Los factores desencadenantes de la Crisis tuvieron su origen cuando los EE.UU. iniciaron el chantaje atómico contra la URSS.
Pocas personas conocen que la también llamada Crisis del Caribe o Crisis de los Misiles que estalló en torno a las instalación de cohetes con cabezas nucleares en Cuba en el otoño del 62 tuvo sus orígenes en las postrimerías de la II Guerra Mundial, cuando el presidente de los EE.UU., Harry S. Truman insinuó en Potsdam, el 24 de julio de 1945, el uso del garrote atómico contra la URSS.
A esa ciudad alemana, había llegado Truman el 15 de julio para participar en la Conferencia de jefes de Estado o gobierno de las potencias aliadas que emergían vencedoras de la conflagración y que se iniciaría el 17 de julio. Pero al amanecer del 16 el mandatario recibió desde su país una noticia harto esperada que lo tuvo toda la noche sin poder conciliar el sueño.
El mensaje expresaba textualmente: “La operación ha tenido lugar hoy por la mañana. El análisis es aún incompleto, pero los resultados parecen satisfactorios y superan todas las esperanzas”.
Aquella “operación” no era más que el primer ensayo de un artefacto atómico explosivo en la historia de la humanidad, fruto del llamado Proyecto Manhattan, y se había efectuado a las cinco y treinta minutos de la madrugada del 16 de julio de 1945, a unas 60 millas de la ciudad de Alamogordo, estado de Nuevo México.
El estallido desató una luz cegadora como de miles de soles, de la cual brotó un hongo ígneo gigantesco que ascendió al espacio a velocidad relampagueante, volatizó la base metálica y dejó un cráter de cerca de un kilómetro de diámetro y 50 metros de profundidad, fundiendo la arena del desierto como si fuera vidrio.
No por casualidad el 24 de julio, una semana después de iniciada la crucial Conferencia que concertaría los esfuerzos conjuntos para la derrota del Japón e importantes asuntos de postguerra, Truman se acercó al líder soviético Iosif Stalin para informarle que en EE.UU. se había creado un arma con un poder destructivo extraordinario.
Según reconocerían después miembros de las delegaciones inglesa y norteamericana, el Presidente observó cuidadosamente la reacción del No. 1 del Kremlin, pero aquel permaneció impasible y no hizo ninguna pregunta. Luego recordaría al respecto el mariscal Georgui K. Zhúkov que esa misma noche Stalin ordenó acelerar al máximo las investigaciones nucleares en la URSS.
TRUMAN ESGRIME EL GARROTE ATÓMICO
Tres semanas después del experimento de Alamogordo, sendos “soles atómicos” arrasaron sucesivamente las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, sacrificando a sus habitantes en el altar de la hegemonía norteamericana, noticia que si impactó a Stalin.
Según la opinión autorizada de muchos políticos y militares de Oriente y Occidente, Winston S. Churchill y Dwight D. Eisenhower entre ellos, el bombardeo atómico del Japón no resultó en absoluto necesario para la rendición de ese país, que ya estaba vencido. De lo que se trataba era de un chantaje atómico encaminado a someter la voluntad de Moscú, para plegarla a los designios de Washington.
EE.UU.: YO SOLO PUEDO TOCAR
Poco después de la terminación de la guerra, el Gobierno de los Estados Unidos auspició la elaboración de distintos planes que le permitieran mantener en provecho propio el monopolio de la energía nuclear. Surgieron así los famosos proyectos Acheson-Lilienthal y el Plan Baruch, los que estipulaban crear un órgano internacional para el control de la energía atómica.
Finalmente prevaleció la propuesta de Bernard L. Baruch para la creación de un organismo rector del uso del átomo, regido por Washington, de cuyas reglas se dejaba fuera a los EE.UU., mientras a las demás naciones -incluida la Unión Soviética- se les regulaba al máximo y se preveían sanciones muy severas si no suspendían sus programas en este campo.
El engendro de Baruch, consejero de la presidencia, fue presentado del 14 de junio de 1946 para ser discutido en el seno de la flamante ONU y no estipulaba prohibir las armas nucleares ni su empleo, a lo que repostó la URSS cinco días después con otro proyecto que preveía liquidar en tres meses, a partir de la entrada en vigor del acuerdo, todas las reservas de armas atómicas existentes y las que estaban en proceso.
No hubo arreglo y un mes más tarde Washington organizó una serie de pruebas nucleares en el atolón de Bikini, en el Océano Pacífico, a los que invitó a observadores extranjeros con el fin de demostrarles su poder de vida o muerte sobre las demás naciones.
ALARMA ROJA EN EL KREMLIN
A los líderes de la URSS en Moscú no les quedó duda alguna del enorme peligro que se cernía una vez más sobre la Unión Soviética. Sus servicios de inteligencia no tardaron en informarle que en Washington se manejaban planes de “agresión preventiva” contra su importante aliado de la víspera.
El más peligroso de tales proyectos respondía al nombre de Dropshot y preveía un ataque sorpresivo contra territorio soviético contra el cual se lanzarían ya en la etapa inicial, 300 bombas atómicas y 250 000 toneladas de explosivos convencionales, lo que arrasaría al país y a sus habitantes.
