El bandidismo, alentado y financiado por Washington, costó a nuestro país la vida de más de 500 de sus hijos y cerca de mil millones de pesos
Cuando el 26 de julio de 1965 el Comandante en Jefe Fidel Castro anunciaba en Santa Clara, tras un quinquenio de lucha, el fin del bandidismo organizado, Estados Unidos mascullaba su derrota como Polifemo herido.
Lo que se había esforzado en mostrar al mundo como una contienda civil, un enfrentamiento entre el Gobierno revolucionario y la oposición interna, que se negaba a aceptar el comunismo “importado”, era desnudado ahora como una vulgar página de la ya extensa historia norteamericana de guerras sucias.
¿De dónde salieron las armas para decenas y decenas de bandas, integradas en su mayoría por desclasados sociales, ex militares de la tiranía y asesinos? ¿Quiénes les hacían llegar en aviones y de manera inescrupulosa los avituallamientos para la guerra que costó al país cerca de mil millones de pesos? ¿Quiénes alentaban a la lucha armada contra el gobierno y a la desobediencia civil? ¿De dónde trasmitía –y aún hoy trasmite- la radio anticubana que ensalsaba las “proezas” de Osvaldo Ramírez, Tomás San Gil, Maro Borges, Luis Emilio Carretero…?
Nadie se atreve a negar que Estados Unidos fue el principal responsable de aquella epopeya, que dejó a nuestro país heridas que todavía duelen: Conrado Benítez, Manuel Ascunce, Pedro Lantigua, la familia Romero … y así una larga lista que supera los 500 muertos muchos de ellos civiles desarmados que la saña y el odio torturaron y masacraron sin piedad.
Familiares de aquellas víctimas en esta provincia, sin dudas la más asediada por el bandidismo, acceden a testificar su dolor, como lo hicieron cuando fueron convocados por la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) y la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC), dos de las organizaciones que firman la demanda interpuesta por nuestro pueblo ante el Tribunal Provincial de Ciudad de La Habana contra el gobierno de los Estados Unidos por daños humanos.
Carlos y María Esther Mencía Gómez, por ejemplo, han querido exigirles cuentas al imperio por la muerte de su hermano Giraldo Manuel, un joven que con apenas 21 años cayó combatiendo a los bandidos el 17 de octubre de 1964 en Río Caña, muy cerca de Trinidad.
Jacinto Lantigua, hijo del campesino Pedro Lantigua, por su parte, no ha podido arrancar de su memoria desde los nueve años, los recuerdos trágicos de aquella noche de noviembre cuando a su padre le quitaron la vida por el solo hecho de querer aprender las primeras letras. Ese propio día Carretero y sus hombres no quisieron tampoco que Manuel siguiera vivo. Había cometido sólo un delito: ser maestro.
“Los asesinos de mi padre fueron juzgados –asegura Jacinto, hoy custodio de Transgaviota- pero eso no resarce lo que significó su muerte, lo perdimos cuando más lo necesitábamos, aunque la Revolución no nos dejó desamparados, siempre en las becas el Estado se hizo cargo de nosotros hasta que fuimos mayores”.
El trauma de Limones Cantero llegó a toda la familia, e incluso los dos hermanos mayores de Jacinto nunca han logrado superar sus trastornos en el sistema nervioso. Y es por eso y por muchas otras atrocidades que ni los Lantigua, ni los hijos del Escambray, ni de toda Cuba están dispuestos a perdonar.
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