turística mantienen al hotel hasta con un 95 por ciento de ocupación.
Alderlayse Llanes confiesa que no le teme a la competencia de los más de 600 hostales asentados en la ciudad de Trinidad porque al fin y al cabo “cada visitante sabe muy bien lo que busca, aquel turismo de casas de familia es una cosa y este es otro, ambos más bien se complementan”.
En Trinidad del Mar presumen de la estabilidad de su colectivo de poco más de 180 trabajadores, que llegada el alza se estira hasta los 250, los que, según ellos, han aprendido a lidiar lo mismo con el turismo de circuito que con el de estancia.
El hotel viene experimentando la compra de frutas y vegetales de manera directa a productores campesinos de la zona, un acercamiento que al decir de Eduardo Marín, jefe de abastecimiento del complejo hotelero, ha traído ganancias para las dos partes y promete un crecimiento inmediato.
Entre sus deudas más perentorias, la directiva del Trinidad del Mar reconoce la necesidad de continuar elevando la calidad del servicio y el desempeño integral del colectivo, la mejor manera de salir airosos en una competencia donde no solo cuentan el sol, la arena y una arquitectura a la usanza de la colonia.
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