Pero Stalin -y su círculo íntimo- no había sido tomado por sorpresa. Casi desde un inicio contó con información fidedigna del ultra-secreto Programa Manhattan que a un costo de 2 500 millones de dólares y con la participación de más de 10 científicos Premios Nobel iniciaron los Estados Unidos ya en 1943.
No por casualidad entre esos científicos figuraba el alemán Klaus Fuchs, quien había militado en el Partido Comunista allá en su patria, la que había abandonado a poco de subir Hitler al poder, y se refugió en Inglaterra, donde participó en las investigaciones nucleares que se realizaban en ese país. Pero desde 1941 fue captado o buscó su colaboración con la inteligencia soviética.
Como el Reino Unido había sido muy dañado por la guerra, cuando el físico de origen húngaro Robert Oppenheimer, principal dirigente científico del Proyecto Maniatan, invitó a Klaus Fuchs a viajar a los Estados Unidos para unírseles en su empeño, el Gobierno inglés aceptó sin mayores reparos. De ahí que, 33 días antes de Alamogordo, Stalin conociera por intermedio de Fuchs que el ingenio atómico ya estaba listo para su ensayo.
LA CIENCIA RUSA Y EL “EMPUJONCITO” DE FUCHS
El colosal esfuerzo bélico de la URSS, atacada el 22 de junio de 1941 por una coalición de países encabezados por la Alemania nazi, provocó un notable atraso en sus investigaciones nucleares. La misma lucha por la supervivencia impidió entonces a Moscú dedicarse de forma intensiva al dominio del átomo.
Pero para los dirigentes soviéticos una vez concluida la contienda se impuso una carrera contra el tiempo para obtener la bomba “A”, como una cuestión de vida o muerte. Así, el 20 de agosto de 1945, en la URSS fue creado un comité especial para coordinar todas las investigaciones sobre el uso de energía nuclear y se nombró como su director científico al eminente físico Igor Kurchátov.
Kurchatov agrupó en torno suyo a los científicos más destacados de la Unión Soviética en este terreno. Pero ya no actuarían a ciegas, pues en septiembre de 1945, el agente Charles, nombre en clave de Fuchs, entregó a la inteligencia rusa un pliego de más de 30 páginas con especificaciones técnicas acerca de la bomba, lo que fue confirmado en 1992 por el académico soviético Yuli Jaritón, jefe del programa soviético de las armas nucleares.
Sin embargo, el primer artefacto atómico de la URSS no era una mera copia de su equivalente norteamericano, puesto que la información recibida solo permitió no repetir procesos ni perder tiempo en la dirección equivocada, y prueba de ello es que la patria de Lenin construyó por si sola su propio gigantesco y complicado complejo científico-industrial equivalente al de Los Álamos, y diseñó sin ayuda los ingeniosos dispositivos electrónicos necesarios.
Aun con ese esfuerzo inaudito, no sería hasta el 29 de agosto de 1949 que estallaría la primera bomba nuclear del país de los soviets en el polígono de Semipalatinsk, Kazajstán, cuyas emanaciones radiactivas serían captadas horas después en la atmósfera por un avión espía de los Estados Unidos.
Ahora el terriblemente sorprendido fue el Presidente Truman, a quien los propios directivos de Manhattan y la CIA habían asegurado en 1945 que los rusos tardarían por lo menos 10 años en obtener la bomba. Aquello echaba por tierra el chantaje atómico y el ultra-criminal Plan Dropshot, que Washington hubiese llevado a la práctica entre 12 y 18 meses después, según todos los indicios.
¿POR QUÉ LA CRISIS DE LOS MISILES?
Al golpe psicológico que representó para la dirigencia de los Estados Unidos la primera Bomba “A” soviética siguió un esfuerzo frenético de Washington por mantener su supremacía militar a toda costa, para lo cual ensayó ya el primero de noviembre de 1952, su primera bomba de hidrógeno con potencia de 10 megatones en el atolón de Eniwetok, Islas Marshall, en el Océano Pacífico.
El chantaje atómico obligó a la URSS a desarrollar su propia Bomba “H”, la cual hizo explotar el 12 de agosto de 1953 en la isla de Novaya Zemlya, en el Ártico. A pesar de todo, EE.UU. recibiría otros golpes traumáticos, como el lanzamiento por la URSS del primer satélite de la tierra (Spútnik) el 4 de octubre de 1957, y de la primera nave espacial tripulada, el 12 de abril de 1961, cinco días antes de la fracasada invasión mercenaria de Bahía de Cochinos.
A estos grandes logros científicos de los soviéticos, Washington respondió con una delirante carrera armamentista, que lo llevó a desarrollar febrilmente la producción de superbombarderos, misiles intercontinentales y submarinos, sobrepasando en mucho el potencial de la URSS, cuya seguridad se vio doblemente amenazada con el emplazamiento de misiles Júpiter C de alcance medio en Italia (1960) y Turquía (1961), los que podían alcanzar Moscú y otros centros vitales de la Unión Soviética.
Después del fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos y la certeza acerca de los planes de EE.UU. de lanzar en el otoño de 1962 una invasión directa contra Cuba, cayó por su peso la única decisión del Kremlin capaz de impedirla: la instalación de misiles nucleares en la isla, que la protegieran y equilibraran un tanto la balanza en el precario equilibrio geoestratégico entre potencias.
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